Mientras la inmensa mayoría de los hinchas espera que Chile se
clasifique entre los ocho primeros países del Campeonato Mundial de
Fútbol, casi todos olvidan que ya estamos entre los más destacados en
una competencia enojosa y vergonzante: la de la desigualdad. Desde hace
tiempo, figuramos entre los tres o cuatro países más injustos del mundo
en cuanto a la distancia que separa a los ricos de los pobres. A finales
del Gobierno de Ricardo Lagos, el cinco por ciento de la población más
rica obtenía ingresos 209 veces más altos que el cinco por ciento más
pobre. Mientras los ingresos de este último sector subían uno por
ciento, los del quintil más rico lo hacían en 62%. Esa relación se
deterioró aún más en el Gobierno de la presidenta Michelle Bachelet. La
desigualdad, sin embargo, parece no ser percibida por parte de la
población.
El control de los sectores dominantes sobre los
medios de comunicación que producen a toda hora toneladas de imágenes y
contenidos, hace creer a los destinatarios del mensaje que viven en un
país modelo, y que si se empeñan, podrán obtener grandes beneficios. Una
ilusión que se borra cuando terremotos, inundaciones y otras
catástrofes arrasan parte de nuestra geografía y se disipa el oropel de
la albañilería psicológica del retail, la publicidad y la farándula, que
oculta los graves problemas que agobian a la población. Cada vez se
hace más real la posibilidad de cataclismos sociales, gatillados por
eventos naturales o por catástrofes medioambientales originadas por el
propio ser humano. Como ideología dominante, el neoliberalismo estimula
el individualismo para truncar los vínculos de solidaridad social y de
unidad de las organizaciones populares. Se instalan la competencia y el
afán de lucro como los instrumentos que harán progresar a la sociedad,
lo que provoca una enorme fragmentación social. El “emprendedor” se ha
convertido en el modelo de ciudadano que se propone a los chilenos.
“Triunfan los que se lo merecen”, es el mensaje subliminal. A sabiendas
de que del conjunto de “emprendedores” serán muy pocos los que lleguen a
la meta y que, en su inmensa mayoría, serán estrangulados por la
competencia y el control del mercado por las grandes empresas.
Deslumbrados,
prefieren ignorar que nadie puede hacerse millonario honradamente. Sí
pueden los que utilizan información privilegiada, engañan a sus socios,
evaden impuestos, aprovechan las mil martingalas tributarias y, sobre
todo, explotan sin piedad a los trabajadores. Nadie podría convertirse
en multimillonario en treinta años, como se ufana de haberlo hecho el
presidente de la República, Sebastián Piñera. La desigualdad revienta
por todos los poros de Chile. No sólo se expresa en los ingresos. Hay
una salud para ricos y otra muy distinta para los pobres. Lo mismo
ocurre con la educación y la previsión social. Cada cierto tiempo
estallan escándalos por la mala calidad de las viviendas. Construidas
con pésimos materiales, en terrenos de baja calidad, ponen en riesgo la
vida y salud de sus habitantes, como ha quedado de manifiesto en el
terremoto del 27 de febrero que ha sido abordado hasta con mediaguas de
calidad inferior a las que antes se proporcionaban a las familias sin
techo. Hasta los alimentos que consumen los pobres son peores que los de
los ricos, debido a la laxitud de los controles sanitarios y a la
tolerancia de las autoridades que hacen la vista gorda ante la
proliferación de la comida chatarra. Otra calamidad que afecta a los
sectores modestos es el endeudamiento, estimulado por la multiplicación
de las tarjetas de crédito: para ellos son los intereses más altos;
sobre ellos pende la amenaza de Dicom; para ellos no existe la
posibilidad de conseguir créditos bancarios. Las cifras son conocidas e
innegables. Como también lo es la escandalosa concentración de la
economía chilena. Seis compañías manejan las AFP que controlan más de
cien mil millones de dólares en fondos de sus afiliados. Tres cadenas
controlan prácticamente todo el negocio farmacéutico e imponen precios
inhumanos a las medicinas. Dos cadenas de diarios controlan la prensa
escrita. Dieciséis grupos económicos producen el 80% del PIB. Cencosud y
Wal Mart (D&S) manejan el 70% de las ventas de los supermercados.
Una sola empresa telefónica -CTC- controla el 75% de la telefonía. Dos
empresas, Endesa y Colbún, manejan el 79% de la generación eléctrica y
están impulsando la construcción de mega represas en Aysén, que ponen en
peligro el medio ambiente y aumentarán el poder de las eléctricas sobre
el conjunto de la economía. La magnitud de las ganancias de las
transnacionales mineras es casi inimaginable. ¡Entre 2006 y 2007 se
apropiaron de 40.000 millones de dólares! La lucha contra la desigualdad
tiene objetivos económicos y políticos. Los primeros tienen que ver con
cambios sustanciales en las distribución de la riqueza a través de la
mejora en la calidad de vida y en una protección social más amplia,
equitativa y eficiente. Los objetivos políticos tienen como norte
ampliar la democracia y asegurar que el conjunto de los ciudadanos
puedan expresarse como titulares de la soberanía y actuar como titulares
efectivos de sus derechos económicos, sociales y culturales. Esa lucha
debe librarse ahora en un terreno nuevo, en que el neoliberalismo ha
fracasado como lo demuestra la crisis económica que sacude la economía
del mundo y que se expresa con rigor en Grecia, Hungría, Italia y cada
vez más en España y Portugal. El neoliberalismo aparece como una
ideología caduca y en extremo peligrosa para la estabilidad social. Se
revitaliza hoy el papel del Estado. Un documento de la Cepal, La hora de
la igualdad.
Brechas para cerrar, caminos para abrir,
que acaba de aparecer, es categórico. Advierte: “El documento es claro
en sus propuestas. En él se resalta la necesidad de un fuerte papel del
Estado y la importancia de la política en un marco de revitalización y
recreación de la democracia en tiempos de globalización”. Y agrega: “El
Estado es así el principal actor en la conciliación de políticas de
estabilidad y crecimiento económico, de desarrollo productivo con
convergencia y armonización territorial, promoción del empleo de calidad
y mayor igualdad social”. Postula, además, que “la igualdad social y un
dinamismo económico que transforme las estructuras productivas, no
están reñidos entre sí”. No es fácil ni breve el camino a recorrer para
alcanzar la igualdad en Chile. Tiene como primer obstáculo el actual
Gobierno derechista, que sigue apegado a las tesis más brutales del
neoliberalismo. Sus propuestas principales van dirigidas a favorecer a
los más ricos, como ha quedado de manifiesto en el debate sobre el
proyecto de reconstrucción en que las alzas de impuestos al empresariado
y a las transnacionales están hábilmente presentadas para levantar
gravámenes y devolver, acrecentados, los recursos que se recauden ahora
en los años venideros, garantizándose la prolongación de la
invariabilidad tributaria. Se impone una política de firme oposición a
la derecha. Que denuncie sus planes regresivos y apoye y estimule la
movilización de los trabajadores y sectores populares. Debe ser también
pronente: una profunda reforma tributaria es una necesidad urgente, así
como el establecimiento de un sistema de royalty minero
efectivo que resguarde los intereses nacionales. Deben reclamarse
medidas democratizadoras y descentralizadoras y una reforma en los
sistemas de educación y salud que terminen con el lucro y aseguren
prestaciones de calidad para todos, especialmente para los sectores
vulnerables. Eso implica firmeza frente a la demagogia de la derecha y
búsqueda de amplios entendimientos sociales y políticos que permitan
avanzar hacia una mayor equidad y hacia la solución de las más
apremiantes demandas populares.
El motor necesario que puede
dinamizar esas luchas y alcanzar importantes conquistas es el
reagrupamiento de la Izquierda. Cada día se hace más notoria la falta de
un núcleo orientador y formador de opinión pública que plantee un
camino de desarrollo económico y social de proyección socialista, capaz
de enfrentarse al imperio de la desigualdad. Chile puede llegar a ser un
campeón de la igualdad de derechos y de felicidad para sus hijos. Pero
hacen falta decisión y voluntad para emprender el camino. Los
precursores deben ser hombres y mujeres inspirados en las ideas de
izquierda. Es un deber honroso reconstruir la identidad de una
alternativa de alcance socialista que convoque a millones de chilenos.
Una tarea necesaria para derrotar la desigualdad e imponer la justicia.
(Editorial
de “Punto Final”, edición Nº 712, 25 de junio, 2010)
www.puntofinal.cl
www.pf-memoriahistorica.org
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