DURANTE SEMANAS, a partir del golpe de estado de
1973, Luis Corvalán Lepe (recientemente fallecido) fue el hombre más
buscado y perseguido por la DINA en Chile, más aun que el propio Carlos
Altamirano y al mismo nivel de la persecución que se desató contra
Miguel Henríquez. Para los militares golpistas esos tres hombres
representaban la vida o la extinción –en Chile- no sólo de los partidos
comunista y socialista, así como del MIR, en el caso de Henríquez, sino
también de las respectivas ideologías.
Ya
sabemos que el pensamiento militar en asuntos de política siempre ha
sido algo más parecido a un chiste de salón que a otra cosa, pues en los
cuarteles –al igual que en sus escuelas matrices- no hay costumbre de
pensar, reflexionar, discutir ni preguntar sobre temas políticos, sean
ellos relativos a la ideología o a las tiendas partidistas. Digo esto
porque pretender que matando o deteniendo a Corvalán, a Altamirano o a
Henríquez, era posible derribar una ideología o una tienda partidista,
fue cuestión en la que sólo los militares que acompañaban a Pinochet
–debido a su innegable brutalidad e ignorancia- podían creer a pie
juntillas.
Cuando al finalizar casi el siglo
veinte los muros ideológicos del socialismo real se vinieron al suelo,
en forma coetánea a ese derrumbe comenzó la saga de publicaciones de la
prensa opositora a la ideología anterior pontificando respecto a lo que
ella –y muchos analistas políticos pro sistema neoliberal- consideraban
que era la muerte definitiva del socialismo en la Historia de la
Humanidad. Lo mismo debió haber pensado aquel emperador romano –Antonio-
cuando uno de sus pretorianos (Herenio) asesinó a Cicerón, con lo cual
creyó poner término ad eternum a la crítica política. Algo
similar habrán elucubrado también –pero en términos y condiciones
distintas- muchos comunistas luego de la histórica derrota de las
fuerzas armadas norteamericanas en Vietnam. Errores de allá, de acá y de
acullá.
Ya lo dijo Volpone en miles de
ediciones del inolvidable diario “Clarín”: “cavernarios, el pensamiento
no se multa ni se encarcela”, a lo que hoy podemos agregar: “ilusos, la
lucha por justicia social recién ha comenzado”. Una lucha que no es sólo
por la justicia social, ya que no se agota en ese exclusivo ámbito,
sino también por la igualdad ante la ley…y por soberanía popular…y por
democracia…y por libertad de pensamiento…y por libertad de prensa.
Sin
embargo, luego de tantos dolores sufridos a causa de millares de
heridas provocadas por disensiones, enfrentamientos, genocidio,
torturas, desapariciones y mentiras oficiales, precisamente cuando
nuestro país creía haber superado por fin la parte negra de su historia
última, surge desde las más recónditas sombras de la inquisición
política un pre acuerdo protocolizado vaya a saberse en qué momento
(seguramente en plena campaña presidencial y cobijado en las sombras del
Club de la Unión, del Opus Dei, de Casa Piedra, o de la inefable
embajada de EEUU en Chile), respecto a soltarle los grilletes no sólo a
algunos delincuentes comunes que patalean sus últimos suspiros en
clínicas ubicadas en distintas cárceles chilenas sino, también, a
aquellos militares de graduaciones de alta oficialidad que cobardemente
ordenaron a sus subalternos asesinar y ‘desaparecer’ a decenas de
chilenos y chilenas, amparándose en la potestad tiránica que le habían
arrebatado a bombazos y bayonetazos a la democracia institucional.
Sebastián
Piñera ha venido a practicar el juego del “alcalde de la Pérgola de las
Flores” o del vulgar compra huevos, pues más allá de su mediática
promesa de “encerrarse a reflexionar profundamente” para decidir sobre
el indulto propuesto por la iglesia católica chilena, lo que sin duda
surge como duda razonable es que este detestable asunto podía haberlo
prometido hace muchos meses a los oficiales en retiro, con la pretensión
de liberar a genocidas que engordan y complotan en Punta Peuco, donde
el modus vivendi del general, del coronel, del capitán y de
todos los demás, de una u otra forma, desmienten aquello que una vez,
peregrinamente, denunciaron varios parlamentarios derechistas al
asegurar que en ese lugar las condiciones de vida eran ‘deplorables’ y
que en nada se diferenciaban de las cárceles comunes.
Hoy,
aplicando la misma errada concepción política de algunas derechas poco
avisadas, el gobierno de la Alianza empresarial lanza al tapete un
indulto o perdonazo en beneficio de militares torturadores, responsables
directos en decenas de ilícitos graves, ya condenados por los
tribunales de justicia en plena democracia, creyendo –Piñera y sus
asesores- que el triunfo de la derecha en los comicios presidenciales
recientes significa haber logrado el derrumbe y muerte definitiva de las
ideologías de izquierda, de los sentimientos progresistas y del amor
nacional por la justicia, la razón, la honestidad y la república.
Sebastián
Piñera, junto a la derecha dura y al empresariado transnacional, ha
abierto de nuevo la puerta al odio, a la división y al resentimiento con
el sólo hecho de “encerrarse en su domicilio presidencialpara
reflexionar respecto al indulto a militares procesados y condenados por
crímenes de lesa humanidad”. Para miles de familiares y amigos de
muchos detenidos desaparecidos, este evento les significará repetir con
igual dureza los momentos de intenso dolor y desesperación vividos hace
décadas.
Si existe algún sector político
abiertamente contrario a la reconciliación y a la paz interior del país,
él se encuentra en las trincheras del fundamentalismo neoliberal que
agitan como bandera muchos dirigentes y simpatizantes de tiendas paridas
por el golpismo y el pinochetismo, puesto que barruntar con tanta
liviandad que amplios sectores del país real no mostrarán rechazo a
estas situaciones aberrantes y antidemocráticas (además insultantes para
el poder judicial), se traduce en los hechos como una veleidad y
soberbia clasista por parte de un gobierno que apuesta a agenciarse
–independiente del método o forma que se utilice- el dominio absoluto y
sin ambages del poder total.
Hay excepciones en
la derecha política, por cierto. Es así que Lily Pérez –que fuera
concejal por La Florida y luego diputada RN- ha manifestado su rechazo a
la idea del indulto a los militares basándose, exactamente, en algunos
de los argumentos esgrimidos por la directiva de Familiares de Detenidos
Desparecidos.
Si el pueblo judío hubiese
tenido las mismas características e idiosincrasia que distinguen a los
chilenos de derecha, seguramente habría dejado libre a los Himmler,
Goebbels, Eichman, Mengele y Hess, luego del juicio en Nuremberg el año
1945. Quizá, sin decirlo explícitamente, Lily Pérez pensó en ello al
momento de sopesar la gravedad política y social que encierra el
indulto que Piñera podría otorgar a ex agentes del Estado envueltos en
asesinatos, torturas y desapariciones de cientos de chilenos.
Los
sentimientos de justicia, libertad y soberanía están profundamente
arraigados en gran parte del alma nacional conjuntamente con los deseos
de independencia verdadera. Es posible que en determinados sectores
juveniles –desinteresados en estas materias- lo anterior aun no haya
prendido suficientemente fuerte para transformarse en idiosincrasia, no
obstante en la medida que el tiempo avance y la derecha gobernante
continúe aplicando políticas divisionistas -que además abofetean
burlescamente al Poder Judicial- basadas en el dinero y en la clase
social, entonces, los jóvenes recordarán el poema que el imaginario
colectivo atribuye a Bertold Brecht; pero que en realidad pertenece a
Martín Niemoller:
“Primero vinieron a buscar
a los comunistas y no dije nada porque yo no era comunista. Luego
vinieron por los judíos y no dije nada porque yo no era judío. Luego
vinieron por los sindicalistas y no dije nada porque yo no era
sindicalista. Luego vinieron por los católicos y no dije nada porque yo
era protestante. Luego vinieron por mí pero, para entonces, ya no
quedaba nadie que dijera nada”.
fuente, vìa :
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