Guillermo Almeyra
De aquí a julio de 2018 pueden suceder muchas cosas no sólo en México sino en escala mundial. Desgraciadamente vivimos a la sombra del elefante gringo enloquecido y compartimos por lo tanto las desdichas (pero no las dichas) de los estadunidenses, incluida la amenaza de una guerra nuclear lanzada por un multimillonario nazi y por un déspota oriental que no tienen frenos ni contrapesos en sus propios países.
Pero nos encontramos desde hace rato en plena campaña electoral debido a que el país se encuentra en la peor crisis política, social y moral de su historia y hay un gran vacío político que llenar. Esta situación es resultado de la incapacidad total y la descomposición de la oligarquía que ocupa el gobierno y de la putrefacción de los partidos (Morena, con mucha buena voluntad, es por ahora una excepción a pesar de su conservadurismo, de su régimen interno verticalista nada democrático y de los chapulines que por ahí andan saltando).
Con decenas de miles de muertos en una larga guerra sucia que lleva ya tres lustros, el narcotráfico que involucra gobernadores, altos jefes militares, policías, una caída brutal del nivel de vida, una educación asfixiada por la guerra oficial contra los maestros y contra los estudiantes, con la economía desquiciada por la destrucción de Pemex y por el Tratado de Libre Comercio firmado con Estados Unidos y Canadá y con las medidas de Trump contra los inmigrantes que amenazan con aumentar la desocupación, la delincuencia y la siembra de drogas en México, es lógico que gran cantidad de mexicanos se aferren al clavo ardiente de la débil esperanza en que –por un milagro guadalupano– la oligarquía respete el resultado electoral.
Ese sueño, mezclado con el miedo a que un cambio social provoque derramamientos de sangre y sufrimientos, ciega a mucha gente que en otros campos es inteligente y racional y la lleva a votar por un candidato al cual la oligarquía no le permitirá jamás ganar. El resultado inevitable de ese fracaso electoral no puede ser sino un nuevo gobierno nacido del fraude, ilegítimo e impopular y derramamientos de sangre y sufrimientos aún mayores que los que México ya sufre desde Calderón hasta la fecha.
El supuesto realismo del voto útil se convierte en utopía. Porque es utópico creer en la decencia, la buena fe, el respeto de las leyes de quienes pisotean leyes, anularon la Constitución, hicieron fraude reiteradamente y destruyeron el país. Es igualmente utópico intentar revivir una nueva versión aguada del echeverrismo en particular cuando el sistema capitalista –que es mundial y no nacional– está dominado por el capital financiero internacional, se prepara para una guerra mundial y necesita para eso aplastar a los trabajadores y eliminar todas las conquistas de civilización logradas en los dos últimos siglos por las luchas obreras, campesinas y de los oprimidos.
AMLO sólo podría llegar al gobierno si de aquí a julio próximo hubiesen enormes movilizaciones y grandes luchas sociales que atemorizasen a la oligarquía gobernante y la obligasen a recurrir al candidato de Morena para frenar a las masas y evitar una radicalización peligrosa de los trabajadores, lo cual es poco probable.
Realista, en cambio, es prepararse, por un lado, tanto para las luchas después de las elecciones contra el fraude que le harán a AMLO y contra las medidas dictatoriales y fascistas que el gobierno ilegítimo aplicará para acabar con las protestas como, por otro lado, para hacer cumplir las demandas de cambio si la oligarquía recurriese a AMLO como la dictadura argentina recurrió a Perón para apagar el fuego social.
Si se llegase a las elecciones los escenarios probablemente serían los siguientes, con la variante de la presencia o no en las listas de Marichuy Patricio a la que la fe ciega de los morenos y la falta de experiencia democrática en México le dificultan la obtención de las firmas que la respalden.
Primer escenario: gana López Obrador y nuevamente le niegan el triunfo. AMLO se va a La Chingada y deja la protesta sin líder ni motivos, desorganizando aún más a sus seguidores y Morena y su bancada parlamentaria se convierten en un nuevo PRD.
Segundo: llama a resistir, lo que hace que los votantes por Morena se encuentren en la misma trinchera con quienes apoyan a Marichuy, lo que obligaría a hacer saltar los frenos sectarios y las trabas institucionalistas y electoralistas burguesas.
Tercer escenario: si Marichuy lograse reunir las firmas que le faltan en los dos meses que quedan no ganará pero sí obtendrá el apoyo de cientos de miles de personas que pensaban abstenerse. En tal caso se abstendrían sobre todo los emigrantes ausentes, los enfermos y los indiferentes y despolitizados. Esa abstención, junto a los votos por los partidos del régimen, permitiría medir el nivel de conciencia de los mexicanos.
Cuarto: si Marichuy no obtuviese esas firmas, habrá que optar entre abstenerse o dar un voto crítico a AMLO, por ejemplo, votando sólo por éste, para presidente y no al resto de los candidatos de Morena para que aumente el caudal de sufragios invalidados por el fraude así como la protesta popular. En ese caso, el apoyo crítico podría tender un puente hacia los votantes de Morena y desmentir a los que no ven otro camino que el electoral y por eso pretenden creer que la candidatura de Marichuy es divisionista y hasta salinista. También se podría promover una abstención masiva y militante u optar por un voto programático poniendo en las urnas el programa de Marichuy completado con otras consignas necesarias.
En todos los casos, la abstención pura y simple estaría en abierta contradicción –por desmovilizadora y pasiva– con una campaña que busca organizar y elevar el nivel de conciencia y sería más desastrosa aún que la del EZLN en 2006.
almeyraguillermo@gmail.com
vía:
http://www.jornada.unam.mx/2017/12/03/opinion/020a1pol
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