Luis Hernández Navarro
El Deber es el periódico más vendido en Bolivia. Es un diario serio, clásico de las élites de Santa Cruz, el centro comercial del país. Su orientación es claramente conservadora. Expresa sin ambigüedad los intereses de la derecha tradicional cruceña.
El pasado 6 de agosto, 193 aniversario de la independencia boliviana y de la creación de la república, publicó en sus páginas una encuesta encargada a Captura Consulting. En ella se preguntó: Cuál presidente de la historia moderna de Bolivia generaba mayor admiración. La respuesta fue contundente: Evo Morales ocupó el primer puesto con 41 por ciento de las opiniones. Muy por debajo de él, con apenas 14 por ciento, quedó Carlos Diego de Mesa.
Al interpretar en el mismo rotativo el significado del sondeo, Diego Ayo, ahora analista político, opositor furibundo del presidente Morales, ex viceministro de Participación Popular del gobierno neoliberal en Bolivia y funcionario de Usaid, respondió: Estamos frente a una suerte de leyenda, y eso hay que decirlo sin mezquindades. Evo ha significado la ciudadanización política del aimara, lo cual es un cambio paradigmático.
Fue el presidente Evo Morales quien me habló sobre el sondeo de El Deber en la entrevista que le hice en Cochabamba el pasado 10 de agosto. Estaba sorprendido. “Esa no es nuestra encuesta, es la encuesta de la derecha –me dijo–. Ustedes saben que algunos medios de comunicación no nos quieren para nada. Y, además de eso, es una encuesta realizada solamente en las ciudades y nuestra fuerza siempre han sido las áreas rurales”.
Para él, el mensaje de ese sondeo es muy preciso: el pueblo se plantea que es necesario continuar con nuestra revolución democrática y cultural. Explicó: Hicimos un gran cambio de un Estado colonial a un Estado plurinacional. Económicamente nacionalizamos los recursos nacionales, recuperamos las empresas. El pueblo quiere que Evo termine las grandes obras. La sociedad boliviana está moralmente conforme con su proceso de transformación.
Evo Morales asumió la presidencia el 22 de enero de 2006. Desde esa fecha, en buena parte como resultado de la conquista de su soberanía energética y la recuperación estatal de empresas estratégicas, la economía boliviana es una locomotora que no se detiene. En 2006, el producto interno bruto (PIB) era de alrededor de 6 mil millones de dólares y ahora es de más de 37 mil millones. En los recientes 10 años, la economía ha crecido en promedio anual de 5 por ciento, a pesar de la caída en el precio del petróleo y las materias primas. En 2014 aumentó 5.5 por ciento; en 2015, 4.9 por ciento; en 2016, 4.3 por ciento, y en 2017, 4.2 por ciento. En 2018 crecerá en torno a 4.8 por ciento.
“Cuando llegamos –me contó en Cochabamba– sólo se exportaba gas natural y se importaba gas licuado del petróleo (GLP). Ahora estamos exportando GLP. Tenemos dos plantas separadoras de líquidos y una planta de GNL (gas natural licuado). Ahora nosotros tenemos una planta de GNL y estamos acá preparados para exportar GNL a otros países vecinos, y no perdemos la esperanza de exportarlo a otros continentes. Antes se importaban fertilizantes y ya estamos exportándolos a Brasil. En temas de construcción de caminos, estamos integrando el oriente al occidente. Tenemos aeropuertos ya terminados y algunos por terminar. Hemos empezado con la industrialización. En el litio estamos invirtiendo cerca de mil millones de dólares. En el momento en que terminemos la industrialización del litio estoy convencido de que vamos a poner el precio del litio para el mundo, porque tenemos la reserva más grande del mundo. Hemos empezado a industrializar el hierro, ya no vamos importar hierro para la construcción.”
La riqueza generada ha servido para combatir la pobreza. Ésta se redujo a 36.4 durante 2017 frente a 59.9 de 2006. Su nivel histórico más bajo. A pesar del multilingüismo, la tasa de analfabetismo es ahora de solamente 2.7 por ciento, a diferencia de 27 por ciento de 1995. El cuarto lugar en América Latina. Entre 2005 y 2016 el coeficiente Gini de desigualdad bajó de 0.60 a 0.41.
A diferencia de épocas anteriores, la presidencia de Evo Morales se ha caracterizado por la estabilidad. Ha encabezado el Estado durante 12 años. No siempre fue así. “La historia cuenta que en 24 horas había tres presidentes –me dijo en Cochabamba–. Cinco años antes de mi llegada al gobierno, cada año había un presidente. En 2001, Hugo Banzer Suárez; en 2002, Jorge Tuto Quiroga; en 2003, Gonzálo Sánchez de Lozada; en 2004, Carlos Mesa, y en 2005, Eduardo Rodríguez. Así era la situación política del país”.
Como demuestra la experiencia boliviana, los milagros existen. Su proceso de transformación muestra que es posible seguir un modelo no neoliberal, que recupere la soberanía popular, descolonice el Estado, pague la deuda histórica con sus pueblos originarios y abra las puertas a la participación popular en las decisiones trascendentales de la nación.
Twitter: @lhan55
vía:
http://www.jornada.com.mx/2018/08/21/opinion/017a1pol
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