por Dagoberto Márquez
No es sencillo hablar de esto. Y no lo es porque el ayuno puede tener diversas connotaciones. Puede ser por razones de salud, por razones filosóficas, por causas determinadas médicamente o bien por causas y por razones políticas. Esto quiere decir que un ayuno puede hacerse por prescripción, por causas ajenas a nuestra voluntad, o voluntariamente, por razones de peso, por determinación personal.
En todo caso un ayuno es un asunto delicado, uno donde el ser humano que lo lleva a cabo sufre y se expone, mucho. Decimos esto porque hace poco un hombre joven murió a causa de un ayuno prolongado en Cuba, en la hermana República donde mucha gente acepta lo que el destino le ha deparado y donde mucha no, en razón de que estiman injusto lo que les ocurre. El hombre joven al que me refiero se llamaba Orlando Zapata, un disidente del régimen que por lo mismo se convirtió en activista, en agitador según algunas definiciones. Un hombre inconforme con lo que pasa en la isla que, a la postre, fue arrestado y, ya en prisión, hostigado de tal suerte que decidió enfrentar con una huelga de hambre lo que le sucedía. Ese hombre murió por causa del ayuno. Orlando se mantuvo más de dos meses en huelga de hambre de acuerdo con los reportes y murió de un infarto si no estoy equivocado. El ayuno prolongado lo mató en razón de que, al dejar de alimentarse, sus capacidades cayeron hasta hacerlo víctima de un cuadro agudo de inanición del cual ya no pudo salir desgraciadamente. Más allá de las causas que le orillaron, la idea es hablar un poco del ayuno, de la huelga de hambre, de los estragos y del peligro, del riesgo que entraña hacer algo como eso a fin de que usted norme su criterio. Por experiencia propia, aclarando que lo expuesto es muy en serio porque hay causas (federales) que orillaron a la medida, lo que este opinante puede decir es lo siguiente.
La huelga de hambre es un recurso de carácter político, uno pacífico que si bien es mal visto por algunos, ayuda a corregir injusticias. Llevarla a cabo implica sin embargo ser conscientes de que la vida es frágil y que, al ayunar, se sufre. Que podría no resolver un problema y que podría no garantizar nada incluso. Para hacerlo, quien lo haga, debe mostrar humildad aunque también determinación y entereza pues la huelga de hambre se entiende como una iniciativa política enmarcada en un cuadro de principios. Sí, de principios, éticos y filosóficos principalmente. Si la persona no está preparada no podrá con ello y de alguna manera contravendrá los principios mismos y una cosa así dará al traste con la medida, dejándola al nivel de un recurso retórico y tramposo lo cual no reivindica nada porque empobrece y envilece la medida. El ayuno por motivaciones políticas se entiende como un recurso extremo, como uno donde el ayunante va a sufrir lo indecible. Uno donde -el ayunante- tiene que estar consciente de que puede conducirle a la muerte. De ese tamaño es el asunto. El ayuno causa estragos en quien lo realiza. Un ayuno por causas médicas no es riesgoso en la medida de que el ser humano es “alimentado” por vía intravenosa. En el curso de los días el estómago se retuerce y los jugos gástricos fluyen pero no hay riesgo, no mucho porque no es lo mismo. Un ayuno voluntario y orillado por causas políticas es diferente, totalmente. Lo es porque, a diferencia de un ayuno en hospitales, está del todo controlado. Uno llevado a cabo en la calle, en el pórtico de cualquier edificio público no lo está, ni remotamente. El ayuno político es una medida de presión, una terrible porque quien lo hace puede morir, sin duda. Para determinar quién puede ayunar bajo estos términos debe hacerse un examen, uno riguroso que sólo apoye a personas sanas, a personas con verdaderas capacidades físicas, orgánicas, a personas fuertes para que usted me entienda. No hacerlo de esa forma equivale a lanzar a la gente a la incertidumbre, al horror que provoca la medida en quien la llevará a cabo cuando constate lo terrible y dura de la misma.
Para su conocimiento, del primero al quinto día se sufre de hambre como usted ni se imagina. En ese ínter el organismo trata de adaptarse a la nula ingesta de alimentos pero tal adaptación es mucho muy difícil. Resulta anti-natural, el hambre arrecia y no se quita. Empieza a doler el estómago, la cabeza, el cerebro. Hay mareos, duelen las extremidades e inicia el cansancio, el sopor, el sueño. La recomendación es conservar toda la energía posible, la calma incluso porque una persona alterada podría sufrir un infarto. Del quinto al décimo día el organismo se debilita, sensiblemente. El nivel de sueño aumenta y un ayunante duerme más de lo necesario. En estas condiciones se recomienda la ingesta de miel de abeja la cual no nutre pero sí protege, al cerebro mínimamente. Es decir, el ayuno por causas políticas asume como propio el acto de protección pero sólo en un nivel de agua y dosis pequeñas de miel a fin de que haya hidratación y un poco de mielina para la masa encefálica, nada más, no más que eso. Después del décimo día las cosas se complican, totalmente. Hay gente que ante la pérdida de presión arterial o ante los altibajos, se ve obligada a desistirse so pena de un derrame o de un infarto. Por esta razón quien insiste en mantenerse debe ser monitoreado por un médico. Rebasar los quince días es terrible. Llegar a los veinte lo es más todavía. El cuerpo duele mucho, muchísimo. La cabeza duele más, no tiene usted ni idea de cómo. Y como es lógico, ante la total falta de alimentos el sistema digestivo se desquicia. No hay acto de defecación y si esto se logra -por lo último ingerido antes del ayuno- la defecación se produce entre el décimo quinto y el vigésimo día pero en medio de un cuadro nauseabundo y pútrido, mucho muy doloroso incluso. Algo terrible para que usted comprenda. Ir más allá de los veinte (días) es algo bastante complicado, no tiene usted ni idea.
Por humanismo, lo deseable es que la autoridad no permita un sufrimiento de esa naturaleza. Se dice esto porque se entiende que un ayunante, amparado por la Constitución en lo que concierne a la libre manifestación de las ideas pero al mismo tiempo obligado por razones de injusticia, demuestra tener razón en aquello que le llevó a ir por la resolución, lastimándose a sí mismo públicamente. Si un asunto no es resuelto por las vías convencionales queda el recurso de la presión política y la huelga de hambre es una de ellas. Hablar de un ayuno de entre 20 y más de 40 días es extremadamente difícil. Necesitaría mucho más espacio para hacerlo. Al respecto sólo déjeme decir que de alguna manera el asunto bien puede verse como cuando usted ve la flama de una vela. De una vela que está ya a punto de agotarse y que por lo mismo cualquier pequeña brisa, por mínima que sea, puede apagarla; sí, apagarla, definitiva e irremediablemente. En esas condiciones el ayunante pierde capacidades progresiva pero aceleradamente, durmiendo mucho, perdiendo la orientación, la ubicación ante su realidad incluso, desvariando ocasionalmente, no siendo ya consciente (del todo) de sus propios actos, siéndole mucho muy difícil el levantarse, orinar incluso, sintiendo un cansancio tan extremo que de alguna forma hace perder la capacidad motriz, la percepción de las cosas, la capacidad del sentir, no sintiendo las extremidades debido a una suerte de entumecimiento. Un cuadro rígido de pérdida que, de no frenarse, lo coloca en el umbral de la muerte, por anemia, por inanición, por derrame, por infarto. El ayunante no se asea para su conocimiento. No hay ducha ni la posibilidad de nada y quien se muestre lozano está mintiendo. El ayunante sólo ayuna y orina, ahí mismo, como puede y en lo que puede. El ayunante no defeca y cuando logra hacerlo lo hace en medio de un cuadro de dolores terrible, perdiendo la flora intestinal, perdiendo peso, kilos y más kilos y con ello sus capacidades. El ayunante tramposo come, así sea un poco. El ayunante tramposo cena, se alimenta, a escondidas si usted quiere pero la defecación casi normal o consuetudinaria lo delata. El ayunante tramposo denigra el recurso político de la huelga de hambre, el del ayuno. El ayunante tramposo va contra la ética, contra la ideología política, contra la buena filosofía. El buen ayunante por su parte puede morir pero si se detiene a tiempo puede vivir para contarla. El buen ayunante puede no resolver su asunto pero en todo caso habrá dado un gran paso, uno que podría conducirlo a la resolución de las cosas, sólo que, definitivamente, a un precio demasiado alto. Restablecerse tras el ayuno es además muy complicado, mucho, no sabe usted cuánto.
Estimado lector, Fina lectora, más allá de la huelga de hambre y del ayuno de carácter político, hay algo que deberíamos preguntarnos. De mi parte lo hago con respeto, sinceramente pero no por ello con ingenuidad ni nada parecido. Estimado lector, Fina lectora… ¿Hasta dónde se hacen las cosas correctamente en la hermana República de Cuba? ¿Hasta dónde se hacen las cosas correctamente hoy en día?. En contraparte… ¿Hasta dónde tenía razón Orlando Zapata para haber dado la vida por una causa que él creía injusta? ¿Tenía razón realmente, o su caso fue uno más de los que por disidencia existen en la isla?. La huelga de hambre no es un juego, el ayuno de carácter político tampoco. Puede usted creerlo. No lo es porque en ambos casos el ayunante se juega la existencia, la vida misma. Así de terrible, así de duro, así de simple incluso.
vía, fuente:
http://www.apiavirtual.com/2010/03/18/la-huelga-de-hambre/?utm_source=feedburner&utm_medium=email&utm_campaign=Feed%3A+apia-articulos+%28ApiaVirtual%29
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