Madre antigua y atroz de la incestuosa guerra,
borrado
sea tu nombre de la faz de la tierra.
Tú que arrojaste al
círculo del horizonte abierto
la alta proa del viking, las lanzas del
desierto.
En la Torre del Hambre de Ugolino de Pisa
tienes tu
monumento y en la estrofa concisa
que nos deja entrever (sólo
entrever) los días
últimos y en la sombra que cae las agonías.
Tú
que de sus pinares haces que surja el lobo
y que guiaste la mano de
Jean Valjean al robo.
Una de tus imágenes es aquel silencioso
dios
que devora el orbe sin ira y sin reposo,
el tiempo. Hay otra
diosa de tiniebla y de osambre;
su lecho es la vigilia y su pan es el
hambre.
Tú que a Chatterton diste la muerte en la bohardilla
entre
los falsos códices y la luna amarilla.
Tú que entre el
nacimiento del hombre y su agonía
pides en la oración el pan de cada
día.
Tú cuya lenta espada roe generaciones
y sobre los
testuces lanzas a los leones.
Madre antigua y atroz de la
incestuosa guerra,
borrado sea tu nombre de la faz de la tierra.
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