La firma del
pacto entre directivos de grandes medios de comunicación, para limitar y
uniformar los criterios de información sobre la violencia, se convirtió
en una emisión más de un reality show a la que tan afectos son las televisoras. Con el Museo de Antropología convertido en gran set de filmación, la telecracia dejó en claro cuáles son sus cartas en el pulso por la nación en juego.
El espectáculo, transmitido en cadena nacional voluntaria y repetido en los telediarios, fue una puesta escena para
la Historia. Los conductores, en el papel de sí mismos, se vistieron con el ropaje de la
conciencia nacional encarnaday hablaron frente a las cámaras rebosantes de espíritu cívico. Ni realidad ni ficción, sino manifestación de hiperrealidad, el show fue complementado con videos de testimonios de (¡faltaba más!) personalidades importantes y testimonios sobrecogedores.
La firma continúa la labor del
Acuerdo México, el proyecto en el que las televisoras hicieron de la filantropía un programa de telerrealidad, para mostrar que en México suceden cosas buenas, justo cuando la crisis económica sume en el desempleo y la desesperanza a millones de mexicanos, y los saldos violentos de la lucha contra el narcotráfico dibujan un país abatido y desesperanzado. Se trata de emprender una cruzada por forjar otro imaginario nacional, más light.
Firmado en un momento en que la percepción de amplios sectores de la
población es que la guerra contra el narcotráfico de Felipe Calderón es
un fracaso, y que es la responsable de la ola de violencia incontrolable
que se vive, el acuerdo forma parte de una guerra semántica para
construir un discurso informativo sobre
la realidada la medida de los intereses del gobierno federal.
La firma del acuerdo es, implícitamente, la confesión de un fracaso.
Al buscar normar lo que debería ser evidente demuestra que la realidad
es distinta a como quisiera que fuera. Decir que con el pacto se trata
de evitar que los medios conviertan a
presuntos delincuentesen “víctimas o héroes públicos es sorprendente. Si con todos los recursos publicitarios que ha desplegado no ha logrado ya hacerlo, y la población sigue viendo en ellos figuras a emular, la situación es muy grave.
Lo cierto es que la estrategia informativa del gobierno ha sufrido un
descalabro tras otro. A comienzos de la administración de Felpe
Calderón, cuando la numeralia macabra de asesinatos comenzaba a ascender
vertiginosamente, varios secretarios de Estado se reunieron con
directivos de los medios de comunicación para hacerles ver que era
equivocado reportar esas muertes como ejecuciones. La sugerencia no resistió el empuje de la realidad. En todas partes se habla hoy de ejecuciones.
Lo mismo sucedió cuando, más adelante, se quiso presentar el
problema de la inseguridad pública y la violencia como asunto de
percepción construida por el amarillismo informativo de los medios de
comunicación. Diversos comunicadores aparecieron en la pantalla chica o
llenaron decenas de líneas ágatas para mostrar cómo la situación en
México era mejor que en Brasil. Sin embargo, su castillo de naipes
informativo se derrumbó con los primeros soplidos de la realidad. Una
ola de descabezados y más inocentes muertos evidenciaron que la
inseguridad es un hecho real, no algo fabricado por los medios.
La firma del acuerdo da a Los Pinos un respiro a corto plazo. La
publicación de los informes de la embajada de Estados Unidos acerca del
fracaso de la guerra contra el narcotráfico le hizo perder al gobierno
federal su capacidad para fijar la agenda política e informativa
nacional. Las filtraciones de Wikileaks centraron la atención
de la opinión pública en la subordinación de Felipe Calderón a los
intereses de Washington, y en la injerencia del Departamento de Estado
en asuntos internos de México.
Esta percepción fue reforzada por la divulgación en los medios de información estadunidenses de la operación Rápido y furioso
y los vuelos de aviones no tripulados de Estados Unidos en la frontera
mexicana. Estas acciones fueron vistas por amplios sectores de la
población como graves violaciones a la soberanía nacional.
Durante más de mes y medio, la estrategia de comunicación de Los
Pinos naufragó. Sus maniobras apenas le permitieron contener el daño,
aunque con no mucha fortuna. Felipe Calderón fue acorralado
informativamente.
Es apenas con la firma del
Acuerdo para la cobertura informativa de la violencia del crimen organizadoque Los Pinos pudo zafarse del jaque informativo y volver a poner su agenda en el centro del debate. No en balde el jefe del Ejecutivo expresó su beneplácito con la medida, pues, dijo,
la participación de los medios de comunicación es crucial para consolidar una política de Estado en materia de seguridad.
La guerra contra el narcotráfico es el asunto central de la
administración de Felipe Calderón. Será también tema medular de la
próxima campaña electoral por la Presidencia de la República. Uno de los
cables enviados por el ex embajador Carlos Pascual es explícito sobre
este asunto.
La firma del acuerdo deja en claro de qué lado de la cancha están
jugando los grandes medios de comunicación argumentando que defienden
los intereses nacionales. No fue necesario que se apareciera en el set
televisivo ningún funcionario gubernamental. El reality show montado tiene un beneficiario inmediato: Felipe Calderón y su agenda electoral.
Fuente, vìa :
http://www.jornada.unam.mx/2011/03/29/index.php?section=opinion&article=026a2pol
http://www.jornada.unam.mx/2011/03/29/index.php?section=opinion&article=026a2pol
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