Foto AFP |
El 5 de agosto, los mineros bajaron a las 9.30 y fueron directo al
refugio a dejar sus remeras. Los más precavidos habían ido con
pantalones cortos para bancar el calor. Los camiones ya circulaban.
Mario Gómez, el minero más viejo, que siempre llevaba la delantera en el
retiro de mineral con su camión, ese día se quedó sin combustible. Su
amigo Raúl Villegas se había abastecido la noche anterior e iba adelante
porque no perdió tiempo en la recarga. Cuando se cruzaron a mitad de la
mina, Villegas subiendo y Gómez bajando, hubo bromas y charla ventana a
ventana.
Más adelante, cerca de la entrada, Villegas se lo cruzó a Franklin
Lobos, el ex futbolista de Cobresal, que iba a buscar en un camión a los
32 mineros que trabajaban repartidos en dos fosas, a más de 600 metros
de profundidad. Eran las 13.45, Villegas ya estaba cerca de la bocamina y
vio por el espejo retrovisor que lo venía siguiendo una polvadera. Se
estremeció. “Parecía un volcán en erupción”, describiría después. El
cerro no crujía, como suele hacerlo cuando se viene un derrumbe. Avisó a
Pedro Simunovic, el gerente de la mina, pero según Villegas el hombre
no le creyó y minimizó el incidente, diciendo que sólo era una rampa que
se había venido abajo, a lo sumo se habrían caído “unos planchones”, es
decir, algunas rocas del techo. El derrumbe hizo que se cortara de
inmediato la luz e inundó de polvo el espacio en el que quedaron
atrapados los 33 mineros.
Ese fue el peor momento para Gómez, un hombre de 63 años con la
jubilación en trámite, tres dedos perdidos cuando le explotó una
dinamita y silicosis, una enfermedad provocada por la sobreexposición a
la sílice cristalina que respira en las profundidades desde los 12.
Para ser más claros: tiene polvo en los pulmones. Se ahoga si corre,
se queda sin aire después de conversar un rato. Cuando se vino el
polvo, Gómez buscó en su bolsillo el inhalador y después de varios
toques consiguió el aire para bajarse del camión. Más atrás venía
Franklin. Esperaron cuatro horas hasta que se asentó el polvo, dieron
vuelta las máquinas y encendieron las luces para ver cuán grave era el
asunto. El derrumbe había sido en la zona central de la mina y ellos
estaban atrapados en la parte norte, entre 300 y 700 metros de
profundidad.
Había una sola posibilidad, salir por el ducto de ventilación
principal. Cuando fueron hasta allí treparon por la escalera hasta que
se dieron cuenta de que estaba inconclusa. Aún veían el cielo a 500
metros sobre sus cabezas. Intentaron trepar por el tubo directamente.
Fue inútil. Dos días después, otro derrumbe terminó tapando esa chimenea
y el aire, al no haber ventilación, empezó a enrarecerse como el ánimo
de los 33 los mineros, que ahora sí estaban atrapados.
Era imposible, ya en ese momento, sacar las piedras que obstruían el
camino. Se sabe que trataron de correrlas, de treparlas, pero no hubo
caso. Gastar energía en un momento así, con la incertidumbre que reinaba
entre los mineros, era contraproducente. Del otro lado de esas rocas,
un grupo de rescate recorría los túneles para localizar el derrumbe y
ver las posibilidades de introducir maquinaria pesada y sacarlos. Pese a
los riesgos, evaluaron esta idea hasta el 15 de agosto, cuando cayó una
enorme roca que selló el túnel. El colapso fue definitivo. Para ese
día, el inhalador de Gómez ya estaba vacío.
Silencio en la noche
Las discusiones sobre el liderazgo dentro de la mina son una muestra
de la idiosincrasia propia de la minería. Para los trabajadores, los
líderes son los más “antiguos” del grupo: Mario Gómez, Johnny “el Chino”
Barrios –quien además es delegado gremial– y Pablo Rojas. Para las
autoridades, en cambio, era Luis Urzúa, el jefe de turno que llegó a
trabajar a la mina San José hace menos de 10 meses y fue quien
estableció la rutina de supervivencia alimentaria del grupo. No todos
los atrapados son mineros precarizados, además de Urzúa, que estaba
haciendo “carrera” para ascender a un mejor puesto, hay también
ingenieros electromecánicos y gerentes.
En el refugio, una de las pocas partes que tiene el techo contenido
con gruesos alambres, había dos cajas de cartón con víveres. Desde el
primer día, la rutina fue comer cada 48 horas dos cucharadas de jurel en
lata, un pescado popular por su precio en Chile, y media taza de leche
por cabeza. También se racionaron las galletitas y las latas de durazno
en almíbar. ¿Hubo común acuerdo? Imposible saberlo, aunque en una de las
cartas, que leyó el senador Baldo Prokurica, decía: “Imagínese lo que
era repartirse esa comida entre 33 personas”.
Los mineros hicieron canaletas para contener el agua sucia que emana
la perforadora Jumbo para enfriar los motores. La usaron para beber y
asearse. Gómez, por suerte, encontró un tubo de oxígeno en el refugio,
donde el calor se hizo insoportable. Durante las dos primeras semanas de
encierro, se movieron entre los 700 metros de profundidad y los 300
donde estaba el refugio, aunque tenían para recorrer dos kilómetros de
túneles. No sabían, tampoco lo saben ahora, si más arriba, cerca del
taller donde se guardan neumáticos y barriles de aceite y petróleo,
podría haber nuevos derrumbes.
El lugar fue divido en tres zonas. Una para dormir, sea sobre las
camillas que había en el refugio o en los cartones que contenían las
provisiones, otra para comer y una tercera para “las necesidades
básicas”: el baño. Adentro quedaron, además de los vehículos de Barrios y
Gómez, dos camionetas 4x4 y dos grúas. Sumado a los cascos, fueron
estas máquinas las que proveyeron luz a los mineros atrapados, que con
el paso del tiempo comenzaron a tener picazón en los ojos, por la
tierra, y también diarrea porque el agua estancada no es apta para
consumo humano.
El silencio reinó los primeros días. El más joven del grupo se
convirtió en uno de los más fuertes. Es Jimmy Sánchez, de 19 años,
fanático del reggaetón e hijo de mineros, a quien se vio sonriente en el
video emitido el jueves. El boliviano Carlos Mamani, en cambio, es tal
vez el más angustiado del grupo: hacía sólo dos semanas que estaba
trabajando en la mina. Johnny Barrios, el que sabe de primeros auxilios,
la pasa tan mal como Gómez, José Ojeda y Omar Raigadas: todos sufrieron
de ahogamiento las dos primeras semanas.
Dormir y jugar al dominó con fichas de papel se transformaron en los
principales pasatiempos. Entre los mineros, hay también un futuro best
seller. Se llama Víctor Segovia, es amante de la música que toca el
acordeón y la guitarra, y se puso a escribir una bitácora del encierro.
El 17 de agosto los 33 titanes, como les dicen acá, oyeron los ruidos de
una máquina perforadora. Ya no les quedaba comida. La alegría se
desvaneció enseguida porque esa sonda se perdió en la inmensidad de la
roca. En medio de la desesperación, algunos comieron corteza de pino de
los pilares de las paredes. Dos días después, nuevamente oyeron el
sonido de una excavadora, cuya sonda tampoco logró llegar a los túneles.
Recién al otro día, vieron la mecha de la perforadora cerca del
refugio. Gómez ató una carta a su esposa y un papel que ya fue estampado
en miles de remeras: “Estamos bien en el refugio los 33”. Al rato, se
colocó un tubo y varios se acercaron a golpearlo. Luego bajó una
minicámara que filmó la cara enflaquecida de Jimmy Sánchez.
A esa altura, solo el 30 por ciento de los chilenos los daba por vivos.
Aló presidente
“Estamos esperando que todo Chile haga fuerza para sacarnos de este
infierno”, le dijo Mario Antonio Sepúlveda, el que dirigió el video de
la mina difundido el jueves, al presidente Sebastián Piñera, quien lo
atendió por teléfono desde su despacho en La Moneda. El mandatario le
prometió que saldría antes de Navidad y también le contó: “Esta ha sido
una noticia que ha impactado al mundo entero”. La conversación,
registrada el 24 de agosto pasado, duró 20 minutos y disparó la
preocupación dentro de la mina.
Más allá de los consejos de la NASA o del jefe de submarinos
chilenos Ronald von der Weth para que los mineros hagan actividades
recreativas y desarrollen una especie de rutina, abajo la preocupación y
la ansiedad en algunos mineros parecen incontrolables. Luego de recibir
la afectuosa carta de Angélica, su mujer, que fue previamente
chequeada, como todas las cartas, por un grupo de psicólogos y
psiquiatras, Edison Peña envió algunas preguntas incómodas a su esposa.
“Angélica: necesito que si puedes me respondas todas estas preguntas
por favor: ¿qué te han dicho de nosotros? ¿Existe alguna máquina
instalada o que se está instalando para nuestro rescate? ¿Cuál es el
plazo que les han dado de posible fecha de salida de nosotros? ¿Parece
que serán dos meses acá adentro o no? Averigua por favor”, escribió
Peña. Incluso, le advirtió a su esposa: “Lo que es urgente, con la llave
que te voy a mandar abre por favor mi casillero y saca mis pertenencias
(mi celular, mi billetera, mis documentos)”. También le pidió que cobre
su sueldo, pague el alquiler y guarde el resto del dinero para los
tiempos venideros.
Darío Segovia también está preocupado por el tiempo: le pidió a su
familia que se quede en el Campamento Esperanza y haga lo imposible para
acelerar el rescate. Mientras tanto, los mineros toman cuatro litros de
agua por día, comen sólidos y hacen abdominales tres veces al día, para
mantenerse en forma. La “guata”, como le dicen acá a la panza, no puede
superar los 90 centímetros. Es la única forma de que puedan ingresar
por el tubo salvador, que hoy empezará a concretarse, cuando comience a
funcionar la perforadora Raise Borer Strata 950.
Desde el exterior, les pidieron que se organicen en tres grupos de
trabajo para que la rutina aleje, momentáneamente, las intrigas y la
tristeza. Ahora, un grupo recibe y despacha los envíos diarios en solo
cinco minutos y en otros cinco cargan la sonda para mandar sus cartas,
la encuesta médica y las muestras de orina, entre otras cosas. Otros se
ocupan de la higiene en la galería, revisan el estado de salud de sus
compañeros y lo vuelcan en un parte médico. La última cuadrilla se
encarga de la seguridad: detectan desprendimientos de rocas, fortifican
el túnel y deben evitar que los mineros se alejen del grupo, físicamente
hablando, claro. Por dentro, la cabeza de ellos ya se parece al
laberinto sin salida en el que viven.
fuente, vìa :
http://www.pagina12.com.ar/diario/sociedad/3-152185-2010-08-29.html
http://www.pagina12.com.ar/diario/sociedad/3-152185-2010-08-29.html
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