miércoles, 15 de febrero de 2017

Argentina: La cultura represora y “El crimen de la paz”. Entrevista con Alfredo Grande ... Por Agencia Para la Libertad


Alfredo Grande es psicoanalista y médico psiquiatra, presidente de la cooperativa de salud Atico– a la que creó en 1986– y un consecuente colaborador de la Agencia Pelota de trapo (página web periodística del Movimiento Chicos del Pueblo), en cuyos artículos desentraña los cruces entre política y psicoanálisis, y los efectos concretos en lo real de lo que denomina “el alucinatorio social”.



 Activista de las luchas por los derechos humanos, docente universitario y conductor del programa de radio Sueños posibles, Grande acaba de lanzar su nuevo libro El crimen de la paz : una compilación de sus artículos publicados en Pelota de Trapo entre 2009 y 2013, en los que aborda, sin prescindir de una ironía acerada, el proceso político kirchnerista, la gestión de Macri en la Ciudad o los modos en los que la sociedad argentina combate o convalida la desigualdad económica y social.

– Un concepto que recorre sus libros es el de “cultura represora”. ¿Cuáles serían las evidencias de que vivimos actualmente inmersos en esas estructuras de represión, y de qué manera se podría desarticular nuestra aquiescencia con lo que nos oprime?

– La evidencia es lo que se llama las patologías de época. Depresión, adicciones, enfermedades psicosomáticas, la llamada violencia de género, femicidios, maltrato abuso e incesto con niñas y niños, mobbing laboral, bulling, groming, acoso por Internet, pedofilia… Es posible que haya más evidencias, pero no son pocas. En cuanto a cómo enfrentamos esto, la trama de dominación se subvierte si construimos vínculos donde el amor, el placer, la creatividad, la alegría y la ternura sean sostenidos. Cuando jerarquizamos el deseo, que siempre es deseo del otro, los amos del universo retroceden. Es la buena nueva que trajo Jesús hasta que fue traicionado por la cultura represora de la época.

–En “El crimen de la paz” plantea que el kirchnerismo no es, como suele sostenerse, sólo un Gran Relato, sino una imagen. ¿Cuál sería la imagen distintiva del ciclo K iniciado en 2003?

–Cuando Néstor Kirchner baja el retrato de Videla, en una señal política muy fuerte, pienso que lo que ahí hubo, en realidad, fue un fetiche. La forma pero sin el contenido. Nunca antes de ser presidente había acompañado la lucha de los organismos de derechos humanos. El contenido vino a posteriori. O sea: primero la forma. En ese momento, Kirchner incluso negó a la Conadep. El contenido fue acotar toda justicia por la violación de los derechos humanos a los cometidos durante la dictadura cívico–militar. Hoy queda claro el reduccionismo de esa estrategia.

–Otro de los conceptos que acuñó es el de alucinatorio social. ¿Cuáles son los indicadores centrales que testimonian la existencia de esa configuración alucinatoria y cómo opera el denominado “psicoanálisis implicado” que lleva adelante?

–El alucinatorio social es la hegemonía de lo inventado sobre lo percibido. Invento percepciones, sensaciones, pensamientos. La publicidad le da soporte a esos inventos, que en realidad tienen el formato de los delirios y las alucinaciones. Por ejemplo: una consigna pegadiza reemplaza un programa de gobierno. La política se resuelve en las redes, que tienen un alto ingrediente alucinatorio. En vez de vínculos, son contactos o “amigos”. El psicoanálisis implicado pone en superficie el fundante represor de la cultura. Es como prender la luz en una pieza oscura para que lo siniestro sea conjurado por la claridad. Un ejemplo: el preámbulo de la Constitución nos dice que “el pueblo no gobierna ni delibera sino a través de sus representantes”. Ese preámbulo reprime la voluntad, el deseo y el poder popular. Propongo modificarlo: “El pueblo gobierna y delibera incluso a pesar de sus representantes”. Diciembre de 2001 fue un acercamiento en tanto en forma colectiva se realizó un análisis de la cultura represora.

–Ha sido docente en la Universidad Madres de Plaza de Mayo. ¿Cómo evalúa la alianza que la mayoría de los organismos han entablado con el oficialismo, al punto de negar incluso contradicciones entre el discurso y la práctica, como son la falta de receptividad frente a los reclamos de las comunidades originarias o las grandes asimetrías sociales que no se han resuelto luego de años de sostenido crecimiento económico?


–Hubo una alianza táctica necesaria que llevó a un seguidismo estratégico suicida. Ningún organismo de derechos humanos puede ser paraestatal. Son los Estados, incluso el Estado de Derecho, los que violan en forma sistemática los derechos humanos. Por eso, hoy existe ese silencio frente al exterminio en cuotas de la nación qom o la militarización social vía políticas de seguridad policiales.


–¿Existe, en la sociedad, una conciencia de que la pobreza y el hambre son situaciones equiparables a los crímenes de guerra, o se ha naturalizado la idea de que esas asimetrías son la variable de ajuste razonable de un capitalismo al que, desde 2003, ha descripto, irónicamente, como “capitalismo serio con derechos humanos”?


–Mi libro responde a esa miopía. O ceguera. El tema no es la pobreza, porque esta tiene su propia pauta de organización social, vincular y subjetiva. El tema es la exclusión porque implica un arrasamiento de lo social, lo vincular y lo subjetivo. Y hablar de indigentes o pobres con parámetros de una sutileza cínica, es una forma de encubrir que las sobras del banquete ya no alcanzan. Los subsidios a los grandes grupos empresarios cuadruplican la asignación universal por hijo.


–“El anatema que pesa sobre la lucha armada no deja de ser una estrategia contrarrevolucionaria para sostener el dogma burgués del monopolio de la fuerza por parte del Estado. O sea: el tema no es el uso de las armas, sino hacia quién están dirigidas”, sostiene en el texto “Todos unidos perderemos”. La sangría que derivó de la lucha armada guerrillera y el terrorismo de Estado en los 70, ¿no implica una suerte de callejón sin salida para desarticular los procedimientos que usted señala en lo que define como “la cultura represora”?

–La cultura represora no necesita de las armas. Su fuerza de choque es la publicidad. Se abomina de los medios, pero el zócalo de los partidos del “Fútbol para todos” es publicidad pura. La lucha armada fue contra ejercicios de facto del poder (Onganía y Lanusse, por citar dos ejemplos). En 1976, cuando la Junta Militar asalta y nos asesina la democracia, no había guerrilla activa. La Teoría de los dos demonios, a mi criterio, son: el terrorismo de Estado y la propia teoría. Yo pretendo desarmar a la cultura represora con la pluma, con la risa y con la palabra. Este libro es una de las pruebas que tengo para intentar que la historia también me absuelva.

Carlos Maslaton, Revista Ñ
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https://agenciaparalalibertad.org/article/la-cultura-represora-y-el-crimen-de-la-paz/

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