La publicación de Investigación y Ciencia del pasado mes de Agosto/2016 tiene un extenso artículo titulado “La era de la (des)información” del especialista en redes sociales Walter Quattrociocchi,
explicando que la expansión de las redes sociales tiene un lado oscuro y
es la difusión masiva de informaciones falsas y teorías de la
conspiración.
Partamos con un ejemplo del año 2013 en Italia: un post publicado en Facebook, durante las elecciones, en una página de contenido satírico y de parodias políticas, informaba que el Senado “aprobó con 257 votos a favor y 165 abstenciones la propuesta del senador Cirenga de conceder a los legisladores 134 mil millones de euros para encontrar puestos de trabajo en caso de una derrota electoral”. La nota tenía una serie de falsedades ya que el Senador Cirenga no existe, nunca se planteó esa ley, el número total de votos es mayor del posible en el Senado italiano y el monto señalado equivale a más del 10% del PIB de Italia. A pesar de todos estos detalles no tardó en hacerse viral y en menos de un mes fue compartida más de 35.000 veces. Pero no paro allí, el meme quedó compartido en una página de Facebook de comentarios políticos. Desde entonces, el post volvió a compartirse, pero esta vez apadrinado por los aires de seriedad del nuevo sitio, y actualmente la supuesta “ley” se usa como ejemplo de los niveles de corrupción de la política italiana.
Un informe del 2013, del Foro Económico Mundial, consideró el “bulo” como uno de los principales riesgos de la sociedad moderna por la gran rapidez en que las redes sociales difunden información infundada y/o rumores falsos, que terminan ganando credibilidad por el simple hecho de ser compartidos ampliamente. Se creían inofensivas, pero ya tenemos casos en que sus mentiras llegan, por ejemplo a nuestros legisladores que ponen en duda la vacunación o hablan de los beneficios de la homeopatía. Los medios de comunicación no lo hacen mejor y tenemos programas y personajes de farándula, como Salfate y Cristián Contreras alias Dr. File, que viven y son populares por difundir este tipo de informaciones.
La forma como se difunden noticias falsas es un tema de estudio para los científicos sociales computacionales, que gracias al análisis del gran volumen de datos que generan las redes sociales y centrándose en el modo en que las teorías conspiratorias están repartidas en Facebook, buscan entender por qué algunas personas son más susceptibles a este tipo de teorías que otras.
Internet modificó la forma en cómo interaccionamos y encontramos amigos. También cambió el modo en que filtramos la información y formamos nuestras opiniones. Sumemos a que normalmente buscamos temas guiados por nuestro sesgo de confirmación, es decir, la tendencia que tenemos para prestar atención o creer información que confirma nuestras creencias, en vez de permitir que éstas puedan cambiar producto de nueva información. Situación que origina la creación de comunidades homogéneas que tienden a retroalimentarse y a ignorar al resto (ej: grupos de creyentes en visitantes extraterrestres o seguidores de las pseudociencias). Se da el absurdo que al buscar desarmar las teorías conspirativas, tenemos exactamente el efecto contrario, es decir, quienes creen en ellas reafirmaran sus creencias. Ello dificulta la difusión de información veraz y hace que resulte casi imposible frenar la expansión de contenidos falaces.
Los grupos conspiranoicos son ideales para difundir bulos paranoicos; que el hombre nunca llegó a la Luna, que los atentados de 11 de septiembre fueron una operación encubierta de la CIA, que el mundo es gobernado por extraterrestres reptilianos o por el Grupo Bilderberg o por el Sionismo o por la Masonería, o que las estelas de condensación dejadas por aviones no son tales, sino que están compuestas por productos químicos, que las vacunas causan autismo, que el Cambio Climático no es real, etc. En realidad las conspiraciones son infinitas y hay mucha gente que cree en ellas a pesar que varias son contradictorias entre sí. La razón es que personas dispuestas a creer en teorías conspirativas son más propensas a interactuar y difundir informaciones falsas.
Mucho tiene que ver un grave producto en nuestra formación escolar y universitaria y es el analfabetismo funcional, es decir, sabemos leer y escribir, pero somos incapaces de comprender y mucho menos cuestionar lo que leemos y escribimos. El Centro de Microdatos de la Universidad de Chile, en un estudio del año 2013, muestra que el 44,3% de la población adulta de nuestro país se encuentra en esta situación, con el agravante que las nuevas generaciones no mejoran, a modo de comparación en Europa es 1 persona de 5.
Las redes sociales ofrecen una extraordinaria libertad informativa. Sin embargo, son igual a una espada de Damocles y tiene su falla y es que alimentan la difusión descontrolada de rumores, noticias falsas y de contenidos conspirativos y pseudocientíficos.
vía:
http://www.elquintopoder.cl/ciencia/edad-de-la-informacion-o-la-desinformacion/?utm_source=boletin_semanal&utm_medium=Email&utm_campaign=boletin-169_20170117&utm_content=destacado_principal_3
Hoy debemos incorporar a nuestro vocabulario nuevos términos, como smombie, poquezombie, nomofobia y tenemos que agregar el término “bulo” (en inglés “Hoax”) que consiste en difundir una noticia falsa y hacer creer que es real; no es considerada fraude al no tener un fin delictivo ni de lucro.
Se da el absurdo que al buscar desarmar las teorías conspirativas, tenemos exactamente el efecto contrario, es decir, quienes creen en ellas reafirmaran sus creencias.
Partamos con un ejemplo del año 2013 en Italia: un post publicado en Facebook, durante las elecciones, en una página de contenido satírico y de parodias políticas, informaba que el Senado “aprobó con 257 votos a favor y 165 abstenciones la propuesta del senador Cirenga de conceder a los legisladores 134 mil millones de euros para encontrar puestos de trabajo en caso de una derrota electoral”. La nota tenía una serie de falsedades ya que el Senador Cirenga no existe, nunca se planteó esa ley, el número total de votos es mayor del posible en el Senado italiano y el monto señalado equivale a más del 10% del PIB de Italia. A pesar de todos estos detalles no tardó en hacerse viral y en menos de un mes fue compartida más de 35.000 veces. Pero no paro allí, el meme quedó compartido en una página de Facebook de comentarios políticos. Desde entonces, el post volvió a compartirse, pero esta vez apadrinado por los aires de seriedad del nuevo sitio, y actualmente la supuesta “ley” se usa como ejemplo de los niveles de corrupción de la política italiana.
Un informe del 2013, del Foro Económico Mundial, consideró el “bulo” como uno de los principales riesgos de la sociedad moderna por la gran rapidez en que las redes sociales difunden información infundada y/o rumores falsos, que terminan ganando credibilidad por el simple hecho de ser compartidos ampliamente. Se creían inofensivas, pero ya tenemos casos en que sus mentiras llegan, por ejemplo a nuestros legisladores que ponen en duda la vacunación o hablan de los beneficios de la homeopatía. Los medios de comunicación no lo hacen mejor y tenemos programas y personajes de farándula, como Salfate y Cristián Contreras alias Dr. File, que viven y son populares por difundir este tipo de informaciones.
La forma como se difunden noticias falsas es un tema de estudio para los científicos sociales computacionales, que gracias al análisis del gran volumen de datos que generan las redes sociales y centrándose en el modo en que las teorías conspiratorias están repartidas en Facebook, buscan entender por qué algunas personas son más susceptibles a este tipo de teorías que otras.
Internet modificó la forma en cómo interaccionamos y encontramos amigos. También cambió el modo en que filtramos la información y formamos nuestras opiniones. Sumemos a que normalmente buscamos temas guiados por nuestro sesgo de confirmación, es decir, la tendencia que tenemos para prestar atención o creer información que confirma nuestras creencias, en vez de permitir que éstas puedan cambiar producto de nueva información. Situación que origina la creación de comunidades homogéneas que tienden a retroalimentarse y a ignorar al resto (ej: grupos de creyentes en visitantes extraterrestres o seguidores de las pseudociencias). Se da el absurdo que al buscar desarmar las teorías conspirativas, tenemos exactamente el efecto contrario, es decir, quienes creen en ellas reafirmaran sus creencias. Ello dificulta la difusión de información veraz y hace que resulte casi imposible frenar la expansión de contenidos falaces.
Los grupos conspiranoicos son ideales para difundir bulos paranoicos; que el hombre nunca llegó a la Luna, que los atentados de 11 de septiembre fueron una operación encubierta de la CIA, que el mundo es gobernado por extraterrestres reptilianos o por el Grupo Bilderberg o por el Sionismo o por la Masonería, o que las estelas de condensación dejadas por aviones no son tales, sino que están compuestas por productos químicos, que las vacunas causan autismo, que el Cambio Climático no es real, etc. En realidad las conspiraciones son infinitas y hay mucha gente que cree en ellas a pesar que varias son contradictorias entre sí. La razón es que personas dispuestas a creer en teorías conspirativas son más propensas a interactuar y difundir informaciones falsas.
Mucho tiene que ver un grave producto en nuestra formación escolar y universitaria y es el analfabetismo funcional, es decir, sabemos leer y escribir, pero somos incapaces de comprender y mucho menos cuestionar lo que leemos y escribimos. El Centro de Microdatos de la Universidad de Chile, en un estudio del año 2013, muestra que el 44,3% de la población adulta de nuestro país se encuentra en esta situación, con el agravante que las nuevas generaciones no mejoran, a modo de comparación en Europa es 1 persona de 5.
Las redes sociales ofrecen una extraordinaria libertad informativa. Sin embargo, son igual a una espada de Damocles y tiene su falla y es que alimentan la difusión descontrolada de rumores, noticias falsas y de contenidos conspirativos y pseudocientíficos.
vía:
http://www.elquintopoder.cl/ciencia/edad-de-la-informacion-o-la-desinformacion/?utm_source=boletin_semanal&utm_medium=Email&utm_campaign=boletin-169_20170117&utm_content=destacado_principal_3
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