martes, 10 de enero de 2017

Chile-Pueblos Originarios: Cayuhan, Hernández Huentecol y Linconao, La paz de los cementerios.....por Salvador Millaleo

Hoy estamos discutiendo por el posible destino fatal de la Machi Francisca Linconao, quien ha decidido con su huelga de hambre protestar por las condiciones de encierro a que la someten los tribunales del Estado chileno. La inhumanidad de la prisión para quien tiene una edad avanzada y delicadas condiciones de salud y que ejerce un magisterio espiritual, sin ser aún condenada, despedaza la presunción de inocencia que la ampara antes de una sentencia condenatoria.

Hablan de Paz, Paz en la Araucanía, recuperar el Estado de Derecho, restablecer el orden frente a la violencia. Pero esta paz es una visión unilateral de lo que ellos entienden por ese orden. Se trata de un orden arbitrario, lleno de excepciones para los poderosos e implacable con los rebeldes, con compasión para los criminales de lesa humanidad y de cruel inquisición para los otros.
La Corte que impide que se pueda reemplazar la presión preventiva de la Machi por la medida de arresto domiciliario, son sólo una muestra, un síntoma de una actitud que la sociedad chilena se niega a cambiar, hacia el Pueblo Mapuche. Es la misma actitud que está detrás del trato a que fue sometida Lorenza Cayuhán cuando dio a luz engrillada por los gendarmes, o cuando carabineros dispararon a Hernández Huentecol por la espalda y en el suelo.
¿Cuál es esa idea? Se trata de que la unidad social, la cohesión que se puede o incluso se debe conseguir aún a costa de derramar la sangre de quienes reivindican los derechos de su diferencia. Es una vieja y todavía popular idea que cercena lo que la amenaza: el peligro para la paz, para el orden, tal y como se lo representan quienes disfrutan de sus ventajas o quienes, aun padeciendo sus consecuencias, están acostumbrados a él.

Hablan de Paz, Paz en la Araucanía, recuperar el Estado de Derecho, restablecer el orden frente a la violencia. Pero esta paz es una visión unilateral de lo que ellos entienden por ese orden. Se trata de un orden arbitrario, lleno de excepciones para los poderosos e implacable con los rebeldes, con compasión para los criminales de lesa humanidad y de cruel inquisición para los otros.
La paz que reivindican y ofrecen es lo que hace doscientos años Immanuel Kant llamó la paz de los cementerios, de los restos mortales y sanguinolientos de los enemigos del orden. La paz de la venganza, de la imposición vertical del privilegio latifundista o forestal respaldado por los aparatos de un país desigual, la paz que consagra la violencia de persecutores, jueces, funcionarios y policías que esconden sus prejuicios raciales tras el celo del combate a lo que llaman “terrorismo”.

Y ¿quiénes son ellos? Por cierto que se trata de las derechas, entusiastas defensores del modelo, guardianes de la Constitución neoliberal y monocultural. Es la actitud que se puede rastrear tras la moción que prepara el senador Espina para crear el Consejo de Paz Social para la Araucanía, con el fin de calificar y reparar a las víctimas de la “violencia rural”,  olvidándose del todo de las víctimas de la violencia estatal, de la violencia de guardias de autodefensa, incluso de los niños vulnerados por los procedimientos policiales, y de las violencias coloniales que dieron origen al conflicto. Efectivamente, los que claman por mano dura, que se aplique una y otra vez la ley antiterrorista, contra todo veredicto de los organismos de DDHH, atestiguan tal actitud.

Pero no son pocos los que en la centro-izquierda quieren también ese tipo de paz. Recordemos a quienes aplicaron la ley antiterrorista en los conflictos del Sur, pero también a aquellos que consideran que los derechos colectivos indígenas constituyen un peligro de división del país, o para el desarrollo. No sólo me refiero al llamado “partido del orden”, sino también a algunos quienes repudian el pasado de la Concertación o que se ubican más allá de la Nueva Mayoría, pero tiemblan al pensar la posibilidad de transformarnos en un país plurinacional, porque eso rompería la unidad política del pueblo o porque creen que los derechos sociales serían suficientes para enfrentar la desigualdad.
Recordemos que Kant opuso a la paz de los cementerios, su proyecto de paz perpetua, la paz genuina cimentada en el entendimiento de las naciones y las personas, una paz fundada en la organización democrático-republicana, el federalismo y el ideal cosmopolita. Una paz de los derechos fundamentales. Precisamente ese el tipo de paz que es legítima y querida por los ciudadanos indígenas y no indígenas, y no aquella tan parecida a la “Pacificación de la Araucanía”. Esa es la única paz que puede hacernos viable vivir en una gran comunidad, con reconocimiento recíproco de los derechos de cada una de las personas y naciones que las componen.

 elquintopoder.cl

vía:http://www.elquintopoder.cl/politica/cayuhan-hernandez-huentecol-y-linconao-la-paz-de-los-cementerios/

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