Guillermo Almeyra
Argentina, uno de los países hasta hace poco supuestamente emergentes, está al borde de un enorme desastre. El gobierno le apuesta a la exportación de materias primas (minería, fracking petrolero, desarrollo sojero, aunque ese monocultivo envenene a la gente, a las aguas y empobrezca los suelos). Lógicamente, queda sometido a la política del capital financiero mundial, expresada por el FMI, el Banco Mundial, Davos, la OMC y como siervo de Washington. La nación retorna a su situación semicolonial anterior a 1945.Frente a esta política, que es la continuación –muy agravada y más brutal– de la del kirchnerismo, la protesta social es muy vasta y crece continuamente, profundizándose incluso con la inmensa movilización de las mujeres por la despenalización del aborto que planteó la autorganización del movimiento y su independencia política y puso en cuestión al patriarcalismo y al Estado.
Pero está aún en un nivel primitivo de conciencia y organización, pues los recuerdos amables a la madre de Macri coreados por decenas de miles de personas en estadios, teatros, bares y en el Metro, como el ¡que se vayan todos! expresan odio y hartazgo, pero también refleja impotencia. Para ser eficaz, la protesta tiene que vencer la resistencia de las direcciones sindicales de la CGT y sectores similares que temen más a los trabajadores que al gobierno capitalista y a los patrones y, además, la traba de la dirección política del peronismo, que es conservadora y defensora del capitalismo desde siempre y que quiere canalizar las protestas y frenarlas hasta las elecciones parlamentarias de 2019, en las que espera ganar para aplicar después políticas no muy diferentes de las de Macri.
Éste recurre cada vez más a sus aliados y socios de la burocracia sindical para impedir o retrasar las huelgas generales de protesta y contra el kirchnerismo utiliza, como la burguesía brasileña con Lula, a jueces ultraderechistas que buscan procesar y encarcelar a toda costa a Cristina Fernández y a dirigentes kirchneristas por su enriquecimiento ilícito utilizando el poder gubernamental. El resultado a nivel popular es, por un lado, el desprestigio total de la burocracia sindical vendida, pero en el caso de la ex presidenta, la creación de un aura de víctima de una persecución (infame y real) y de mártir y progresista (que no corresponde para nada a una mujer que consideraba que el aborto es un delito y debe ser castigado como tal y que sólo votó por su despenalización cuando supo que su sufragio era minoritario, nombró gobernadores del Opus Dei y fomentó la gran minería).
Los sindicatos son una escuela de organización de los trabajadores y, en parte, de democracia porque unen contra el capital gente de muy diferente pensamiento. Pero son burgueses porque discuten una venta de la mercancía fuerza de trabajo a mejor precio y en mejores condiciones, no la eliminación de la explotación capitalista. Los obreros obligan a veces incluso a los dirigentes sindicales más corruptos a ceder para no ser desbordados por su base, pero el carácter de organismos de negociación con el capital –no de ruptura con éste– los empuja a depender de los gobiernos e integrarse en el Estado, del cual son organismos de apaciguamiento y mediación social. Además, excluyen a los desocupados, a los jubilados y a las mujeres. No puede haber liberación social si simultáneamente no se lucha por la democracia sindical echando a la burocracia y no se imprime al sindicato una orientación anticapitalista que eduque a los afiliados.
La crisis se está agravando velozmente para todos, principalmente para las clases medias trabajadoras (docentes, científicos, pequeños comerciantes, Pymes) que ven con temor su empobrecimiento y su proletarización y tienen tipos de consumo superiores a los de los trabajadores menos instruidos. Los despidos y recortes estatales afectarán además a centenares de miles de personas.
Hay una sóla manera de frenar ese proceso. Frente a los aparatos sindicales, establecer contacto directamente entre los centros de trabajo y formar comités o consejos de fábrica o empresas que aseguren la dirección de las luchas y las unan en una red regional mediante pactos de unidad y autodefensa. Frente a la situación del país, elaborar planes y propuestas en asambleas y hacer inventarios de los recursos disponibles para empezar a aplicar directamente esos planes con la colaboración activa de los científicos en movilización, profesores y estudiantes universitarios, sindicatos combativos y otros trabajadores.
Son necesarios Cuadernos de Reinvindicaciones sector por sector de la economía (nuclear, energía, transporte ferroviario o fluvial, educación, vivienda, salud e industria de bienes de consumo), reorganizándola según las necesidades populares y reconvirtiendo las producciones superfluas o de bienes de lujo. Es necesario difundir los programas de Huerta Grande y La Falda o el programa de los Economistas de Izquierda, establecer el monopolio estatal del comercio exterior y un control de las divisas, la escala móvil de salarios y jubilaciones, romper de inmediato con el FMI, no pagar la deuda pública y hacerle una auditoría, imponer un impuesto a las grandes fortunas.
Hay que reforzar la economía campesina, la producción de alimentos y la reorganización de los territorios, priorizando la generación de alimentos para el abastecimiento interno y la agricultura; la vida urbana por sobre los intereses de los mineros y desarrollar rápidamente la utilización de la energía renovable eólica, solar, geotérmica, de las mareas.
Lo que más urge son ideas, organización y lucha y un proyecto de futuro anticapitalista. Es necesario apoyar cada lucha obrera, pero no basta con ello y es absurdo, en medio del derrumbe, contentarse con la esperanza de ganar más diputados y senadores en 2019. No se puede esperar la parálisis del país porque su reconstrucción costaría más.
almeyraguillermo@gmail.com
vía:
https://www.jornada.com.mx/2018/09/09/opinion/020a2pol
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