Luis Hernández Navarro
Lleva un enorme medallón en el pecho. Una especie de relicario plano que guarda viva la memoria. Está hecho con una fotografía en blanco y negro de hace 40 años, enmarcada con perlas. En ella aparece doña Delia Duarte, la abuela de Tania Ramírez Hernández, con la imagen de su hijo Rafael Ramírez Duarte, el papá de Tania.
Rafael tenía 29 años, estudiaba en la Facultad de Economía de la Universidad Nacional Autónoma de México, militaba en la Liga Comunista 23 de Septiembre, cuando fue desaparecido. El 9 de junio de 1977 a las 8.30 de la mañana salió de su casa a buscar a su medio hermano, Aurelio, del que no sabía nada desde días antes. Nunca regresó. Fue capturado por la Brigada Blanca, trasladado al Campo Militar número uno, salvajemente torturado frente a sus hermanos y finalmente desaparecido. Ese día, Tania tenía cinco meses en el vientre de su madre, Sara.
La fotografía de doña Delia y su hijo que Tania porta cerca de su corazón fue tomada el 28 de agosto de 1978. Ese día, las doñas que formaron el Comité de Familiares de Presos, Perseguidos y Desaparecidos Políticos, instalaron frente a la catedral de Ciudad de México una huelga de hambre para exigir la presentación con vida de los desaparecidos y la libertad de los presos políticos. El grupo, que tiempo después fue bautizado como Comité ¡Eureka!, fue formado originalmente por Rosario Ibarra, Delia Duarte y más de 80 madres, esposos e hijas de desaparecidos. Ellas sembraron (como han señalado diversos luchadores sociales) las semillas del movimiento de los derechos humanos en México.
Una extraña mezcla de historia y amor hace muy fácil que Tania se cuelgue ese medallón en el pecho. Siente que en ese emblema se resume no sólo su carne y su sangre, sino también su historia, la suya propia y la de su país. No es sólo la muestra del dolor de no tener a su padre, de no haber crecido a su lado. Es también el símbolo de que está orgullosa de él y de su lucha. “Los desaparecidos –explica– trabajaron por un México mejor. Apostaron sus trabajos y sus vidas”.
Esa primera huelga de hambre de las Doñas cosechó importantes frutos. Perseguidos que estaban en el exilio pudieron volver al país y hacer política. Se suspendieron casi 2 mil órdenes de aprehensión contra activistas. Se logró la excarcelación de presos políticos. Algunos desaparecidos lograron su libertad. Gracias a sus testimonios sabemos algo de lo que sucedía en esas mazmorras.
Pero, más allá de estos avances en la lucha contra la represión, por los derechos humanos y las libertades democráticas, esta lucha y las que le siguieron obtuvieron resultados. “Las Doñas –dice Tania– le dieron un ejemplo de dignidad a este país. Nos enseñaron a las generaciones que veníamos una ruta que vale la pena seguir, lo que es importante a la luz del presente que vivimos”.
Para conmemorar las cuatro décadas de esa acción pionera y mantener viva la exigencia de la presentación con vida de los desaparecidos, Tania y sus compañeros de Hijos organizaron el plantón 40 horas por los 40 años de la huelga de hambre afuera de las rejas de la catedral. “Este es un año muy curioso –asegura–, se cumplen 50 años del 68, estamos en un momento de transición que a todos nos llena de expectativas y dudas y ganas. Y es el 40 aniversario de una huelga de hambre fundamental. Pensamos que no debía pasar desapercibida esa fecha”. Lamentablemente, un funcionario eclesial destrozó las fotos de los desaparecidos que los familiares colocaron en la verja. Finalmente, los integrantes de Hijos culminaron la acción el 30 de agosto, Día Internacional por las Víctimas de Desapariciones Forzadas, uniéndose a la movilización de los familiares de los nuevos desaparecidos en el marco de la guerra contra las drogas.
Estas historia de dolor y horror que trascurren paralelamente, en las que confluyen quienes –a decir de Tania– portan fotografías de sus familiares en blanco y negro, y quienes las llevan en color, es brutal para las madres de los nuevos desaparecidos. Para esas familias –explica– saber que hay quienes desde hace 40 años exigimos la presentación de nuestros familiares, es como verse en un espejo que les refleja su propio futuro.
Las movilizaciones de finales de agosto de las madres e hijos de los viejos y nuevos desaparecidos muestran el tamaño del reto del futuro gobierno. Ni perdón, ni olvido, ha sido la consigna del movimiento. Expresa el carácter indisociable de la memoria y el perdón, asegura Tania. Perdón y olvido es algo que sólo pueden dar las víctimas, si así lo deciden. El perdón no puede ser una política de Estado. No lo debe dar ni el jefe del Ejecutivo ni el Estado. No sólo necesitamos saber qué pasó. Necesitamos saber quiénes fueron los orquestadores materiales e intelectuales en toda la cadena de mando y que la justicia alcance a quienes quedan vivos. No queremos que sigan en las calles impunemente, mandando un mensaje de que aquí se puede hacer lo que sea.
Twitter: @lhan55
vía
https://www.jornada.com.mx/2018/09/04/opinion/018a2pol
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