La difusión del odio y la discriminación son una fructífera inversión
electoral en la Europa de la primera década del siglo XXI. “La bandera
de la tolerancia fue bajada y las fuerzas oscuras terminaron finalmente
por tomar como rehén a la democracia sueca”, dice el editorial del
diario sueco conservador Expressen. El comentario alude a los 20
diputados con los que el partido xenófobo de ultraderecha sueco
Demócratas de Suecia (DS) entró el Parlamento al cabo de las elecciones
celebradas el domingo (5,7 por ciento) de los votos. La crisis económica
golpeó a los partidos socialdemócratas del Viejo Continente y benefició
a las corrientes populistas y racistas, ya presentes en Europa desde
los años ’80.
Con un discurso de duro rechazo a los extranjeros, y en particular a
los árabes, y contra el multiculturalismo, la extrema derecha ha ido
conquistando territorios impensables de la Unión Europea. El jefe de
fila de la alianza de los movimientos de la extrema derecha europea y
número dos del ultraderechista Frente Nacional francés, el eurodiputado
Bruno Gollnisch, celebró ayer la inédita conquista lograda por el DS
sueco. “Espero que ocurra lo mismo en otros países, en Europa e incluso
fuera de Europa, porque los efectos de la globalización, es decir los
estragos de la libre circulación de las personas, de las mercancías y de
los capitales, pese a sus apariencias humanistas, tienen los mismos
efectos destructores de las identidades de los pueblos, de su
independencia y de su soberanía en todas partes”, dijo Gollnisch.
El auge de los ultraderechistas Demócratas de Suecia se suma a
éxitos similares obtenidos por partidos de la misma tendencia en otros
países. La extrema derecha racista, discriminatoria y agresiva que
cambió sus camperas negras de antaño por corbatas de seda y un lenguaje
pulcro tiene los vientos favorables. El Frente Nacional francés,
precursor de la conquista de las urnas, el Vlaams Belang en Bélgica, el
FPÖ en Austria, la Liga del Norte en Italia, el British National Party
en Gran Bretaña, el movimiento Jobbik en Hungría o el PPV en Holanda
modificaron el mapa electoral europeo. La extrema derecha entró por la
puerta grande en los gobiernos de Italia y en los Parlamentos de
Austria, Bulgaria, Letonia, Eslovaquia, Dinamarca y, ahora, Suecia. La
crisis económica, el desempleo, el discurso nacionalista, la promoción
de la homogeneidad y lo nacional, el populismo rayano y el oportunismo
electoralista de la derecha tradicional legitimaron una propuesta
política que sólo ocupaba un margen simbólico. La extrema derecha es hoy
un actor central. El estilo con que irrumpen en los Parlamentos no
difiere al empleado por el DS sueco. Los Demócratas de Suecia montaron
una campaña sucia en la que llegaron a usar un anuncio televisivo
–censurado posteriormente– que mostraba a un grupo de mujeres musulmanas
vestidas con burka adelantarse a una anciana con muletas en una carrera
simbólica por apropiarse de los subsidios gubernamentales.
El blanco preferido de la ultraderecha han sido los musulmanes. A
menudo, en su afán por atraer los votos de la ultraderecha, los
gobiernos de derecha moderada han sacado de la galera medidas selectivas
contra los musulmanes. Referendo sobre los minaretes en Suiza,
prohibición de la burka en Francia y Bélgica, debate sobre la identidad
nacional en Francia, adopción de esquemas represivos para los
inmigrantres por parte de la Unión Europea –la iniciativa retorno por
ejemplo–, islamofobia galopante y una inagotable serie de groserías
dichas en la televisión por responsables políticos marcaron los últimos
años de la política europea. Las sociedades del Viejo Continente con
pasado colonial en Africa y los países árabes son reacias a aceptar la
presencia no sólo de los inmigrantes sino, sobre todo, de los hijos de
la inmigración que nacieron aquí. En Francia se los llama con un nombre
hipócrita: “Las minorías visibles”.
Las cifras de la inmigración, sin embargo, van en contra de los
argumentos de la ultraderecha. Datos de la agencia europea Frontex
revelan que la cifra de inmigrantes ilegales en Europa cayó en 36 por
ciento en los tres primeros meses del año si se las compara con los
índices de 2009. “Los políticos aseguran que Europa está siendo
invadida, pero si uno se fija en las estadísticas, se da cuenta de que
no es cierto”, indica Sergio Carrera, del Centro de Estudios de Política
Europea en Bruselas.
El debate abierto en Francia por la expulsión de gitanos hacia
Rumania y Bulgaria expone un cuadro alarmante sobre una tendencia
“disuasiva” que lleva al Estado a difundir un discurso de exclusión
racial. Los gitanos están entre las más pequeñas minorías que viven en
un país donde hay 63 millones de habitantes y en el que los inmigrantes
pesan cerca del 8 por ciento. Las consultas electorales sucesivas van
esbozando una expansión del hongo xenófobo. En las elecciones europeas
de junio de 2009, la ultraderecha obtuvo resultados de dos dígitos en
siete estados miembros de la Unión Europea (Holanda, Bélgica, Dinamarca,
Hungría, Austria, Bulgaria e Italia) y entre 5 y 10 por ciento en otros
seis estados (Finlandia, Rumania, Grecia, Francia, Reino Unido y
Eslovaquia). Magali Balent, miembro de la Fundación Robert Schuman y
especialista de las cuestiones europeas, explica que “desde el auge de
los años ’80 la extrema derecha probó que se había convertido en una
fuerza política significativa en el escenario europeo”. Actor central y
contaminante, su discurso impregnó el lenguaje de la derecha
tradicional, amordazó a los socialdemócratas y logró poner en tela de
juicio uno de los proyectos políticos de construcción común, de respeto
de la libertad, de valores conjuntos y de expresiones multiculturales
más ambicioso de la historia de la humanidad. ¿Quién ganará la partida?
¿El humanismo promovido por Europa o la versión menos gloriosa y moral
de su historia?
Fuente, vìa :
http://www.pagina12.com.ar/diario/elmundo/4-153500-2010-09-21.html
Imagen : EFE
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