¿Por qué demonios no existe la palabra testiga?, ¿acaso
porque algún desconocido decidió que Dios debería ser
hombre y no mujer? La Torre Eiffel es testigo mudo de
miles, de cientos de miles y de millones de ojos que
posan en ella no sólo su mirada sino algunas porciones
de su alma. La Torre Eiffel, testigo inmortal de incontables
pasos, de rostros niños, de caras viejas, de historias
de amor y de desamor, de anhelos y de sueños tejidos
con las agujas de los tiempos presenciará el fin de la
historia y el fin del mundo. Y lo hará como testiga de
esos caminares, en cada kilogramo de sus siete toneladas
de hierro y en las tintas de Carmen Parra.
Las inmensas y fuertes piernas de hierro de la edificación
son inamovibles. Suceda lo que suceda, la Tierra
nunca logrará moverla. El hierro, al igual que la historia
y que el arte, es para siempre. Como la Torre Eiffel,
cuya inmensa memoria se aloja en otro mundo y en cuya
obra han quedado grabadas, también para siempre,
miles, cientos de miles, y millones de palabras. La Torre
Eiffel es uno de los hitos del mundo y de los quehaceres
de la artista mientras caminaba a su lado.
En la Oda a Eiffel, que no es otra cosa sino la misma
Parra convertida en arte, la artista aprehende el hierro
por medio de la pintura para darle voz a su imaginario
y a algunas porciones del bestiario que lleva por dentro, y
que necesita exteriorizar para que dialoguen entre sí
y con las leyendas acumuladas en torno a la Torre. Los
toros y los rinocerontes del bronce parisino se convierten
en los toros y en los rinocerontes de las tintas parrianas.
Unos de metal y de tiempo, otras de pinturas y pasiones,
unos que observan y que son compañeros de las
largas noches de la Torre, otras sensibles, femeninas y
prudentes. Todos, maestros del arte de aguardar. Los
de metal esperan la noche: saben que el día traerá miradas
y voces; los de tinta aguardan como lo hacen los
amantes: con pasión, con inquietud, con deseo. Unos
y otros son testimonio de las madejas que se hilvanan
cuando las miradas del mundo y de la creación se entrecruzan.
Ya lo dijo Pablo Picasso: “Las pinturas son
mentiras que cuentan la verdad”.
Aunque ninguno habla comparten el mismo lenguaje.
Los testimonios de la Torre Eiffel y del bestiario que
habita en el alma de Parra hablan como lo hacen las obras
de arte: cuando se les imagina, cuando se les piensa, cuando
se escribe la palabra testigo o testiga. ¿Quién es el testigo
que cavila en silencio: quién mira o quién es mirado?
Parra, en la Oda a Eiffel sugiere que la voz es de los
dos y que las miradas son un ir y venir que se sabe que
empezó algún día pero que se ignora cuando finalizará.
Quizá, por eso, sea mejor pensar que tanto el que ve
como el que recibe los ojos es idéntico. Quizá, por lo
mismo, en la construcción de su torre, Carmen se repite
y se repite. Como lo hace el tiempo, como lo cuenta
la vida, como lo vive el hierro inmortal y como lo saben
los toros y rinocerontes parisinos que deambulan, perpetuamente,
en las calles parisinas de Parra.
Fuente, vìa :
http://www.revistadelauniversidad.unam.mx/4808/kraus/48kraus.html
http://www.revistadelauniversidad.unam.mx/4808/kraus/48kraus.html
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