El presidente Sebastián Piñera adelantó en una entrevista a The Times,
previa a su visita oficial a Londres, que de ahora en más Chile será
recordado en el mundo no por Pinochet sino por el rescate de los
mineros. En la esperanza de prolongar indefinidamente la exposición que
logró mediante la espectacular operación de salvataje, transformada con
habilidad en un “reality show”, no extrañaría que se paseara por Europa
vestido con la estética que lució en Atacama: campera rojo pálido y
casco blanco.
En la misma entrevista, este habilidoso empresario, que se hizo rico en los años más trágicos para millones de chilenos, prometió llevar rocas – extraídas por los mineros de San José en su forzado encierro - como obsequio para la reina y el primer ministro británico David Cameron. También señaló, en sintonía con lo que ya varias veces dijo en otras entrevistas, que escuchaba “como una voz interna que me decía que los mineros estaban con vida”, lo que abonaba con interpretaciones cabalísticas sobre el número 33, la edad de Cristo, y coincidencia de sumas y restas del mágico. Convicciones religiosas un tanto heterodoxas, en una familia de vínculos con el Opus Dei, especialmente su mujer, otra de las figuras televisivas del rescate, junto al ministro de Minería, Laurence Golborne, también un empresario ahora catapultado a la carrera presidencial, con el tiempo necesario.
Sin embargo, más allá de las señales milagrosas y los números mágicos que acompañan a Piñera, hay que admitir que fue un cálculo de costo beneficio que seguramente decidió el rescate de los mineros. Los 10 o 15 millones de dólares que costó la operación al Estado chileno, relevando la responsabilidad de la empresa propietaria de la mina, que inmediatamente de ocurrido el desastre preparó la quiebra, no es demasiado para lo que ya ha reportado en ganancia de imagen y proyección política de Piñera. En la eficacia del rescate contaba con la dilatada experiencia técnica de los técnicos y trabajadores chilenos. Un segundo aspecto de la acción y redituable en términos políticos es el manejo mediático, para lo que él mismo tiene un buen entrenamiento. Ya se lo vio cuando el terremoto ponerse el caso con la lamparita recorriendo las zonas siniestradas. El operativo mismo del rescate, contó un prolijo montaje a cargo de TVN, la televisora oficial, que emitió durante 31 horas – un verdadero récord - la película de los mineros y de Piñera como símbolo de la unidad nacional. Una experiencia interesante para ser analizada por los especialistas en “mass media”.
Hasta ahora el balance de los números constituye una ganancia de varios puntos en la imagen del presidente chileno, que pasó del 45 al 56 por ciento de popularidad, según los últimos sondeos.
Al rescate de la memoria
Cuando se van apagando las luces del campamento llamado Esperanza, que se emplazó en Copiapó, quedan los mineros. Bien dijo uno de los rescatados en la primera oportunidad que tuvo: no queremos que nos traten como artistas o periodistas, somos trabajadores. Difícil trance el de escapar a semejante radiación mediática. Tendrán que sumar al padecimiento de los días que pasaron a 700 metros de profundidad, el de la transición a una vida más o menos normal.
Cuando los 33 quedaron sepultados en la mina San José, otros 300 mineros fueron sepultados en el desempleo, por la quiebra de la empresa que ya les venía pagando mal y tarde. Ellos y el sindicato que los representa fueron excluidos del show televisivo.
Una serie de accidentes, con muertos y heridos, clausuras y reaperturas poco transparentes, jalonan los antecedentes de la minera San José. Pero no es la excepción en la minería chilena y mundial. El sindicato denunció ya en 1999 numerosas anomalías en la seguridad y en las de trabajo.
A menos de 48 horas del rescate de Copiapó, Roberto Benítez Fernández, un minero de 26 años, murió aplastado por una roca de una tonelada a mil metros de profundidad, en el interior del yacimiento Botón de Oro en Petorca, Región de Valparaíso, informa el diario chileno La segunda. Ni hablar de 20 mineros muertos en China y otros sepultados en Ecuador. Ahora son noticia.
Chile es el principal productor de cobre del mundo, en un período donde el mineral tiene los mejores precios relativos de su historia. Sin embargo los mineros siguen padeciendo un régimen laboral pinochetista. Allí está el crimen. Chile no ha firmado el convenio 176 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), que garantiza un mínimo de condiciones de trabajo seguro para los mineros. Y pese a las gestiones realizadas por el director de la OIT, el chileno Juan Somavía, ante sus propios ex compañeros del gobierno de la Concertación. Por cierto, que aceptar la necesidad de reformas laborales, que hoy proclama como necesarias un gobierno de derecha como el de Piñera, rompía el modelito económico neoliberal, en el que navegaron con comodidad durante 20 años los gobiernos de la Concertación.
Los mineros chilenos y a través de ellos los de otras partes, de golpe se hicieron visibles para miles de millones de personas en el mundo. Hay que rescatar sus historias. Como recuerda Ariel Dorfman fue la minería la forjó Chile. Vida y obra de los mineros se puede recorrer a través de toda la literatura chilena. Desde el Baldomero Lillo, que él evoca, pasando por Neruda, Manuel Rojas, hasta El Mocho, del inolvidable José Donoso, entre otros.
Alejandro Chelén Rojas, ex senador y fundador del Partido Socialista, él mismo había sido minero. En su casa en Santiago, donde había atesorado una de las más importantes bibliotecas del pensamiento socialista de América Latina, saboreando un buen vino o pisco, me contaba anécdotas, historias de vida de mineros. Como director de la editorial Quimantú inició, en 1972, la colección de los minilibros con El Chiflón del diablo, en una tirada de 50 mil ejemplares.
Los mineros de la cordillera Andina heredaban el temple de los pueblos originarios, conjeturaba Chelén. En efecto, trabajaran frecuentemente en un mismo yacimiento chilenos, bolivianos y argentinos. Pasaban de un lugar a otro; eran portadores de experiencias. Tal vez conocían el camino del Inca, esa la leyenda de los pasos secretos por Los Andes, aquello que el mismo José Hernández, el autor del Martín Fierro, mencionaba al relatar su participación en la comisión que estudiaba la factibilidad del ferrocarril trasandino.
Don Alejandro Chelén también usaba las metáforas mineras en política. Algo que vale rescatar hoy, entre los trabajadores chilenos y, especialmente, entre los jóvenes, abrumados por la ola de la derecha. Cito al inolvidable amigo: “los mineros decimos cuando la veta se pulveriza que la mina se ha ´brozeado´. Son los tropiezos encontrados cuando con más decisión perforamos el vientre de metal. Si no nos atenemos a la técnica y cambiamos caprichosamente de posición sin respetar los rumbos de la veta, el fracaso es total. Pero sí perseveramos, es posible cruzar “el manto descompuesto” aunque haya que sacrificar tiempo y esfuerzo. El mineral vuelve a reaparecer y casi siempre más promisorio”. [1]
NOTA: [1] Julio César Jobet y Alejandro Chelén Rojas, El pensamiento teórico y político del partido socialista de Chile. 1972 (Santiago de Chile-Quimantú)
sinpermiso.info / dariovive.org
Fuente, vìa :
http://www.lahaine.org/index.php?p=48839
En la misma entrevista, este habilidoso empresario, que se hizo rico en los años más trágicos para millones de chilenos, prometió llevar rocas – extraídas por los mineros de San José en su forzado encierro - como obsequio para la reina y el primer ministro británico David Cameron. También señaló, en sintonía con lo que ya varias veces dijo en otras entrevistas, que escuchaba “como una voz interna que me decía que los mineros estaban con vida”, lo que abonaba con interpretaciones cabalísticas sobre el número 33, la edad de Cristo, y coincidencia de sumas y restas del mágico. Convicciones religiosas un tanto heterodoxas, en una familia de vínculos con el Opus Dei, especialmente su mujer, otra de las figuras televisivas del rescate, junto al ministro de Minería, Laurence Golborne, también un empresario ahora catapultado a la carrera presidencial, con el tiempo necesario.
Sin embargo, más allá de las señales milagrosas y los números mágicos que acompañan a Piñera, hay que admitir que fue un cálculo de costo beneficio que seguramente decidió el rescate de los mineros. Los 10 o 15 millones de dólares que costó la operación al Estado chileno, relevando la responsabilidad de la empresa propietaria de la mina, que inmediatamente de ocurrido el desastre preparó la quiebra, no es demasiado para lo que ya ha reportado en ganancia de imagen y proyección política de Piñera. En la eficacia del rescate contaba con la dilatada experiencia técnica de los técnicos y trabajadores chilenos. Un segundo aspecto de la acción y redituable en términos políticos es el manejo mediático, para lo que él mismo tiene un buen entrenamiento. Ya se lo vio cuando el terremoto ponerse el caso con la lamparita recorriendo las zonas siniestradas. El operativo mismo del rescate, contó un prolijo montaje a cargo de TVN, la televisora oficial, que emitió durante 31 horas – un verdadero récord - la película de los mineros y de Piñera como símbolo de la unidad nacional. Una experiencia interesante para ser analizada por los especialistas en “mass media”.
Hasta ahora el balance de los números constituye una ganancia de varios puntos en la imagen del presidente chileno, que pasó del 45 al 56 por ciento de popularidad, según los últimos sondeos.
Al rescate de la memoria
Cuando se van apagando las luces del campamento llamado Esperanza, que se emplazó en Copiapó, quedan los mineros. Bien dijo uno de los rescatados en la primera oportunidad que tuvo: no queremos que nos traten como artistas o periodistas, somos trabajadores. Difícil trance el de escapar a semejante radiación mediática. Tendrán que sumar al padecimiento de los días que pasaron a 700 metros de profundidad, el de la transición a una vida más o menos normal.
Cuando los 33 quedaron sepultados en la mina San José, otros 300 mineros fueron sepultados en el desempleo, por la quiebra de la empresa que ya les venía pagando mal y tarde. Ellos y el sindicato que los representa fueron excluidos del show televisivo.
Una serie de accidentes, con muertos y heridos, clausuras y reaperturas poco transparentes, jalonan los antecedentes de la minera San José. Pero no es la excepción en la minería chilena y mundial. El sindicato denunció ya en 1999 numerosas anomalías en la seguridad y en las de trabajo.
A menos de 48 horas del rescate de Copiapó, Roberto Benítez Fernández, un minero de 26 años, murió aplastado por una roca de una tonelada a mil metros de profundidad, en el interior del yacimiento Botón de Oro en Petorca, Región de Valparaíso, informa el diario chileno La segunda. Ni hablar de 20 mineros muertos en China y otros sepultados en Ecuador. Ahora son noticia.
Chile es el principal productor de cobre del mundo, en un período donde el mineral tiene los mejores precios relativos de su historia. Sin embargo los mineros siguen padeciendo un régimen laboral pinochetista. Allí está el crimen. Chile no ha firmado el convenio 176 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), que garantiza un mínimo de condiciones de trabajo seguro para los mineros. Y pese a las gestiones realizadas por el director de la OIT, el chileno Juan Somavía, ante sus propios ex compañeros del gobierno de la Concertación. Por cierto, que aceptar la necesidad de reformas laborales, que hoy proclama como necesarias un gobierno de derecha como el de Piñera, rompía el modelito económico neoliberal, en el que navegaron con comodidad durante 20 años los gobiernos de la Concertación.
Los mineros chilenos y a través de ellos los de otras partes, de golpe se hicieron visibles para miles de millones de personas en el mundo. Hay que rescatar sus historias. Como recuerda Ariel Dorfman fue la minería la forjó Chile. Vida y obra de los mineros se puede recorrer a través de toda la literatura chilena. Desde el Baldomero Lillo, que él evoca, pasando por Neruda, Manuel Rojas, hasta El Mocho, del inolvidable José Donoso, entre otros.
Alejandro Chelén Rojas, ex senador y fundador del Partido Socialista, él mismo había sido minero. En su casa en Santiago, donde había atesorado una de las más importantes bibliotecas del pensamiento socialista de América Latina, saboreando un buen vino o pisco, me contaba anécdotas, historias de vida de mineros. Como director de la editorial Quimantú inició, en 1972, la colección de los minilibros con El Chiflón del diablo, en una tirada de 50 mil ejemplares.
Los mineros de la cordillera Andina heredaban el temple de los pueblos originarios, conjeturaba Chelén. En efecto, trabajaran frecuentemente en un mismo yacimiento chilenos, bolivianos y argentinos. Pasaban de un lugar a otro; eran portadores de experiencias. Tal vez conocían el camino del Inca, esa la leyenda de los pasos secretos por Los Andes, aquello que el mismo José Hernández, el autor del Martín Fierro, mencionaba al relatar su participación en la comisión que estudiaba la factibilidad del ferrocarril trasandino.
Don Alejandro Chelén también usaba las metáforas mineras en política. Algo que vale rescatar hoy, entre los trabajadores chilenos y, especialmente, entre los jóvenes, abrumados por la ola de la derecha. Cito al inolvidable amigo: “los mineros decimos cuando la veta se pulveriza que la mina se ha ´brozeado´. Son los tropiezos encontrados cuando con más decisión perforamos el vientre de metal. Si no nos atenemos a la técnica y cambiamos caprichosamente de posición sin respetar los rumbos de la veta, el fracaso es total. Pero sí perseveramos, es posible cruzar “el manto descompuesto” aunque haya que sacrificar tiempo y esfuerzo. El mineral vuelve a reaparecer y casi siempre más promisorio”. [1]
NOTA: [1] Julio César Jobet y Alejandro Chelén Rojas, El pensamiento teórico y político del partido socialista de Chile. 1972 (Santiago de Chile-Quimantú)
sinpermiso.info / dariovive.org
Fuente, vìa :
http://www.lahaine.org/index.php?p=48839
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