Alfredo Grande es psicoanalista y médico psiquiatra, presidente de la cooperativa de salud Atico– a la que creó en 1986– y un consecuente colaborador de la Agencia Pelota de trapo (página web periodística del Movimiento Chicos del Pueblo), en cuyos artículos desentraña los cruces entre política y psicoanálisis, y los efectos concretos en lo real de lo que denomina “el alucinatorio social”.
Activista de las luchas por los
derechos humanos, docente universitario y conductor del programa de
radio Sueños posibles, Grande acaba de lanzar su nuevo libro El crimen
de la paz : una compilación de sus artículos publicados en Pelota de
Trapo entre 2009 y 2013, en los que aborda, sin prescindir de una ironía
acerada, el proceso político kirchnerista, la gestión de Macri en la
Ciudad o los modos en los que la sociedad argentina combate o convalida
la desigualdad económica y social.
– Un concepto que recorre sus
libros es el de “cultura represora”. ¿Cuáles serían las evidencias de
que vivimos actualmente inmersos en esas estructuras de represión, y de
qué manera se podría desarticular nuestra aquiescencia con lo que nos
oprime?
– La evidencia es lo que se llama las
patologías de época. Depresión, adicciones, enfermedades psicosomáticas,
la llamada violencia de género, femicidios, maltrato abuso e incesto
con niñas y niños, mobbing laboral, bulling, groming, acoso por
Internet, pedofilia… Es posible que haya más evidencias, pero no son
pocas. En cuanto a cómo enfrentamos esto, la trama de dominación se
subvierte si construimos vínculos donde el amor, el placer, la
creatividad, la alegría y la ternura sean sostenidos. Cuando
jerarquizamos el deseo, que siempre es deseo del otro, los amos del
universo retroceden. Es la buena nueva que trajo Jesús hasta que fue
traicionado por la cultura represora de la época.
–En “El crimen de la paz” plantea que el kirchnerismo no es, como suele sostenerse, sólo un Gran Relato, sino una imagen. ¿Cuál sería la imagen distintiva del ciclo K iniciado en 2003?
–En “El crimen de la paz” plantea que el kirchnerismo no es, como suele sostenerse, sólo un Gran Relato, sino una imagen. ¿Cuál sería la imagen distintiva del ciclo K iniciado en 2003?
–Cuando Néstor Kirchner baja el retrato
de Videla, en una señal política muy fuerte, pienso que lo que ahí hubo,
en realidad, fue un fetiche. La forma pero sin el contenido. Nunca
antes de ser presidente había acompañado la lucha de los organismos de
derechos humanos. El contenido vino a posteriori. O sea: primero la
forma. En ese momento, Kirchner incluso negó a la Conadep. El contenido
fue acotar toda justicia por la violación de los derechos humanos a los
cometidos durante la dictadura cívico–militar. Hoy queda claro el
reduccionismo de esa estrategia.
–Otro de los conceptos que acuñó
es el de alucinatorio social. ¿Cuáles son los indicadores centrales que
testimonian la existencia de esa configuración alucinatoria y cómo
opera el denominado “psicoanálisis implicado” que lleva adelante?
–El alucinatorio social es la hegemonía
de lo inventado sobre lo percibido. Invento percepciones, sensaciones,
pensamientos. La publicidad le da soporte a esos inventos, que en
realidad tienen el formato de los delirios y las alucinaciones. Por
ejemplo: una consigna pegadiza reemplaza un programa de gobierno. La
política se resuelve en las redes, que tienen un alto ingrediente
alucinatorio. En vez de vínculos, son contactos o “amigos”. El
psicoanálisis implicado pone en superficie el fundante represor de la
cultura. Es como prender la luz en una pieza oscura para que lo
siniestro sea conjurado por la claridad. Un ejemplo: el preámbulo de la
Constitución nos dice que “el pueblo no gobierna ni delibera sino a
través de sus representantes”. Ese preámbulo reprime la voluntad, el
deseo y el poder popular. Propongo modificarlo: “El pueblo gobierna y
delibera incluso a pesar de sus representantes”. Diciembre de 2001 fue
un acercamiento en tanto en forma colectiva se realizó un análisis de la
cultura represora.
–Ha sido docente en la
Universidad Madres de Plaza de Mayo. ¿Cómo evalúa la alianza que la
mayoría de los organismos han entablado con el oficialismo, al punto de
negar incluso contradicciones entre el discurso y la práctica, como son
la falta de receptividad frente a los reclamos de las comunidades
originarias o las grandes asimetrías sociales que no se han resuelto
luego de años de sostenido crecimiento económico?
–Hubo una alianza táctica necesaria que
llevó a un seguidismo estratégico suicida. Ningún organismo de derechos
humanos puede ser paraestatal. Son los Estados, incluso el Estado de
Derecho, los que violan en forma sistemática los derechos humanos. Por
eso, hoy existe ese silencio frente al exterminio en cuotas de la nación
qom o la militarización social vía políticas de seguridad policiales.
–¿Existe, en la sociedad, una
conciencia de que la pobreza y el hambre son situaciones equiparables a
los crímenes de guerra, o se ha naturalizado la idea de que esas
asimetrías son la variable de ajuste razonable de un capitalismo al que,
desde 2003, ha descripto, irónicamente, como “capitalismo serio con
derechos humanos”?
–Mi libro responde a esa miopía. O
ceguera. El tema no es la pobreza, porque esta tiene su propia pauta de
organización social, vincular y subjetiva. El tema es la exclusión
porque implica un arrasamiento de lo social, lo vincular y lo subjetivo.
Y hablar de indigentes o pobres con parámetros de una sutileza cínica,
es una forma de encubrir que las sobras del banquete ya no alcanzan. Los
subsidios a los grandes grupos empresarios cuadruplican la asignación
universal por hijo.
–“El anatema que pesa sobre la
lucha armada no deja de ser una estrategia contrarrevolucionaria para
sostener el dogma burgués del monopolio de la fuerza por parte del
Estado. O sea: el tema no es el uso de las armas, sino hacia quién están
dirigidas”, sostiene en el texto “Todos unidos perderemos”. La sangría
que derivó de la lucha armada guerrillera y el terrorismo de Estado en
los 70, ¿no implica una suerte de callejón sin salida para desarticular
los procedimientos que usted señala en lo que define como “la cultura
represora”?
–La cultura represora no necesita de las
armas. Su fuerza de choque es la publicidad. Se abomina de los medios,
pero el zócalo de los partidos del “Fútbol para todos” es publicidad
pura. La lucha armada fue contra ejercicios de facto del poder (Onganía y
Lanusse, por citar dos ejemplos). En 1976, cuando la Junta Militar
asalta y nos asesina la democracia, no había guerrilla activa. La Teoría
de los dos demonios, a mi criterio, son: el terrorismo de Estado y la
propia teoría. Yo pretendo desarmar a la cultura represora con la pluma,
con la risa y con la palabra. Este libro es una de las pruebas que
tengo para intentar que la historia también me absuelva.
Carlos Maslaton, Revista Ñ
.
https://agenciaparalalibertad.org/article/la-cultura-represora-y-el-crimen-de-la-paz/
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