La nota que leerá a continuación es una réplica del artículo leído en magis en la edición de octubre-noviembre 2010, una revista creada por el ITESO para los alumnos egresados de sus aulas.
Me
pareció importante compartir con ustedes una pequeña reflexión entorno a
este tema, porque constantemente como editora de este espacio me atañe
abordar la temática de migración y los derechos de las personas que cruzan nuestro país
para llegar a Estados Unidos y tener un mejor nivel de vida, pero
desgraciadamente muchos de ellos se quedan aquí con una suerte de
existencia que estoy segura pocos de nosotros toleraríamos.
Entre ellos hay un sector creciente y olvidado: las mujeres.
Desde mi punto de vista las mujeres somos una fuerza que poco a poco
está cambiando a la sociedad y nos convertimos en el motor que mueve a
muchos sectores, pero en su caso (migrantes centroamericanas) son
víctimas de trata y prostitución que al final las convierte en menos que un trozo de carne para mercar.
El artículo de dicha revista se basa en el libro “Los migrantes que no importan” del periodista salvadoreño Óscar Martínez. Lo recomiendo ampliamente si es que no lo han leído.
Está oscureciendo y nos encontramos en un “centro botanero”, un lugar con mesas de lámina, sillas de plástico, una rockola,
mujeres en poca ropa y una barra donde se despacha cerveza y platitos
con carne de res, alitas de pollo y otras botanas. El lugar puede ser
llamado, Tropicana, Calipso o el Paraíso, el nombre que prefieran da
igual pues la ubicación será la misma: la zona de tolerancia de la frontera entre México y Guatemala.
Está del lado mexicano y todos los bares de esta categoría tienen la
misma dinámica y casi a las mismas historias humanas entre prostitución,
bailes eróticos, violencia y vidas consumidas por la noche.
Tapachula, Tecún Umán, Cacahuatán, Huixtla, Tuxtla Chico, Ciudad Hidalgo todos son sitios donde es difícil encontrar a mujeres mexicanas
porque la mayoría tienen rasgos indígenas y porque las más cotizadas
son las salvadoreñas y las hondureñas, pues las guatemaltecas tienden a
tener tez más morena y parecerse a las mexicanas.
De los dueños
sólo se puede decir que manejan sus negocios con sigilo, terror y
hermetismo, pues emplean a indocumentadas y muchas veces las mantienen
contra su voluntad como si fueran animales dispuestos a emprender el
vuelo a la primera señal de “libertad”: bajo llave en pequeños cuartos.
Las que llegan por su propio pie lo hacen porque ya han vivido en peores
contextos que este, como puede ser en la calle, con violencia sexual
extrema, con padillas o con hambre extrema.
En
este mundo nocturno y diurno también, lejos está de la ayuda
internacional y de las organizaciones no gubernamentales. El temor a ser
deportadas y a regresar a lo que han vivido las aleja de pedir ayuda y
aunque hay personas cerca de la zona queriendo ayudar, ellas mismas se
esconden y protegen para no ser alcanzadas. En resumidas cuentas, un
complejo sistema de mentiras y coerciones sociales son las que se
desarrolla en toda la zona.
Los empleos de las mujeres centroamericas son dos: como meseras o “ficheras”
y su función es bailar con los clientes, escucharlos y divertirlos con
la condición de ganar muy poco y vivir encerradas por los dueños de los
botaneros o como bailarinas y prostitutas, pues al llenarse el local se suben a los tubos y esperan por clientes para irse al motel y “ocuparse”.
¿Quién
dijo que sólo los migrantes hombres sufren en el trayenco? Las mujeres
migrantes también sufre el camino y muchas, se quedan estancadas en el
camino, atrapadas por un destino que no querían y ahora tienen que
cumplir.
Imagen: Ruido Photo - Magis
Fuente, vía :
http://vivirmexico.com/2010/12/las-esclavas-invisibles-prostitucion-centroamericana-en-la-frontera-sur?utm
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