QUE EL MUNDO gira y cambia, nadie lo duda. Gira y
cambia. Cambia el mundo, desde la perspectiva geográfica, y cambia la
gente desde el punto de vista cultural y tecnológico. Cambia, todo
cambia, así reza la canción compuesta en Suecia por el chileno Julio
Numhauser, e inmortalizada por la inigualable voz de ‘la negra’ Mercedes
Sosa.
Sin embargo, esa canción y lo que al
inicio de estas líneas aparece como una verdad absoluta, tienen un talón
de Aquiles, una golondrina que no hace verano, o la excepción a la
regla…pues las tiendas partidistas no han experimentado cambios
sustantivos en su forma de hacer política, en sus discursos, en sus
‘trampitas demagógicas’, en sus promesas al voleo, ya que llevan décadas
aplicando los mismos teoremas y teatralizando las mismas falsas
imposturas con que acostumbran atrapar incautos.
En
corrillos y oficinas de los parlamentarios, así como en las entrevistas
que estos dan a los medios de prensa, es habitual escuchar, discursiva y
majaderamente, el término “transparentar”, al cual se refieren con una
devoción que roza el misticismo.Sin embargo, al mismo tiempo, quienes se
azotan el cuerpo y rasgan vestiduras exigiendo transparencia en el
accionar político, se lanzan religiosamente al río de los chamullos,al
lago de los enredos lingüísticos y al océano de las mentiras ocultas en
el lenguajeo.
Es lo que en un ya viejo Ensayo
bauticé como “centrinaje”, al que definí de la siguiente manera en ese
texto: “”En una especie de acuerdo no escrito ni discutido,
funcionarios de la monarquía, militares y curas llegados a Chile desde
España a finales del siglo XVI, se dejaron engullir por conveniencia y
empinaron sus pelucas sobre la turba armada (de aventureros y
delincuentes que ya se habían instalado en este territorio) para
dirigirla. A partir de ese momento, todos, sin excepción, decían lo
que no pensaban, hacían lo que no decían y pensaban lo que callaban. Había
nacido el centrinaje.””
Ello continúa
hoy tan incólume como siempre, especialmente en la política partidista
donde todos, sin excepción, dicen lo que no piensan, hacen lo que no
dicen y piensan lo que callan. En nuestra época actual esto tiene un
nombre menos burdo, más rimbombante pero igualmente falaz: se le conoce
como “lo políticamente correcto”.
Este término
ha permitido zarandear la verdad, reemplazándola por mentiras piadosas y
engaños sutiles, cuestiones que la inmensa mayoría de las personas que
se dedican a los afanes políticos acostumbran utilizar sin ambages ni
posteriores arrepentimientos. Nadie dice lo que piensa, ni hace lo que
dice. Es la política chilena en el más profundo de sus actos. Lo grave,
lo delicado, estriba en que la ciudadanía es consciente de que se le
engaña descaradamente una y otra vez,o mejor dicho, que se le tima a
calzón quitado en cada campaña; pero aun a sabiendas de ello, y más aun
habiéndolo confirmado personalmente, esa misma ciudadanía sigue
sufragando –con actitud bovina en lo político- por aquellos que mejor
mienten. Algo no funciona en este escenario, algo –y de significativo
volumen- lleva sobreviviendo décadas con pronóstico de autopsia sin que
nadie haya osado siquiera insinuarle la jubilación.
JUVENTUD, DIVINO TESORO
La
quejas abundan al momento de referirse al desinterés alarmante que la
juventud muestra por estas materias, sin embargo no ha habido tampoco
seriedad en las tiendas partidistas a la hora de analizar la
situación, procurando reflexionar en profundidad respecto de las razones
que inundan las almas juveniles para colocarlas de frente a la política
como si fuera esta una enemiga odiada.
Quienes
trabajen –o lo hayan hecho- en actividades profesionales que digan
relación con la adolescencia y la juventud, tendrán que acordar con el
suscrito en cuanto a que la muchachada se distingue precisamente por
usar y abusar de aquello que espera del resto de la sociedad:
exteriorizar pensamientos, ideas, deseos y proyectos sin cortapisas,
aunque algunos de estos elementos puedan parecer poco ‘civilizados
cristianamente’ a un sector determinado del cuerpo social. En rigor, a
la juventud le gusta escuchar y decir la verdad desnuda, así como
explicitar y oír opiniones sin impermeables ni guarniciones del tipo
‘políticamente correctas’.
Es aquí donde
resbalan los políticos. Amantes del discurso fácil, golpeado, acusador,
controversial, dejan sin mención sus verdaderos pensamientos sobre tal o
cual materia, ya que esa ‘pelea’ fútil y farandulera con sus supuestos
adversarios les permite esconder intenciones para sacarlas a flote una
vez que los ciudadanos hayan pisado el palito transformándose de nuevo
en ‘ciudadasnos’.
¿Cuántos
parlamentarios votan en el Congreso contra su propia idea y opinión en
determinadas materias para, simplemente, dar cumplimiento a la orden de
partido que procura “consensos políticamente (de nuevo) correctos’, pero
que favorecen en exclusiva sólo a un ínfimo porcentaje de la población y
al máximo porcentaje de los predadores transnacionales? Y después de
tamaña maldad, esos agentes encubiertos del engaño y el timo quieren que
los jóvenes crean y confíen en ellos. ¡¡Caraduras!!
Junto a lo anterior, esos políticos se encabritan si
las críticas arrecian y sus nombres son vapuleados en la prensa
independiente (en la ‘oficial’ ni pensarlo, porque esa es la que
desinforma, y pertenece a los amos de aquellos politicastros ya
mencionados). Gracias al Altísimo existe algo de prensa independiente
vía Internet, pues a través de ella se informa hoy gran parte de nuestra
juventud…de lo contrario, si no existiera esa prensa, nuestros jóvenes
ya habrían sido embaucados por los profesionales de la mentira y
formarían parte del rebaño actual de desinformados sufragantes. Aclaro
que al mencionar el término ‘juventud’ en estas materias políticas,
estoy refiriéndome a mujeres y hombres cuyas edades fluctúan entre los
18 y los 30 años.
Por otra parte, temas
valóricos relevantes como el aborto, el matrimonio homosexual, la
marihuana, el divorcio (con una legislación moderna, y no de la época
del charleston como la actual), encuentran en la mayoría de los jóvenes
una opinión muy alejada de aquella que tiene el establishment dominado
por una curia eclesiástica que se caracteriza por cometer pecados mucho
mayores que cualquier desliz juvenil. Por una curia que, en estricto
rigor, nada tiene que hacer en materias legislativas, pero que los
políticos del duopolio binominal Alianza-Concertación dejan que se
inmiscuya a placer, pese a que la juventud (y también la sociedad toda)
sabe que muchos de esos sacerdotes han creído que El Vaticano prohibió
el aborto, pero no prohibió ni castigó –hasta hace poco tiempo- el que
ellos violaran niños a destajo y voluntad bajo el amparo y cobijo de la
autoridad civil. Resulta entonces que a esos mismos ‘curitas’ se les
permite vetar “moralmente” proyectos de ley.
La
juventud es menos dócil que el resto del cuerpo social y, por lo tanto,
se inclina de preferencia hacia la entrega de la verdad absoluta de sus
pensamientos y posiciones, guste o disguste a algunos de aquellos
mentecatos que a violadores, pederastas y ladrones les abren las puertas
del legislativo. De este tema los jóvenes avanzan hacia otros, como es
el de la libertad de expresión, prensa, opinión y pensamiento, sin los
cuales la democracia no existe.
A este respecto
bien vale una mención especial. En el diario digital “El Mostrador”, en
un artículo escrito por Francisco Javier Díaz refiriéndose al frío
saludo de Marcelo Bielsa a Sebastián Piñera en La Moneda, se puede leer
el siguiente párrafo:
“”Al Presidente de la
República se le respeta, pero el Presidente debe hacerse respetar
también. Que no se mal entienda: el Presidente en una sociedad
democrática debe estar expuesto al más alto estándar de escrutinio.
Nadie puede, so pretexto de cuidar la imagen o autoridad presidencial,
pretender acallar a las voces críticas. Los políticos, los medios, los
analistas y la sociedad toda, deben gozar de la más irrestricta libertad
para cuestionar a la autoridad en cuanto les plazca. La crítica puede
ser feroz; puede incluso ser injusta muchas veces, pero el sólo hecho de
que ésta pueda expresarse en plena libertad hace más fuerte a la
democracia.””
Nadie lleva ‘el respeto’ adosado
al cuerpo como si fuera un apéndice, pues el respeto se va construyendo
día a día en una rutina que sólo la sociedad puede evaluar. Así, cuando
ni más ni menos es el mismísimo Presidente de la República quien
enfrenta con irresponsable liviandad (o tal vez con exceso de soberbia y
veleidad) el conflicto de intereses que aun persiste en algunas de sus
empresas (Chilevisión es el caso emblemático todavía), o hace de bufón y
payaso al acarrear cámaras y flashes a las zonas devastadas por el
terremoto para realizar allí un verdadero “extreme show over”,
asegurando luego que el suyo es un gobierno políticamente serio,
mientras un gran sector de la ciudadanía –pero de aquella ciudadanía
informada- comienza a pensar que a Chile le ha caído otro Bucaram, es
imposible no concluir en una opinión profundamente negativa del
mandatario y su lectura de la política.
Los
muchachos en edad de sufragar, mayoritariamente, creen a pie jutillas en
lo que aquí ya se ha dicho, y por ello ponen en tela de juicio gran
parte de lo que la prensa ‘oficial’ publica (entiéndase por tal a EMOL,
COPESA y la Televisión abierta), aplicándole la muy conveniente duda
cartesiana a sus portadas, editoriales, programas y noticieros, que
confrontan con aquellos artículos y columnas que los medios digitales
ofrecen gratuitamente. ¿Quién pierde?, la política de lo ‘correcto’, por
cierto, ya que se asemeja a lo deshuesado, a lo esclavizado
mentalmente, a lo traidor y antichileno, al ser ella responsable de la
depredación ambiental, social, económica y laboral que la juventud
observa y comprueba en el día a día.
FARÁNDULA
Y POLÍTICA
Muy pocos chilenos se
atreverían a afirmar ante una cámara de televisión, o una grabadora de
algún periodista, que aman la farándula y consideran que ella “le hace
bien al país”. No obstante, son precisamente los programas televisivos
de la menguada farándula nacional los que obtienen las más altas
sintonías, y los diarios que ilustran sus portadas con cotilleos y
cahuines faranduleros los que más venden. Tragicómico, propio de un
relato de Ionesco, pero ajustado a la realidad nacional.
Al igual que usted, también he escuchado y leído en
repetidas ocasiones que la política actual se ha farandulizado, lo que a
mi juicio constituye un severo agravio a…la farándula. ¿Por qué? Si
algo realmente rescatable tiene esta actividad de las variedades es su
franqueza –su desnuda y burda franqueza casi rayana en la injuria-, de
allí el interés que despierta en los chilenos por leer o enterarse al
respecto. La verdad desnuda y ácida, así como el explicitar sin tapujos
sus opiniones, convierte a la farándula criolla en una de las
actividades con más seguidores en el territorio nacional. Tiene mucho
‘cahuín’, es cierto, pero también mucha honestidad en las declaraciones y
acciones.
La política, en cambio, actividad en
extremo importante para el desarrollo de la nación, busca lo contrario:
mentir, disfrazar, obnubilar, engañar…y ella dice que lo hace “en
beneficio de nuestro país”, con lo que finalmente privilegia que otros
se lleven el país a sus faltriqueras, mientras los habitantes de esta
larga faja de tierra quedamos cada vez más retrasados, política y
socioeconómicamente, respecto de aquel mundo al cual los mismos
políticos dicen que debemos aspirar.
Es por tal
razón entonces que los políticos tendrían que reflexionar seriamente
respecto de estos temas, y procurar un cambio drástico en su accionar.
Ello es plenamente posible. Basta comenzar con la verdad como
estandarte. Y no estamos hablando aquí de verdades a medias, sino de
aquellas que se desglosan de las opiniones reales, auténticas, íntimas,
que parlamentarios y políticos de todos los colores y pelajes tienen
respecto de las materias que interesan a los chilenos.
Si se está de acuerdo con legalizar la marihuana,
díganlo. Si se cree que el aborto es un asunto que debe ser decidido
únicamente por la mujer que está en situación de embarazo no deseado,
díganlo. Si se piensa que el imperio norteamericano es un depredador y
merece que le den una zurra de vez en cuando, díganlo. Si se cree que la
iglesia católica es quien debe decidir leyes sobre temas valóricos,
díganlo. Si la opinión de un político o una autoridad política es
favorable al apoyo a los militares y civiles que en dictadura estuvieron
comprometidos en detenciones, torturas y asesinatos, díganlo (y no
traten de ‘sorprender’ al país nominando a esos personajes a escondidas
de la opinión pública, mientras se jura a la nación que ‘nunca haría el
gobierno algo semejante’). Hablen con la verdad. Eso se agradece y se
aplaude, aunque no se comparta. De ello se trata realmente la actividad
política decente, democrática y seria. .
Por
último, que sean sólo los diplomáticos profesionales quienes queden como
únicos propietarios de las mentirillas de regular fe, pero el resto de
los dirigentes y militantes de las tiendas partidistas deben,
necesariamente, deshacerse de las trabas ‘políticamente correctas’ y
comenzar, de una buena vez, a hablar con la verdad aunque ella no sea
aceptada por aquellos minoritarios sectores que siempre han actuado al
amparo del doble estándar medieval.
La juventud y la nación lo agradecerán y podrían volver a confiar en la política.
La juventud y la nación lo agradecerán y podrían volver a confiar en la política.
fuente, vìa :
No hay comentarios:
Publicar un comentario