Raúl Zibechi
Cuando se cumple un siglo del asesinato de la revolucionaria alemana Rosa Luxemburg, de su camarada Karl Liebknecht y decenas de militantes espartaquistas, se está poniendo énfasis en su legado teórico, en las polémicas que mantuvo con la socialdemocracia alemana y europea, en las diferencias que expresó con Lenin y los bolcheviques y en sus aportes al debate sobre economía e imperialismo.
Rosa fue una mujer brillante, con un pensamiento propio, que supo romper con el Partido Socialdemócrata cuando su traición de 1914 al votar los créditos para la guerra, pero también fue capaz de debatir con los bolcheviques sobre su política agraria y acerca de las limitaciones que impuso a la democracia para los trabajadores.
Sería bueno recordar que era implacable en la crítica. En su obra Reforma o Revolución la emprende contra aquellos que se empeñan en reformar el sistema, en la supresión de los abusos del capitalismo en lugar de la supresión del capitalismo mismo. En ese trabajo, en el que critica frontalmente la política de Eduard Bernstein, principal referente del reformismo que defendía la superación gradual del capitalismo, ataca su abandono de la teoría del colapso capitalista que define como la médula del socialismo científico. Sin colapso, escribió, es imposible expropiar a la clase capitalista.
Como puede observarse, su pensamiento tiene estricta actualidad. ¿Para qué nos preparamos? Rosa se preparó toda su vida para afrontar la carnicería que supuso la Primera Guerra Mundial, al igual que los bolcheviques y un puñado de rebeldes del mundo. No es una cuestión teórica sino ética. La guerra imperialista era el colapso que los revolucionarios esperaban para lanzarse contra el enemigo.
En La crisis de la socialdemocracia o Folleto Junius, escrito en 1916 al calor de la guerra, dedica sus más de 100 páginas a criticar a la izquierda. ¿Alguien puede pensar que le estaba haciendo el juego a la derecha, como se dice ahora cuando se critica a la izquierda? Horrorizada porque el Partido Socialdemócrata hizo lo contrario de lo que pregonó hasta el día anterior de la votación en el parlamento, señala: Esta crítica implacable no sólo es una necesidad fundamental, sino también uno de los máximos deberes de la clase obrera.
Pero el legado central de Rosa Luxemburg no son sus ideas, a veces brillantes, sino su coraje para enfrentar, en soledad, enemigos mucho más poderosos. La revolución de enero de 1919 estaba condenada al fracaso y de hecho fue ahogada en sangre en pocos días. Aunque ni ella, ni Karl Liebknecht, estaban de acuerdo con el levantamiento obrero, no dudaron en ponerse del lado de los trabajadores aún sabiendo el riesgo que corrían. Pura ética. Cero cálculo de conveniencias personales.
El momento determinante de su vida y de sus aportes a las generaciones futuras es, precisamente, el de su asesinato. Rosa muere bajo un gobierno socialdemócrata (el progresismo de la época) de Friedrich Ebert, cuyo ministro de Defensa, Gustav Noske, alentó a los paramilitares de los Freikorps (cuerpos libres) a aplastar a los rebeldes. Ellos fueron los brazos ejecutores del crimen. La socialdemocracia los inspiró y condujo hasta la escena.
Que los Freikorps hayan desaguado con los años en las fuerzas de choque del partido nazi, es lo de menos en esta tremenda deriva. Lo de más es aprender de la historia, decir en voz alta lo que sucedió sin máscaras, para prever lo que puede llegar a sucedernos. Este es el legado fundamental de Rosa, que quisiera sintetizar en dos puntos.
Uno. El progresismo en el poder ha sido responsable de innumerables ataques contra los sectores populares y organizaciones de izquierda. Y sigue siendo. El gobierno de Michelle Bachelet aplicó la ley antiterrorista contra el pueblo mapuche y es responsable del asesinato impune del comunero Matías Catrileo (goo.gl/WxCRT8). Las leyes antiterroristas en Argentina y en Brasil fueron aprobadas por Néstor Kirchner y Dilma Rousseff, en 2007 y 2016, respectivamente. Evo Morales acaba de entregar al ministro italiano, Matteo Salvini, a Cesare Battisti, negándole el derecho básico a un proceso de extradición en el que se pudiera analizar el caso (goo.gl/r1RBYQ).
Dos. No creer nunca en los discursos, ni en las declaraciones de arriba, por más circunspectas que sean. Ponerse en el lugar de los de arriba y discernir qué pueden estar planeando para consolidarse en el poder y destruirnos. Si yo fuera el poder, estaría planificando cómo destruir la resistencia de los pueblos originarios, asestándoles golpes mortales, como antes se hizo con muchos otros movimientos en todo el mundo. El momento de mayor legitimidad del Estado, es el más peligroso para los anticapitalistas.
Los Freikorps están de vuelta, incluso en la muy democrática Alemania (goo.gl/5Au9oq). Se preparan con esmero para el colapso. Vienen por nuestras tierras y territorios. Lo que menos interesa es el color de sus banderas, porque vienen del arriba.
Vía:https://www.jornada.com.mx/2019/01/18/opinion/018a1pol
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