Para el
gobierno de Francia (país cuna de los derechos del ciudadano y del
racismo científico), el errar por el mundo sin empleo y domicilio fijo
de los gitanos (o pueblo rom) equivale, una vez más, a tomarse la
libertad demasiado en serio. Pero los gitanos empezaron a deambular (y
no por propia voluntad), cuando Francia no existía como nación.
Sin una cultura escrita que haya esclarecido sus orígenes con
precisión, los pueblos rom llevan mil años cargando de un lado al otro
con sus bártulos, y con lo que más les pesa: el halo de miedos y
prejuicios que todas las sociedades, religiones, culturas y regímenes
políticos les han guardado.
Los historiadores consagrados, apenas los han nombrado. En el
acucioso estudio del mundo mediterráneo en la época de Felipe II (mil
800 páginas), Fernando Braudel les dedica, a pie de página, un solo
renglón que habla “…del trato dado a los gitanos españoles enviados a
galeras, no a causa de un delito, sino de la necesidad que había de
gentes por el remo”.
Acorde con los prejuicios de la época, Cervantes narró la historia de
amor entre Preciosa y un joven de la nobleza que decide comprar a la
niña, raptada y criada por una
vieja gitana llena de malicia. Y Shakespeare, más indulgente, introdujo a los gitanos en cinco de sus obras: Calibán, Como gustéis, Romeo y Julieta, Antonio y Cleopatra y Otelo.
A inicios del siglo XIX, cuando en el Sacromonte de Granada, los
gitanos andaluces empezó a difundirse el arte flamenco o gitanoandaluz
que venían perfeccionando desde el siglo XV, se produjo un sobresalto.
Fusión de la voz, la guitarra y el cuerpo que, años después,
consagrarían al par de mujeres más conocidas de la cultura gitana:
Esmeralda y Carmen, mujeres de leyenda.
Esmeralda (Víctor Hugo, Nuestra señora de París, 1831), y Carmen (Prosper
Merimee, 1845), fueron algo más que simples personajes de leyenda en la
literatura romántica. Fueron una explosión: la revelación de lo que las
mujeres anhelaban para sí, chispeantes de ingenio, siempre riéndose de
los hombres y de la vida, y que, por encima de todo, aman la libertad.
Sensualidad recóndita que Sor Juana intuyó en su favorito y extraño poema Primero sueño, y que la gramática masculina de la Real Academia castigó con la definición de
gitanadao
gitanear: engaños con que suele conseguirse lo que se desea.
En el fondo, anhelo de libertad que José Martí percibió así: “Dejan
en la memoria los gitanos los colores de un sueño brillante… Como que
persigue el gitano sin conciencia un ideal que no ha de hallar jamás” (Entre flamencos, 1883).
En El amor brujo (ballet, 1925), y Bodas de sangre
(teatro, 1933), los andaluces Manuel de Falla y Federico García Lorca
sublimaron la tragedia de los gitanos. Tía Añica la Piñaraca, famosa
cantautora andaluza, decía de su arte:
Cuando canto a gusto, me sabe la boca a sangre.
Temidos, expulsados, explotados, esclavizados, marginados, dispersos
por el mundo, los pueblos rom supieron conservar su cultura y una férrea
tradición de hábitos y costumbres que, para sobrevivir, no podían sino
ser muy conservadoras.
A pesar de las durísimas condiciones de vida, los gitanos dieron al
mundo personajes famosos: actores (Charles Chaplin, Yul Brynner, Michael
Caine); guitarristas de jazz, rock y flamenco (Django Reinhardt, Ron
Wood, Camarón de la Isla, Tomatito), bailaoras (Carmen Anaya);
baladistas (Sandro, Diego el Cigala), Augusto Krogh (premio Nobel de
Medicina, 1920). ¡Hasta William Clinton se jacta de ser sobrino
tataranieto de Charles Blythe, rey de los gitanos de Escocia (1847)!
Algunos estudiosos asocian al pueblo gitano con los hebreos. Sin
embargo, los gitanos no se rigen por libros sagrados, no reclaman
territorios, no predican el nacionalismo y tampoco han formado grandes
grupos financieros.
Los gitanos representan a una de las comunidades más inofensivas y
pacíficas del mundo, y sus ideales figuran en la bandera que adoptaron
en 1971: azul arriba (el cielo del país que los cobija), verde abajo (el
territorio que pisan), y una rueda en el medio que simboliza el nombre
de su himno: Guedem, guedem (anduve, anduve).
Por su fragilidad material y política, los pueblos rom han sido el
perfecto chivo expiatorio del racismo y el neofascismo que hoy encarnan
gobernantes de la Unión Europea como Silvio Berlusconi y Nicolas
Sarkozy. O personajes como la inglesa Viviane Reding, quien preside la
Comisaría para la Justicia y los Derechos Fundamentales de los Ciudadanos Europeos(sic).
En abril último, la señora Reding calificó de
inaceptables las discriminaciones padecidas por esa minoría étnica(que no se dignó nombrar). Luego (muy british ella), rectificó diciendo que
no estaba ni a favor ni en contra de las propuestas francesas. O sea, la expulsión de los gitanos del país de la
tolerancia.
Nada nuevo. Los reyes Luis XII (1504), Francisco I (1538) y Carlos IX
(1560) echaron a los gitanos de Francia, y a inicios de la Segunda
Guerra Mundial, el régimen de Vichy siguió con la tradición. Internó a
30 mil gitanos y entregó a los nazis 15 mil que acabaron en los hornos
crematorios.
fuente, vìa :
http://www.jornada.unam.mx/2010/08/25/index.php?section=opinion&article=023a2pol
http://www.jornada.unam.mx/2010/08/25/index.php?section=opinion&article=023a2pol
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