Luego de la Ocupación de La Araucanía en 1883, la elite chilena pensó
que la “guerra a muerte” declarada por Benjamín Vicuña Mackenna durante
la mitad del siglo XIX a los “bárbaros indígenas” había llegado a su
fin. Se esperaba que para principios del siglo XX los Mapuche solo
fueran un testimonio de una “heroica raza” que resistió a la
colonización española. Así irrumpieron dos obras durante dicho tiempo,
Testimonio de un cacique Mapuche englobado en la vida del Lonco aliado
al ejército chileno Pascual Coña y Las Últimas familias Araucanas, que
buscaba dejar testimonio gráfico de los restos de los grandes Lov que
existieron hasta antes de la invasión del ejército.
Mientras en México el centenario de la independencia era celebrado en
medio de gritos de reforma agraria, modernización capitalista y mucha
pólvora; en Chile algunos planteaban que no había mucho que festejar, de
igual forma el pueblo Mapuche destrozado por la invasión y en un
proceso lento de recomposición buscaba la mejor forma de sobrevivir al
exterminio abiertamente declarado, sintetizado en la reducción.
No obstante a todo los malos augurios, durante el centenario de Chile
en 1910, nació la primera organización Mapuche, La Sociedad Caupolicán
Defensora de la Araucanía, “con el noble objeto de defender de los
ultrajes y despojos que en la actualidad son víctimas los descendientes
de Caupolicán y Lautaro”. En la práctica, aunque disímiles los
objetivos a buscar, fue la demostración palpable que el pueblo Mapuche
tenía para rato aún. Si parte del siglo XX fuimos conocidos como los
borrachos y flojos, para la década del sesenta ya éramos la “cuestión
Mapuche” y para la década del noventa nos transformamos en el “Conflicto
Mapuche”, en otras palabras, un permanente ¡dolor de cabeza! Por
comenzar a generar un nuevo tipo de política. El fundamento brota desde
nuestra misma historia: fueron nuestros antepasados quienes resistieron
para que pudiéramos vivir como Gente de la Tierra. Y a eso se le ha
llamado hoy ¡terrorismo!
Para el carreteado bicentenario que se espera, un mapuche en silla de
ruedas desmayándose por la prolongada huelga de hambre de más de
cincuenta días será seguramente el color rojo que pintará la bandera
chilena. Existen varias opciones aparte de tenerlos como moneda de cien
pesos y postal. Una sería cerrar las puerta a lo Margaret Thatcher y
esperar que se mueran, pero se vería feo que un país tan democrático
realizara eso con un pueblo “originario”. Mientras que el segundo sería
parlamentar, que ha sido retóricamente lo señalado por el Ministro
Hinzpeter y el presidente Piñera. Sin embargo, entre Fernando Villegas,
Jovino Novoa y Alberto Espina uno ya no sabe a quién creerle. Este
segundo, con esa sonrisita de dientes perfectos, dijo que el Gobierno no
modificará nada ante ninguna presión y sentenció, “el Gobierno no está
modificando ninguna ley por una huelga de hambre”.
Desde las cárceles se resiste con dignidad, son 32 Presos Políticos
Mapuche a los que se les sumaron dos menores de edad recluidos en
Chol-Chol. En total son los penales de Angol, Concepción, Lebu, Temuco y
Valdivia más el nombrado donde los comuneros se esfuerzan por darle un
poco de esperanza a la naturaleza en destrucción, generar vida y crear
una política en concordancia con los postulados de la tierra. Nada tan
negativo si lo miramos desde afuera sin los lentes del racismo y el
chovinismo nacional cuáquero de fundo.
Pero como bien dijo el presidente de La Sociedad Caupolicán Defensora de
la Araucanía, Manuel Manquilef, “Señores: no vengo a llorar….lo que mis
abuelos supieron defender como hombres; pero permitidme que os diga que
mientras los valientes conquistadores nos trataron francamente como
enemigos, pudimos defender nuestra tierra; pero cuando algunos malos
gobernantes de la República se hicieron nuestros amigos, su amistad
debilitó el vigor de nuestra raza alcoholizándola, y nos sumió en la
miseria arrebatándonos nuestras tierras”.
Estoy seguro que José Miguel Carrera y Manuel Rodríguez se van a
terminar de caer de sus estatuas para el 18 de septiembre cuando vean
desde las alturas cómo a los Mapuche que pusieron en el escudo de la
bandera de la Patria Vieja como símbolo de la libertad, hoy
contradictoriamente los trasladen en sillas de ruedas rodeados por el
GOPE y la PDI, sólo por el derecho de pedir un juicio justo y un debido
proceso, es decir, pelear por la libertad ante un proyecto político tan
fraterno como legitimo. Como bien dijo nuestro poeta Elicura Chihuailaf,
“¿Qué hijo, qué hija, agradecido/agradecida no se levanta para defender
a su Madre cuando es avasallada?”. Ese es mi mensaje en vuestra fiesta
de Bicentenario
Fuente, vìa, tomado de :
The Clinic
http://www.theclinic.cl/2010/09/18/doscientos-anos-un-mismo-pueblo-una-misma-historia/
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