Pensaba
el otro día que con la edad se me iban a acabar las preocupaciones de
los hijos. Pensaba, casi ingenuamente, que apenas cumpliera mi hijo
veinte y mi hija quince, y yo rayara los cincuenta, tan tan asunto
concluido, pero luego de un rato de darle vuelo a la preocupación caí en
la cuenta de que cuando los hijos crecen, los problemas también
crecen, y seguramente estaré para entonces preocupado no porque se
vayan a hacer pipí en los calzones sin avisar sino por si encontraron o
no trabajo, y luego por si se casaron con un buen hombre o una buena
mujer, y luego viene el asunto de los nietos, si nacerán completos,
quiero decir con los dos ojos, las dos piernas, las dos manos, y si
crecerán sanos, porque a quién no le gustaría asegurarse de que los
nietos corran con la misma suerte de sus padres, si fue buena, o no la
corran, si mala fue, y mientras todo esto pensaba me di cuenta otra vez
que por pensar tanto me perdí la posibilidad de ver a esas mujeres
hermosas que pasaron y escuchar a esos pájaros que cantaron, y que es
así, pensando en el pasado o en el futuro, como se nos va en vida lo
único real que tenemos en las manos: este día.
Fuente, vìa :
http://www.jornada.unam.mx/2011/03/20/sem-rogelio.html
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