Mirta Meuli se lleva el bolso repleto de verduras de Fany López
después de intercambiar con ella su bisutería artesanal. “Vivo de una
pensión y el trueque me sirve para completar y zafar. Nunca me gustó la
venta, pero empezó mi hija, vine para ayudar y ya no me fui nunca más”,
explica Mirta, de 57 años, viuda con 4 hijos y 7 nietos. Mientras, Fany,
de 59 años y a cargo de 5 nietos de un total de 12, acude “por
necesidad” a canjear las hortalizas que cultiva o compra. “No laburo y
el trueque me dio de comer desde 2001, mi nieto más chico creció gracias
a esto. Me llevo azúcar, fideos, yerba, pero también ropa”, detalla,
con coquetería, en el Nodo de trueque de la Asociación Mutual Sentimiento,
con sede en el porteño barrio de Chacarita y fundada durante 1998 por
una quincena de presos y exiliados políticos durante la última dictadura
en Argentina (1976-83).
“Nuestra realización como seres humanos no necesita estar
condicionada por el dinero”, comienza la Declaración de principios del
Nodo de trueque, un centro de intercambio de bienes y servicios
constituido en 1999. Bueno, tan sólo se necesitan tres pesos (menos de 1
euro), aunque la contribución no es obligatoria, para pagar la entrada y
cubrir los gastos de mantenimiento. Alrededor de una treintena de
personas se reúnen ahora dos días por semana en una planta del inmueble
de oficinas cedido por el Gobierno argentino, pero diez años atrás la iniciativa llegó a contar con más de 5.000 miembros distribuidos
por todos los pisos del antiguo edificio ferroviario. Por entonces, el
proyecto se expandió a causa de las carencias del pueblo argentino tras
el corralito financiero de diciembre de 2001, colofón
de la recesión económica sufrida por Argentina desde finales de la
década precedente como consecuencia del déficit fiscal y la deuda
externa generados por la paridad con el dólar aplicada por el presidente
Carlos Menem.
Aunque “la política se metió por medio” para obstaculizar una
iniciativa al margen del sistema monetario e introdujo falsificaciones
entre los créditos ideados por la organización para canjear desde
alimentos básicos por una obra de albañilerías hasta electrodomésticos y
libros por una consulta médica o jurídica, el Nodo de trueque decayó,
simplemente, por la posterior recuperación económica del país. Aparente
fracaso, éxito evidente. “Fue positivo, porque la gente consiguió
trabajo”, recuerda la coordinadora del espacio, Mercedes Gómez.
Actualmente, “la mayoría es gente grande que viene porque encuentra un
lugar de contención y compañía”. Así lo confirma Fany López: “Me hace
mucha terapia, es un grupo bueno de amigas”. Y, de hecho, Mirta Meuli
apunta que “la mayoría ya no lo necesita, sólo pasa
hambre una sola persona que vive una villa miseria cercana”. Mientras
alrededor se disipan dudas sobre unas gafas graduadas, las dos se
muestran fotos de los nietos después de recoger sus puestos, pues en un
rato toca sesión de bingo. “Nunca jugaba, tardé más de medio año en
engancharme, pero ahora no falto nunca”, sonríe Mirta.
Menguó el trueque, pero crecieron otras iniciativas en la Asociación
Mutual Sentimiento. Pese a la precariedad de la sede, pues el contrato
de cesión depende de una prórroga por parte de la Administración de
Infraestructura Ferroviaria (ADIF) tras frenarse en 2009 una orden de
desalojo gracias a una campaña de protesta con desnudos incluidos,
las seis plantas del edificio cuentan con un centro de salud natural,
farmacia de medicamentos genéricos, aulas de universidad popular,
estudio de radio y múltiples actividades culturales. Una apuesta por la
transformación de la realidad mediante acciones concretas con el
respaldo de más de 5.000 asociados. “Fuera consignas si no podemos
llevarlas a la práctica, porque la gente está podrida de ideologías”,
subraya la presidenta de Mutual Sentimiento, Graciela Draguicevich.
“Incidir en la política al margen de los partidos”
Militante del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) durante la
década de los 70, estructura armada del marxista Partido Revolucionario
de los Trabajadores (PRT) creada con el objetivo de imponer la
revolución socialista en Argentina y extenderla al resto de América
Latina, Draguicevich y otros compañeros guerrilleros en la
clandestinidad fueron apresados meses antes del golpe militar que
derrocó el gobierno presidido por María Estela Martínez, Isabelita Perón, en 1976 e instauró una brutal dictadura en el país hasta 1983. “Nos chuparon fuerzas paralegales,
y estuvimos desaparecidos 20 días hasta que nos legalizaron ante un
juez. Pero, aunque nos declaró en libertad, permanecimos en prisión a
disposición del poder ejecutivo nacional seis años y medio, hasta 1981”.
Tenía entonces 21 años, un hijo de dos y estaba separada. “Él era
empresario y yo guerrillera, así que aguantamos lo que pudimos. No pude
tocar a mi hijo hasta los cinco años, sólo lo veía a través de un
cristal en la cárcel. Éramos muy jóvenes, pero nos movíamos como un
grupo muy fuerte y organizado que reemplazaba a la familia y nos
permitía resistir. Nunca trabajé tanto como dentro de la cárcel. Además,
los organismos de derechos humanos nos visitaban permanentemente con
objetivo de mantenernos con vida a los 12.500 presos políticos”. Aún así
“mataron a un compañero y sufrimos mucha represión física y
psicológica, torturas, sin agua, con música fuerte días enteros…” Una
vez liberada, Graciela Draguicevich, con pareja también militante y dos
hijos más, colaboró con asociaciones humanitarias hasta, en primer
lugar, lograr excarcelar a todos los compañeros y, posteriormente,
impulsar la aprobación de leyes de reparación y memoria histórica a
favor de los desaparecidos, presos, hijos y exiliados. “No nos
interesaban los partidos políticos”. A raíz de la constitución de
Solidarios ante la Opresión y por la Libertad (SOL) como consecuencia de
una reunión de antiguos presos políticos, “nos dimos cuenta de que
había voluntad para armar algo, una ONG para incidir en la política al
margen de intereses partidarios”. Y así nació Mutual Sentimiento.
Mediante “los ahorros y el esfuerzo de muchas personas, sudor y
sudor, porque no se sostendría sin militancia”, la asociación se
consolidó y creció a partir de 2001 con la creación de una Mutual
Sentimiento en Suiza, desde donde proviene parte de su financiación para
sostener una estructura con medio centenar de empleos directos. Sin
olvidar antiguos ideales, desde Mutual Sentimiento optan ahora por “una
revolución ecológica, porque implica un cambio total en las ideologías y
en el sistema económico basado en la explotación y producción”. Y la
insurrección verde parte, justo al lado de la sede de la asociación,
sobre una callejuela empedrada hacia una antigua nave ferroviaria.
“Un pedazo de campo en mitad de la locura de la ciudad”
“Bajo los adoquines está la playa” escribieron los estudiantes sobre
los muros de París durante la revuelta de Mayo de 1968 como protesta por
el sistema económico capitalista. Y quizá la utopía expresada en la
pintada francesa sí se alcanzó, aunque no entonces ni allá. El pavés al
costado de la estación Lacroze del Ferrocarril Mitre no oculta ninguna
playa, pero entre rieles abandonados sí está el campo. Literalmente. Y
no sólo por una pequeña huerta orgánica ahí cultivada, sino sobre todo
por los múltiples frutos del campo expuestos por los propios productores
dentro del recuperado tinglado ferroviario. Es el Centro Comunal de
Abastecimiento El Galpón.
“Es un pedazo de campo en mitad de la locura de la ciudad, para
escapar sin salirse de ella”, corrobora el coordinador del espacio,
Federico Arce. Fundado a finales de 2005, El Galpón pretende “plantear
una alternativa al neoliberalismo, defender la soberanía alimentaria y
articular un espacio entre productores con conciencia y consumidores
responsables, sin necesidad de intermediarios ni de agroquímicos”. Pura
‘ECO-nomía social’, un término exhibido en el recinto de chapa pintada
de amarillo para unir al concepto clásico de la iniciativa solidaria la
etiqueta ambiental. Y ahí acuden alrededor de 2.000 personas dos días
por semana para comprar, excepto vacuno y pescado, casi de todo, pues
aparte de alimentación también se venden complementos artesanales,
cosmética natural o filtros de agua. Y, todo ello, con un precio
asequible. “Es un poco más caro que en el supermercado, porque demanda
una mayor mano de obra que la producción industrial”, argumenta Arce
sobre el principal inconveniente del género ecológico, aunque también se
vuelve una ventaja al crear más empleo. De hecho, detrás de los 22
puestos está el esfuerzo de más de 300 familias, en su mayoría
productores agropecuarios de la provincia de Buenos Aires.
“Una feria normal antepone la cuestión individual, pero acá se trata
de elevar la calidad de vida del productor, es un proyecto a largo plazo
para primar el valor humano sobre el capital”, resume el coordinador de
El Galpón, el campo entre rieles. “Arriesgamos la libertad y la vida,
convencidos de que era la forma de llegar al poder, pero el poder no se
toma, se construye y no sirve si no cambias la conciencia de la gente”,
sentencia la presidenta de Mutual Sentimiento, una vía hacia la utopía.
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