El fallo del Tribunal Oral Federal 1 dio por probada la privación ilegal de 65 víctimas.
Imagen: Pablo Piovano.
Imagen: Pablo Piovano.
Terminaban de oírse las condenas. Los cuatro acusados del centro
clandestino que funcionó en Automotores Orletti se pararon después de
escuchar la sentencia. En la parte de arriba de la sala, atiborrada
sobre todo por las mujeres de los represores, se pusieron a cantar el
Himno, como hacen en cada juicio. Abajo, en la sala, entre los pañuelos
de las Madres de Plaza de Mayo, los hijos de los desaparecidos del
centro de exterminio que fue base del Plan Cóndor en Argentina, entre
los sobrevivientes, muchos llegados especialmente desde Uruguay, sonó el
“Olé Olé” del “A dónde vayan los iremos a buscar”. Entonces, lentamente
y en silencio empezaron a sonar, vivos, los nombres de los
desaparecidos: ¡Gerardo Gatti! ¡Presente! ¡Dardo Zelarayán! Presente.
¡María del Carmen Pérez! ¡Presente! ¡Marcelo Gelman! ¡Presente!
El fallo del Tribunal Oral Federal 1, integrado por los jueces Jorge
Gettas, Adrián Grumberg y Oscar Amirante, tuvo características
históricas: entre otras cosas porque dio por probada la privación ilegal
de 65 víctimas del Plan Cóndor, la coordinación represiva entre las
dictaduras del Cono Sur. En términos generales, respondió además a los
pedidos planteados por las querellantes de los organismos de derechos
humanos que representan a las víctimas y al de la fiscalía de Guillermo
Friele y Mercedes Soysa Reilly. Sólo en el caso de Raúl Guglielminetti
la pena fue más leve: habían pedido 25 años de prisión y el TOF dio 20
años. Aun así, cada quien consideró que fue una de las condenas más
duras: Guglielminetti, que era agente del 601 y operó en distintos
centros clandestinos, estuvo en 1976 en Orletti, pero se lo juzgó por su
actuación sólo durante cinco días. El TOF le imputó 20 años por 25
casos.
La lectura de la sentencia empezó minutos antes de las siete de la
tarde. A esa altura se habían sentado los cuatro acusados. Eduardo
Cabanillas, el único acusado con grado militar, ex general, que operó
como jefe del OT18 –en la práctica el centro clandestino–, entró con
traje y corbata, saludando como en un estadio, con los brazos en alto y
tirando besos al aire. Lo siguieron Honorio Martínez Ruiz y Eduardo
Alfredo Ruffo, los dos agentes de la SIDE, la mano de obra del centro de
exterminio. Al final entró Guglielminetti, el agente del 601, ya
condenado por su intervención en el circuito del Atlético Banco y
Olimpo.
Arriba, entre las mujeres, Cecilia Pando le decía a una de sus
colegas que se quedara en su asiento. La mujer estaba parada y a punto
de armar un escándalo porque desde las pantallas veía entre el público a
los pañuelos de las Madres de Plaza de Mayo. Metros atrás, murmuraba
Bernardo Menéndez. Condenado a prisión perpetua en la causa de los Jefes
de Area y quien sigue en libertad por cuestiones procesales, hasta hace
unas semanas trabajó de abogado del ex militar Rubén Visuara, ahora
muerto, pero quien fue jefe de Cabanillas en la estructura represiva que
dependía orgánicamente de la SIDE de Otto Paladino.
Cuando todo el mundo ocupó su lugar, Gettas, presidente del
tribunal, leyó la sentencia. Pese a que aún no se conocen los
fundamentos, el TOF liberó a los represores de algunos cargos al parecer
porque equiparó los tormentos sólo a la figura de la tortura física,
una definición que los acusadores creen acotada porque no contempla
aspectos como el encierro, la alimentación y las demás características
que se les impuso a los prisioneros durante su cautiverio.
El fallo
Cabanillas fue condenado a prisión perpetua e inhabilitación
absoluta y perpetua por cinco homicidios. Le imputaron además la
privación ilegal de la libertad agravada, reiterada en 29 oportunidades,
cuatro de las cuales se extendieron durante más de 30 días.
Fue el único de los cuatro que recibió perpetua, porque es el único
condenado por homicidios. Fue acusado por los asesinatos de lo que se
conoce como los cinco tambores del río Luján, un grupo de prisioneros de
Orletti arrojados allí en octubre de 1976 y descubiertos por un
prefecto e identificados en 1989. Entre ellos estaban muchos de los
nombres que se gritaron a la noche en la sala de audiencias: los
mellizos Gustavo y Ricardo Gayá, Marcelo Gelman, Dardo Albeano Zelarayán
y Ana María del Carmen Pérez, arrojada con un tiro en la panza, con un
embarazo de nueve meses, la única embarazada encontrada hasta aquí en
ese estado, según explicaron durante el debate los integrantes del
Equipo de Antropología Forense.
En ese escenario, lo que a ojos de la fiscalía, el TOF dio por
probado en cuanto a Cabanillas son no sólo los hechos, sino su rol:
operó como jefe del OT18, como autor intermedio o nexo de la cadena de
mandos que hacia arriba tenía a Visuara y a Otto Paladino y hacia abajo a
la patota operativa o autores directos, integrada por Aníbal Gordon,
que ya está muerto, a Ruffo, Martínez Ruiz y a Guglielminetti.
La salida
–Señores –dijo el presidente del TOF–, el juicio ha terminado.
En la sala estaban muchos de los que habían sido testigos durante
las audiencias, las víctimas, los abogados. Los HIJOS. El Tano Santucho
corrió a abrazar a la uruguaya Sara Méndez, y una voz empezó a
recorrerlo todo, anunciando que ayer era además el día de su cumpleaños.
Sara estuvo secuestrada en Orletti y le robaron a su hijo Simón, a
quien recuperó después de veinte años. “Yo siempre digo que la justicia
cuando llega tarde no es justicia –dijo–, porque con la extensión de los
años se alarga la impunidad, pero en este caso es un paso más, y es la
lucha lo importante.” Otra de las uruguayas caminaba hacia la salida.
Iba a sumarse al escenario de HIJOS que trasmitió lo que sucedía en el
interior. “Creo que es importante”, decía Elba Rama. Ella viajó de
Uruguay especialmente para escuchar la sentencia. Quería estar, hacerse
presente, como un reconocimiento al colectivo de quienes llevaron
adelante el juicio, a la fiscalía, dijo, a la Secretaría de Derechos
Humanos de la Nación. Elba estuvo en Orletti con Carlos y Manuela
Santucho. Estuvo detenida del centro clandestino que funcionó en la SIDE
uruguaya poco después con María Claudia García Irureta Goyena, la madre
de Macarena Gelman.
Afuera, frente al edificio de tribunales de Comodoro Py, Edy
Binstock abrazaba a uno de los hijos de los Gayá. En el escenario, una
de las madres de Plaza de Mayo habló de los juicios. Blanca Santucho dio
vueltas entre los familiares. Alguien cantó el feliz cumpleaños para
Sara.
Fuente, vìa :
http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-165355-2011-04-01.html
http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-165355-2011-04-01.html
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