Hace un par de años, un amigo del que me honro, Esteban Mira Caballos, publicó un libro excelente, Conquista y destrucción de las Indias,
en el que intentaba averiguar la veracidad de Bartolomé de las Casas en
su narración sobre la invasión española y portuguesa de América, la Brevísima relación de la destrucción de las Indias.
Esteban es historiador de la Universidad de Sevilla, especializado en
el tema de América, y su libro ha levantado ampollas entre profesores y
catedráticos de la universidad, sus compañeros de estudios de ideología
conservadora. Pero ha sido alabada por Josep Fontana, catedrático de la
Universidad de Barcelona y uno de los historiadores más prestigiosos de
nuestro país. La integridad intelectual de Esteban está fuera de
sospecha: para preservar su libertad de pensamiento, prefiere ser
profesor de secundaria y escribir lo que cree verdadero sin depender de
nadie. Gracias a ese talante independiente podemos disfrutar de sus
aportes innovadores sobre la historia de España.
En
ese estudio demostraba que la descripción lascasiana del genocidio
americano no tiene un ápice de exageración. Se cometieron barbaries
increíbles, crímenes incontables, asesinatos, violaciones y torturas por
miles de miles, un reinado del terror para someter a la población
indígena del Nuevo Continente recién descubierto. Las Casas habla de
millones de muertos, pueblos enteros pacíficos y hospitalarios fueron
pasados a cuchillo en el continente, archipiélagos del Caribe devastados
quedaron desiertos de seres humanos tras la invasión española, guerras
desiguales en las que unos pueblos desnudos y con flechas rudimentarias
se enfrentaban con hombres acorazados y armados con armas de acero y
fuego; también nos habla de los asesinatos de niños y mujeres
embarazadas, de las miles de personas quemadas en la hoguera o empaladas
en estacas, de los castigos corporales y el trabajo excesivo, etc.
Esteban Mira ha investigado en los diferentes Archivos de Indias, que
contienen los documentos de la conquista, para comprobar que todo lo que
cuenta Las Casas es verídico, no pertenece a la fabulación del teólogo
dominico, sino a los hechos históricos.
Hoy se
calcula que el 90% de la población americana desapareció en ese choque
de civilizaciones, 70 millones de muertos. Cierto que las epidemia
causaron una buena parte de la mortandad; pero también es cierto que la
reducción de los pobladores originarios del continente americano a la
esclavitud, mediante la práctica de la encomienda, debilitó
espiritualmente y corporalmente a los aborígenes con castigos y
penalidades, imponiéndoles el trabajo hasta la extenuación. También es
cierto que hubo una legislación protectora de los indios, pero sin
efecto ni aplicación, fue puro papel mojado para salvar la cara de la
monarquía española. La conquista de un territorio tan vasto como el
continente americano fue un prolongado acto terrorista en la que una
jauría de lobos entro a saco en un rebaño de corderos.
Un
argumento que se ha dicho para justificar ese horror, es que cualquiera
hubiera hecho lo mismo; incluyendo en ese cualquiera a las propias
víctimas. No se puede ignorar el grado de incapacidad moral y la falta
de penetración psíquica que contiene esa falacia. En primer lugar,
equipara las víctimas a los criminales, todos son lo mismo: si la
víctima pudiera se convertiría en verdugo. Pero el hecho es que esas
víctimas padecieron los crímenes contra la humanidad, no fueron ellos
quienes los cometieron; y los verdugos atentaron contra los derechos
humanos sin merecer el más mínimo paliativo. No se puede compara lo uno y
lo otro. Y en su mayor parte la población americana -aún sometida a los
imperios azteca, inca y maya-, vivía en paz antes de la conquista. Las
Casas describe a los indios como pueblos pacíficos y tranquilos,
asaltados por criminales sin escrúpulos.
En
segundo lugar, la falsedad de ese argumento no reside sólo en su
descalificación de la especie humana en general, sino que indica una
peligrosa identificación con los vedugos. Hay que decirlo bien alto y
claro: los españoles han sido peores que otros pueblos –y posiblemente
lo siguen siendo-; el que se identifique con lo español, con el Estado y
la Iglesia de España, es sospechoso de intenciones genocidas. Pues la
historia se ha repetido muchas veces, comenzando por la conquista y
destrucción de al-Ándalus por los reinos cristianos de la península,
siguiendo por la conquista de América, continuando con las guerras de
religión en Europa, con la criminal guerra de Cuba y también, ya en el
siglo XX, con el genocidio de la guerra del Rif contra la República
revolucionaria fundada por Abd-el-Krim. La culminación de esa historia
de crímenes fue la guerra civil, un nuevo genocidio contra los pueblos
de la península ibérica.
Se ha repetido hasta
la saciedad también que el objetivo de la conquista fue la conversión de
las masas americanas al cristianismo, la redención de las culturas
indias que todavía se encontraban en el paganismo. Se ha hablado de los
hechos heroicos que se realizaron en pos de esa grandiosa hazaña por la
fe católica. Toda esa épica se puede desmontar en pocas palabras, cuando
se conoce la verdad de la historia: los conquistadores no fueron
héroes, sino asesinos. Y su objetivo no era la salvación de los indios,
sino la búsqueda de oro y plata para enriquecerse y labrarse un futuro
de prosperidad al regresar a su patria. Esas riquezas eran robadas a los
indígenas americanos, después de matarlos. La mayor parte de los
metales preciosos adquiridos era destinado vía impuestos a engrosar las
arcas del Imperio, exhaustas por las continuas contiendas entre los
Estados europeos. La monarquía española permitió todas las atrocidades
porque necesitaba oro y plata, para financiar sus guerras en Europa
contra los herejes protestantes, buscando su sometimiento a la fe
católica. Además recuérdese que los indios tuvieron que trabajar como
esclavos en las minas, tras el descubrimiento en Potosí de una fabulosa
montaña, llena toda entera de minerales preciosos que hoy en día,
después de 500 años, todavía está en explotación.
Buena
parte de ese oro fue derrochado por los españoles. No sólo por la
financiación de las guerras, sino para la importanción de mercanciás. La
llegada masiva de metales preciosos a las economías de los reinos
peninsulares -Andalucía, Castilla, Valencia, Galicia, Cataluña, etc.-,
provocó una inflacción de precios que acabó por hundir la actividad
productiva, ya deteriorada tras la derrota del movimiento comunero -de
carácter burgués y artesanal-, y la expulsión de moriscos y judíos
marranos de la península ibérica. De ese modo, desapareció una rica y
floreciente industria que se había desarrollado en los albores de la
Edad Moderna en la península ibérica. Con la economía hundida, la mayor
parte de las mercancías que se consumían en la península ibérica
provenía del extranjero. Por eso, la mayor parte de los tesoros
importados desde América acabaron en las arcas europeas. Como dice
Quevedo, don Dinero nace en las Indias honrado,…, viene a morir en España y es en Génova enterrado.
La
cantidad de oro y plata llegadas de América fueron utilizadas para
acuñar moneda en Europa, de modo que el comerció floreció y con éste la
industria. Es la etapa mercantilista del primer desarrollo capitalista:
mientras el Imperio español dilapidaba sus ganancias fácilmente
conquistadas con el robo y el crimen de los pueblos americanos
indefensos frente a los codiciosos españoles, los Estados europeos se
empeñaban en atesorar metales preciosos para garantizar el comercio y la
prosperidad de sus países. Una prueba más de que el Imperio y el
capitalismo van siempre juntos. Dicho se de paso en eso se equivocó
Lenin, cuando dijo que el imperialismo es la fase superior de
capitalismo; por el contrario, el imperialismo, la rapiña de materias
primas para impulsar el desarrollo económico, es la otra cara del
capitalismo desde sus orígenes. Lo que pasa es que aquel capitalismo
incipiente estaba naciendo entre los pliegues de la monarquía absoluta,
protegido por ella; pero también en guerra contra ella. Dicho sea en
honor de los holandeses y su guerra de independencia contra el Imperio
de Felipe II.
Lejos de los fastos del
Descubrimiento, lo que mañana tenemos que conmemorar no son las hazañas
gloriosas de nuestros antepasados, sino los crímenes injustificables de
nuestra historia. Un día de meditación y humildad, solicitando el perdón
de las víctimas y ofreciéndoles la necesaria reparación.
Fuente, vìa :
http://www.kaosenlared.net/noticia/mayor-genocidio-historia-reflexiones-sobre-12-octubre
No hay comentarios:
Publicar un comentario