Pero bueno, imposible saber lo que ocurría en su cabeza, en sus venas. No vale la pena intentar entender el porqué de tan joven partida, ni considerar las formas de su partitura final. Asuntos del espíritu químico, lo que sí vale es recordarlo, pero reconociendo que México no supo encomiarlo bien (así lo reconocen los miles de cibernautas que pusieron el tema de su muerte en tercer lugar de Twitter). Claro, lo que pasa es que Eugenio era de los que se ponderaban solos. Era de los que se sabían completos y seguros y, sobre todo, de los que entendían que este país da poco si antes no has mordido el polvo, si no aprendes a caminar erguido.
Pese a ello, con el aire ornamentado a base de swing, suites y finísimos arreglos, el velorio de Eugenio Toussaint recibió a cientos de músicos de distintas edades y géneros; colegas, amigos o seguidores recientes de su arte, todos conmovidos hasta las lágrimas. Entre ellos recordamos con especial empatía al contrabajista Aarón Cruz y al baterista Gabriel Puentes, miembros de su último e impecable trío, ése con el que hizo algunas de sus mejores piezas (inicialmente formado con Agustín Bernal). Igualmente recordamos a Cecilia y Fernando Toussaint, otros personajes señeros de nuestra banda sonora, incompletos por vez primera, aguardando al gran Enrique Toussaint, bajista dotado que compartiera años de giras y conciertos al lado de Herb Alpert y Paul Anka, cuando la vida sonreía a tres hermanos que navegaban juntos.
¿Discos, conciertos, colaboraciones, producciones, jingles publicitarios? Muchas son las piezas que podríamos comentar de Eugenio Toussaint. El álbum Oinos, la obra Popol Vuh, palomazos televisivos con gente como Omar Sosa, y de ahí hasta anuncios de Colgate. Pero, además, el libro de su vida hecho con el buen oficio de Antonio Malacara, Eugenio Toussaint, las tangentes, el jazz y la academia. Un trabajo nutrido y animado que hace dos años terminaba con estas palabras: “No me arrepiento de nada de lo que he hecho. Si alguna vez llegué a hacerles mal a algunas gentes, fue sin quererlo [...] ¿Qué legado le puedo dejar a mis hijos? ¿Qué legado le puedo dejar a mi país? ¿Qué legado le puedo dejar al mundo? Es mi música. Y eso es lo más importante. Hay mucha ya hecha, y espero que la vida me dé para seguir haciendo mucha más. La música tiene que ser el fin último de mi vida.” Y así fue, por lo que puede descansar en paz. Gracias, Eugenio.
Fuente, vìa :
http://www.jornada.unam.mx/2011/02/27/sem-alonso.html
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