Vicenç Navarro
Existe hoy un debate en EEUU que tiene gran relevancia también para
España. Tiene que ver con las causas del elevado deterioro del mercado
de trabajo estadounidense y, muy en particular, del descenso en la
capacidad adquisitiva de la población, consecuencia de la disminución de
los salarios y de la pérdida de ocupación.
Para entender la
importancia e intensidad de este debate, hay que ser consciente de que
el establishment político-mediático estadounidense está en estado de
shock, pues no se esperaban la derrota de la candidata demócrata, la
Sra. Hillary Clinton, y, todavía menos, la victoria del candidato
republicano, el Sr. Donald Trump, al cual siempre consideraron como un
candidato con escasas posibilidades de éxito debido a estar fuera de los
cánones de lo que un candidato deber ser y/o debe parecer. Su
comportamiento teatral, sin embargo, atrajo gran atención mediática,
garantizándole una gran exposición, que hábilmente utilizó para
desacreditar al establishment político federal y a la mayoría de los
grandes medios de comunicación, tarea relativamente fácil de realizar,
pues tales establishments políticos y mediáticos eran ya altamente
impopulares entre la mayoría de las clases populares. Una situación
semejante ocurre en España, donde la mayoría de la población no cree que
las instituciones llamadas representativas les representen, y la
mayoría de la población considera a los grandes medios no creíbles en su
presentación de la realidad política del país (he documentado en
artículos anteriores la evidencia que apoya tal observación).
En
realidad, solo dos candidatos transmitieron el hartazgo y rechazo de las
clases populares hacia los mencionados establishments. Uno fue el
candidato del Partido Demócrata, el socialista Bernie Sanders, y el otro
el candidato del Partido Republicano, Donald Trump, de la ultraderecha
estadounidense. Era obvio que, de los dos, el más temido por la
estructura de poder económico y financiero del país, y por lo tanto
también por el establishment político-mediático del país, era Bernie
Sanders, pues era él el que tenía un análisis más certero de las raíces
del problema que afectaba a las clases populares (el maridaje entre el
poder financiero y económico, por un lado, y las instituciones
representativas, por el otro, vehiculado por un sistema electoral
profundamente antidemocrático, que requería, para cambiarlo, una
revolución política). La gran mayoría de las encuestas mostraban que el
candidato Bernie Sanders podría haber ganado las elecciones si su
adversario hubiera sido Donald Trump. Pero, repito, el enemigo número
uno para el establishment político-mediático estadounidense era Sanders,
y fue tal establishment el que se movilizó para destruirlo. Trump, sin
embargo, aun cuando no contó con la simpatía de los medios, no fue
considerado como una amenaza. Los medios lo ridiculizaron. Era, después
de todo, un hombre del establishment financiero, gran defensor del
sistema capitalista estadounidense, vulnerable al ridículo debido a su
comportamiento teatral (y muy efectivo). Los medios nunca consideraron
que pudiera ganar, y su atención hacia él derivaba del aspecto novedoso,
escandaloso e irreverente. Pero casi nunca lo tomaron en serio, hasta
el final, cuando se vio que podría ganar.
¿Cómo está ahora respondiendo el establishment político-mediático estadounidense al resultado de las elecciones?
El
establishment político-mediático nunca aceptó que hubiera razones para
que grandes sectores de la población le rechazaran, pues la economía
–según tal establishment- estaba yendo muy bien. El economista, Premio
Nobel y articulista del New York Times, Paul Krugman era y
continúa siendo uno de los mayores proponentes de esta postura. Esta
lectura se basaba, sin embargo, en la elección equivocada de los
indicadores escogidos para definir la eficiencia y eficacia de la
economía, tales como la tasa de crecimiento económico o la tasa de paro
del país. Indicadores más sensibles del bienestar económico, como la
renta de las familias, mostraban y continúan mostrando el notable
descenso de dichas rentas familiares y el crecimiento muy notable del
endeudamiento de las familias. En España el establishment
político-mediático también asume un mejoramiento de la economía,
mostrando como indicadores de tal mejoramiento el crecimiento económico y
el descenso del desempleo, sin tener en cuenta el enorme deterioro del
mercado de trabajo.
La evidencia del deterioro del mercado de
trabajo, sin embargo, era tan manifiesta en EEUU que el argumentario
cambió, apareciendo razonamientos que intentaban despolitizar la
explicación del deterioro del mercado de trabajo y negando que tal
deterioro se debiera a las políticas públicas neoliberales realizadas
desde los años ochenta tanto por gobiernos republicanos (Reagan, Bush
padre y Bush hijo) como por gobiernos demócratas (Clinton y Obama), que
sistemáticamente han favorecido a las rentas de los propietarios y
gestores de las grandes corporaciones estadounidenses transnacionales
(lo que en EEUU se llama la clase corporativa) a costa del mundo del
trabajo. Los responsables de la aplicación de tales políticas niegan
(con la ayuda de los medios y de gran parte de los think tanks próximos
al mundo del capital financiero) que fueran éstas las causas,
atribuyendo tal deterioro (que, por fin, han admitido que existía) a los
cambios tecnológicos como la robótica, que ha eliminado millones de
puestos de trabajo, responsable del descenso de las rentas del trabajo.
Como ejemplo, ponen el descenso del número de trabajadores en el sector
manufacturero. La introducción de la robótica en los sectores
industriales se presenta como la causa del deterioro del mercado de
trabajo, con un descenso del número de puestos de trabajo, una
disminución de los salarios y de los beneficios sociales, y un bajón de
la calidad de vida, presentándose este deterioro como los “costes del progreso industrial”.
La falacia de tal argumento
Esta
explicación ha adquirido una enorme visibilidad mediática y es parte
del mensaje de que veremos un “futuro sin trabajo”, resultado de la
revolución tecnológica, incluida la robótica. Respondiendo a esta
avalancha ideológica, Dean Baker, codirector del famoso y prestigioso Center for Economic and Policy Research
de Washington, EEUU, ha ido publicando a lo largo del año pasado una
serie de trabajos que contienen una crítica devastadora de los
argumentos que atribuyen el deterioro del mercado de trabajo
predominantemente a los cambios tecnológicos. Señala lo que otros
autores también han señalado previa y repetidamente. Si los cambios
tecnológicos fueran responsables de tal descenso de la ocupación, tal
descenso tendría que haber ido acompañado de un aumento de la
productividad. Si en una empresa hay dos trabajadores y, resultado de la
introducción de una nueva tecnología, solo hace falta un trabajador en
lugar de dos para producir el mismo trabajo, ello quiere decir que la
productividad de cada trabajador ha aumentado (en realidad, doblado),
haciendo innecesario a uno de ellos. El cambio tecnológico, pues, si
hubiera sido la causa del descenso del número de puestos de trabajo
tenía que haberse traducido en un aumento de la productividad.
Pues
bien, el número de trabajadores de la manufactura en EEUU ha ido
disminuyendo y, sin embargo, la productividad, como promedio, no ha
variado. Dean Baker muestra como la tasa de crecimiento de la
productividad ha variado muy poco en la mayoría del periodo entre 1973 y
la primera década del siglo XXI. No puede, por lo tanto, atribuirse el
descenso de la población que trabaja en la manufactura a cambios en la
productividad (y, por lo tanto, a cambios tecnológicos). Dean Baker
señala, por ejemplo, que una de las causas más claras del descenso de
puestos de trabajo es el cambio del cuadro exportaciones-importaciones
en el sector manufacturero. Cuando las exportaciones en tal sector
bajaban y las importaciones subían, sí que se ve que baja el empleo en
la manufactura. Y ahí es donde aparecen las causas políticas, pues estas
variaciones de comercio exterior están causadas, en gran parte, por los
Tratados de Libre Comercio, que sistemáticamente han favorecido a las
grandes empresas transnacionales a costa de la clase trabajadora. En
realidad, gran parte de las importaciones son de productos de empresas
manufactureras estadounidenses o de otras nacionalidades que producen
para el mercado de EEUU, pero que se han desplazado a otros países
(China o México) en busca de salarios más bajos y condiciones de trabajo
peores que las existentes en EEUU. Y de ahí se explica la animosidad de
los barrios obreros de los Estados donde la manufactura se concentraba,
como Míchigan, Pensilvania, Ohio y Wisconsin, que habían votado
demócrata siempre (incluido al candidato Obama en el 2008) pero que este
año votaron al candidato Trump, puesto que este (y, todavía más,
Sanders) había denunciado los Tratados de Libre Comercio. Vayan a ver
dichos barrios y verán los resultados de estos Tratados, como el NAFTA
(el tratado entre EEUU, Canadá y México).
Pero el impacto de los
Tratados de Libre Comercio es mucho mayor que el producido por el
desplazamiento de las fábricas y sus puestos de trabajo previamente
localizados en el territorio de EEUU a otro país. En tal desplazamiento
se pierden puestos de trabajo estadounidenses, pero el mayor impacto de
este traslado no es solo el traslado en sí, sino el miedo y temor que se
esparce entre todos los trabajadores del sector manufacturero, pues la
amenaza, por parte del empresario, de irse a otros países y cerrar el
lugar de trabajo es una amenaza constante, amenaza que es cada vez
más real como consecuencia del enorme debilitamiento de los sindicatos,
consecuencia, de nuevo, de leyes y normas antisindicales, aprobadas por
los gobiernos tanto republicanos como demócratas y tanto a nivel federal
como a nivel estatal (que quiere decir de los Estados autonómicos).
La introducción de la variable tecnológica es una variable política
Este
intento de despolitizar lo que es profundamente político aparece
también en la promoción (por parte de los establishments
político-mediáticos) del argumento de que la revolución tecnológica nos
está llevando a un futuro sin trabajo, olvidando que lo importante no es
la revolución tecnológica en sí, sino el tipo, orientación y modo de
aplicación de dicha revolución. El mundo del futuro, como el mundo del
presente, será lo que las relaciones de poder (sobre todo de clase
social) determinen. Hoy, como resultado del enorme dominio del mundo del
capital en la configuración de la forma y utilización de los cambios
tecnológicos, el mundo del trabajo está siendo debilitado enormemente,
utilizando dicho capital la revolución tecnológica para debilitar más y
más a este mundo.
Si las relaciones de poder cambiaran, con el
mundo del trabajo en control del desarrollo tecnológico (tanto en su
contenido como en su puesta en marcha) tal desarrollo podría orientarse
en otras direcciones favorables a la mayoría de las clases populares,
facilitando la eliminación del trabajo indeseado, la reducción del
tiempo de trabajo (el crecimiento de la productividad ocurrido en los
últimos 50 años permitiría una reducción muy notable del 30% de su
tiempo) y su mejor distribución, así como la notable expansión de
puestos de trabajo en las áreas sociales (como sanidad, educación,
servicios sociales, vivienda, cuidado de la infancia y ancianidad,
entre otros) y energéticas, estableciendo nuevas formas de energía y
cambios en el sistema productivo. Las necesidades en estos sectores son
enormes, necesidades que hoy están muy desatendidas, realidad que es
especialmente acentuada en países donde tal mundo del trabajo es débil,
como en el sur de Europa, incluyendo España.
Si en España el
porcentaje de la población adulta que trabaja en tales servicios
públicos del Estado del Bienestar (uno de los más bajos de la UE-15)
fuera semejante al de Suecia, este país tendría unos 3,5 millones más de
puestos de trabajo, reduciéndose significativamente el desempleo. El
hecho de que en Suecia sea un adulto de cada cinco y en España sea uno
de cada diez tiene, única y exclusivamente, la explicación de que en
Suecia el mundo del trabajo es mucho más fuerte y tiene mayor influencia
sobre el Estado que no en el sur de Europa. Suecia tiene mayor
desarrollo tecnológico que no España, y en cambio produce mucho más
empleo. Como ocurre en prácticamente todos los supuestos problemas
económicos, las variables políticas (y no las tecnológicas o económicas)
son las determinantes. El futuro dependerá de quién ejerce mayor poder
sobre las instituciones políticas, financieras, económicas y mediáticas.
Si continúa siendo el mundo del capital, el bienestar de las clases
populares (que son la mayoría de la población) continuará descendiendo,
alcanzando límites que nos retrotraería a etapas anteriores. Los años de
vida de un trabajador estadounidense han ido disminuyendo, y
enfermedades que se creía que habían desaparecido en el mundo
capitalista desarrollado han reaparecido de nuevo. Son decisiones
políticas, no desarrollos tecnológicos, las que están creando está
situación. Qué tecnología crear y para qué usos emplearla viene definido
por el grupo o clase social que la controla. Así de claro.
Catedrático de Ciencias Políticas y Políticas Públicas. Universidad Pompeu Fabra
Publicado en Público.es
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