viernes, 4 de noviembre de 2016

Indignado: ¿ya usas cortinas digitales? | Radios Libres.....¿Por qué me vigilan, si no soy nadie?



Marta Peirano, autora del Pequeño Libro Rojo del activista en Red, una introducción a la criptografía para periodistas, utiliza una acertada metáfora comparando la seguridad digital con las cortinas que usamos en las ventanas de casa.





Es la mejor respuesta para cuando alguien, en una charla sobre privacidad te suelta eso de que:
—“Yo no tengo nada que ocultar”—, entonces —“¿Por qué pones cortinas en tu casa?”—.
Esas cortinas, con toda seguridad, no ocultan ningún delito. Probablemente, estés más cómoda tirada en el sofá de casa sabiendo que ningún vecino curioso te observa.
Esa intimidad que nos aportan las cortinas, esa tranquilidad de no sabernos vigilados nos permite comportarnos con mayor naturalidad. Lo mismo sucede en nuestra vida digital.
En Internet también necesitamos cortinas. Si sospechamos que nos vigilan, que nos leen, no actuamos de la misma forma. Aunque no estemos haciendo nada malo.
Quizás, lo más grave que ha conseguido el “sistema de poder” es generar en parte de la ciudadanía esa sensación de panóptico. Muchas y muchos nos sentimos vigilados y “el estado de vigilancia es una de las peores enfermedades que tiene la democracia”, dice Marta Peirano.
Además, han logrado que se asocien los reclamos por nuestro derecho a la privacidad con la delincuencia. Su hipótesis es que si pides privacidad tienes algo que ocultar. Por eso, como decíamos antes, la respuesta más común de muchas personas es “a mi no me importa la privacidad, porque no hice nada malo”.
La privacidad es un derecho, no una necesidad que surge por querer ocultar algo.



Es cierto que la mayoría de la ciudadanía no se preocupa de si Whatsapp regala sus datos a Facebook. Es también verdad que pocas personas se inquietan al saber que Google sabe más de nosotros que nuestra propia mamá. Pero quienes sí se preocupan deben convencer al resto de que al igual que es natural denunciar a alguien que roba una carta del buzón, hay que acusar a quienes cometen el delito de abrir nuestros buzones digitales para leer nuestros correos digitales. Aunque lo haga un gobierno o una multinacional de Internet.
Glenn Greenwald, el periodista que publicó las revelaciones de Snowden, ofrece en este video algunos argumentos para convencer a los más escépticos de que usen cortinas digitales:
“Una sociedad en la que las personas pueden ser controladas en todo momento es una sociedad que engendra la conformidad, la obediencia y la sumisión, por lo que cada tirano, del más abierto a el más sutil, anhela ese sistema.“





Transcripción completa de la charla tomada de TEDx.
Existe todo un género completo de videos en YouTube dedicados a una experiencia que estoy seguro todos en esta sala han tenido ya. Se trata de un individuo que, pensando que está solo, se involucra en una conducta expresiva como canto salvaje, baile giratorio, o alguna actividad sexual leve, solo para descubrir que, de hecho, no están solos, que hay una persona mirando, cuyo descubrimiento causa que inmediatamente dejen de hacer aquello que hacían, con horror. El sentido de vergüenza y humillación en sus caras es palpable. Es el sentido de, “Hay algo que estoy dispuesto a hacer solo si nadie me observa”.
Este es el punto crucial del trabajo en el que he estado centrado los últimos 16 meses. La pregunta de por qué la privacidad importa, una pregunta que ha surgido en el contexto de un debate global activado por las revelaciones de Edward Snowden de que EE. UU. y sus socios, sin el conocimiento del resto del mundo, ha convertido internet, aun siendo reconocida como herramienta de liberación y democratización sin precedentes, en una zona sin precedentes de vigilancia masiva e indiscriminada.
Hay un sentimiento muy común que surge en este debate, incluso entre personas que se sienten incómodas con la vigilancia masiva, que dice que no hay daño real que surja de esta invasión a gran escala solo porque algunas personas, involucradas en malas acciones, tienen una razón para querer esconderse y preocuparse por su privacidad. La visión del mundo está implícitamente fija en la proposición de que hay dos tipos de personas en el mundo, personas buenas y personas malas. Las personas malas son aquellas que planean ataques terroristas o que se involucran en criminalidad violenta y tienen razones para querer ocultar lo que están haciendo, tienen razones para preocuparse por su privacidad. Por el contrario, personas buenas, son personas que van a trabajar, vuelven a casa, crían a sus hijos, ven televisión. Usan internet no para planear ataques con bombas sino para leer las noticias o intercambiar recetas o para planear los juegos de la liga infantil de sus hijos, y esas personas no hacen nada malo y, por lo tanto, no tienen nada que esconder y no tienen razones para tener miedo de que el gobierno los siga.

Las personas que dicen esto están implicada en un acto muy extremo de autodesprecio. Lo que realmente dicen es: “Estoy a favor de hacerme una persona tan inofensiva, tan poco intimidante y tan poco interesante que realmente no puedo temer que el gobierno sepa lo que estoy haciendo”. Esta mentalidad ha encontrado lo que creo que es su expresión más pura en una entrevista del 2009 con el director de Google, Erich Schmidt, quien, cuando le preguntaron sobre las varias formas en que su compañía incurría en invasiones de privacidad de cientos de millones de personas en todo el mundo, dijo esto: “Si estas haciendo algo que no quieres que los demás sepan, tal vez, en primer lugar, no deberías hacerlo”.

Ahora, hay todo tipo de cosas que decir sobre esta mentalidad, la primera es que quienes dicen esto, quienes dicen que la privacidad no es tan importante, realmente no lo creen, y la forma en que eso se sabe, es que mientras con sus palabras dicen que la privacidad no importa, toman todo tipo de medidas para proteger su privacidad. Ponen contraseñas en sus correos, y sus cuentas de medios sociales, ponen llave a las puertas de sus habitaciones y del baño, todos pasos diseñados para prevenir que otras personas entren en lo que ellos consideran su espacio privado, y saben qué es lo que no quieren que las otras personas sepan. El mismo Eric Schmidt, director de Google, ordenó a sus empleados en Google, que dejaran de hablar con la revista en línea CNET después de que CNET publicara un artículo lleno de información personal y privada sobre Eric Schmidt, obtenida exclusivamente a través de búsquedas de Google, y usando otros productos de Google. (Risas) La misma contradicción puede verse con el director de Facebook, Mark Zuckerberg, quien en una horrenda entrevista en el 2010 dijo que la privacidad ya no era una “norma social”. El año pasado, Mark Zuckerber y su nueva esposa compraron no solo su propia casa, sino las cuatro adyacentes en Palo Alto por un total de 30 millones de dólares para poder asegurarse de disfrutar de una zona de privacidad que prevenía que otras personas controlaran lo que ellos hacen en sus vidas privadas.

Los últimos 16 meses, mientras que he debatido este tema por el mundo, cada vez que alguien me ha dicho, “Realmente no me preocupan las invasiones de privacidad porque no tengo nada que esconder”. Siempre les digo lo mismo. Saco una lapicera, anoto mi correo electrónico. Y les digo: “Aquí está mi email. Lo que quiero que hagas cuando llegues a casa es enviarme en un email las contraseñas de todas tus cuentas de correo, no solo la que está a tu nombre, sino todas ellas, porque quiero navegar por todo lo que estés haciendo en línea, leer lo que quiera leer y publicar lo que me parezca interesante. Después de todo, si no eres una mala persona, si no estás haciendo nada malo, no deberías tener nada que esconder”.

Ni una sola persona me ha aceptado esa oferta. Me meto a revisar y — (Aplausos) reviso esa cuenta de correo religiosamente todo el tiempo. Es un lugar muy desolado. Y hay una razón para ello, que es que como seres humanos, incluso quienes en palabras, negamos la importancia de nuestra propia privacidad, entendemos de manera instintiva la profunda importancia de ella. Es cierto que como humanos somos seres sociales, lo cual significa que tenemos necesidad de otras personas, de saber qué hacen, dicen o piensan, por eso, voluntariamente, publicamos información sobre nosotros en línea. Pero igual de esencial a lo que significa ser libre y pleno como ser humano es tener un lugar donde podemos ir y ser libres de los de los ojos juiciosos de otras personas. Hay una razón por la que buscamos eso, y nuestra razón es que todos nosotros — no solo los terroristas y criminales, todos nosotros — tenemos cosas que esconder. Hay todo tipo de cosas que hacemos y pensamos que estamos dispuestos a decirle a nuestro médico o nuestro abogado o psicólogo o nuestra esposa o nuestro mejor amigo porque nos mortificaría si el resto del mundo lo supiera. Hacemos juicios cada día sobre las cosas que decimos, pensamos y hacemos que estaríamos dispuestos a hacer saber a otras personas, y las cosas que decimos, pensamos y hacemos, que no queremos que nadie más sepa. Las personas pueden fácilmente declarar con palabras que no valoran su privacidad, pero sus acciones niegan la autenticidad de esa creencia.


Ahora bien, hay una razón por la que la privacidad es tan buscada universal e instintivamente. No es sólo un movimiento reflexivo como respirar o tomar agua. La razón es que cuando estamos en un estado donde nos pueden controlar y ver, nuestro comportamiento cambia drásticamente. La gama de opciones de comportamiento que consideramos cuando pensamos que nos observan se reduce severamente. Esto es un hecho de la naturaleza humana reconocido en la ciencia social, en la literatura y en la religión, y en prácticamente todos los campos de la disciplina. Hay docenas de estudios psicológicos que demuestran que cuando alguien sabe que puede estar siendo observado, el comportamiento es enormemente más conformista y complaciente. La vergüenza humana es un motivador poderoso, así como lo es el deseo de evitarlo, y es la razón por la que las personas, cuando están siendo vigilados, toman decisiones que no son producto de su impulso propio, sino de las expectativas que otros han puesto en ellos, o los mandatos de la ortodoxia social.

Esta realización fue explotada de forma poderosa para fines pragmáticos por el filósofo del siglo XVIII Jeremy Bentham, quien se dispuso a resolver un problema importante guiado por la era industrial, donde, por primera vez, las instituciones se habían hecho tan grandes y centralizadas que ya no podían supervisar todo ni, por lo tanto, tampoco controlar cada uno de sus miembros y la solución que ideó era un diseño arquitectónico intencionado originalmente para implementarse en prisiones que él llamó panopticon, cuyo primer atributo era la construcción de una enorme torre en el centro de la institución donde cualquiera que controlara la institución podía en cualquier momento ver a alguno de los prisioneros, a pesar de que no podían verlos a todos todo el tiempo. Y crucial para este diseño era que los internos no podían en realidad ver el interior del panopticon, por lo que nunca sabían si se les observaba o incluso cuándo. Y lo que lo hizo entusiasmar tanto con este descubrimiento fue que eso significaba que los prisioneros tendrían que asumir que estaban siendo vigilados en todo momento, lo que sería el ejecutor final para la obediencia y el cumplimiento. El filósofo francés del siglo XX Michel Foucault se dio cuenta de que ese modelo podría ser utilizado no solo para las cárceles sino para cada institución que busque controlar la conducta humana: escuelas, hospitales, fábricas, lugares de trabajo. Y lo que dijo fue que esta forma de pensar, este marco descubierto por Bentham, fue el medio clave para el control social de las sociedades modernas, occidentales, que ya no se necesitan las armas evidentes de la tiranía — castigar o encarcelar o matar a los disidentes, o la lealtad legalmente convincente para un partido en particular — porque la vigilancia masiva crea una prisión en la mente que es una forma mucho más sutil, aunque los medios de fomentar el cumplimiento de las normas sociales o con la ortodoxia social mucho más eficaz, que la fuerza bruta jamás podría ser.

La obra más emblemática de la literatura acerca de la vigilancia y la privacidad es la novela de George Orwell “1984”, que aprendemos en la escuela, y que se ha convertido casi en un cliché. De hecho, cada vez iniciado un debate sobre la vigilancia, la gente instantáneamente lo descarta como inaplicable, y lo que dicen es, “ah, bueno en ´1984´, hubo monitores en los hogares de la gente, que estaban siendo observados en cada momento, y no tiene nada que ver con el estado de vigilancia que nos enfrentamos”. Eso es un malentendido fundamental de las advertencias de que Orwell planteó en “1984”. La advertencia de que estaba emitiendo trataba de un estado de vigilancia que no supervisa a todo el mundo en todo momento, pero donde la gente era consciente que podía ser controlada en un momento dado. Así es como el narrador de Orwell, Winston Smith, describió el sistema de vigilancia al que se enfrentaron: “No hubo, por supuesto, manera de saber si te miraban en un momento dado”. Él continuó diciendo, “En todo caso, podrían conectar su cable cuando quisieran. Tenías que vivir, viviste, por hábito que se convirtió en instinto, en el supuesto de que cada sonido que hiciste fue oído por casualidad y salvo en la oscuridad cada movimiento analizado”.

Las religiones Abrahámicas similarmente postulan que hay una invisible y omnisciente autoridad que, debido a su omnisciencia, mira siempre lo que estás haciendo, lo que significa que nunca tendrás un momento privado, el ejecutor final para la obediencia a sus dictados.
Lo que todas estas obras aparentemente dispares reconocen, la conclusión a la que todos ellos llegan, es que una sociedad en la que las personas pueden ser controladas en todo momento es una sociedad que engendra la conformidad, la obediencia y la sumisión, por lo que cada tirano, del más abierto a el más sutil, anhela ese sistema. Por el contrario, aún más importante, se trata de un ámbito de la vida privada, la capacidad de ir a algún lugar donde podamos pensar y razonar e interactuar y hablar sin los juiciosos ojos de los demás sobre nosotros, en el que la creatividad y la exploración y la disidencia reside exclusivamente, y esa es la razón por la cual, cuando permitimos que una sociedad exista en la que estamos sujetos a un seguimiento constante, permitimos que la esencia de la libertad humana sea severamente mutilada.
El último punto que quiero observar acerca de esta forma de pensar, la idea de que solo las personas que están haciendo algo mal tienen algo que ocultar y, por tanto, razones para preocuparse por la privacidad, es que afianza dos mensajes muy destructivos, dos enseñanzas destructivas, la primera de las cuales es que las únicas personas que se preocupan por la privacidad, las únicas personas que van a buscar la privacidad, son, por definición, la gente mala. Esta es una conclusión ante la que deberíamos tener todo tipo de razones para evitarla, la más importante es cuando se dice, “alguien que está haciendo cosas malas”, es probable que uno se refiera a cosas como planear un ataque terrorista o participar en la criminalidad violenta, una concepción mucho más restringida de lo que las personas que ejercen el poder intencionan al decir “hacer cosas malas”. Para ellos, “hacer cosas malas” normalmente significa hacer algo que plantea desafíos significativos para el ejercicio de nuestro propio poder.
La otra realidad destructiva y, creo, incluso, una enseñanza más insidiosa que proviene de la aceptación de esta forma de pensar es que hay un acuerdo implícito de que las personas que aceptan esta forma de pensar lo han aceptado, y esa negociación es: Si estás dispuesto a hacerte a ti mismo suficientemente inofensivo, suficientemente no amenazante para quienes ejercen el poder político, entonces y solo entonces se puede ser libre de los peligros de la vigilancia. Solo aquellos que son disidentes, que desafían el poder, tienen algo de qué preocuparse. Hay todo tipo de razones para querer evitar esa enseñanza también. Puedes ser una persona que, en este momento, no quieres participar en ese comportamiento, pero en algún momento en el futuro podrías. Incluso si eres alguien que decide que nunca quieres, el hecho de que hay otras personas que están dispuestas a ello, y pueden resistir y ser adversarias a aquellos en el poder — disidentes, periodistas, activistas y toda una serie de otros — es algo que nos lleva a todos hacia el bien colectivo que debemos querer preservar. Igualmente crítica es la forma de medir cómo de libre es una sociedad, esta no debe ser la forma cómo trata a sus ciudadanos buenos, obedientes, que cumplen, sino la forma cómo trata a sus disidentes, a los que se resisten a la ortodoxia. Pero la razón más importante es que un sistema de vigilancia masiva suprime nuestra propia libertad en todo tipo de formas. Está fuera del alcance de todo tipo de opciones de comportamiento sin siquiera saber qué ha pasado. La reconocida activista socialista Rosa Luxemburg dijo una vez: “El que no se mueve no nota sus cadenas”. Podemos tratar de hacer las cadenas de la vigilancia masiva invisibles o indetectables, pero las limitaciones que nos impone no resultan menos potentes.




(Entrevista)
Bruno Giussani: Gracias Glenn. El caso es bastante convincente, debo decir, pero quiero traerte de vuelta a los últimos 16 meses y a Edward Snowden para hacerte algunas, si no te importa. La primera de ellas es personal. Todos hemos leído acerca de la detención de tu socio, David Miranda en Londres, y otras dificultades, pero supongo que en términos de compromiso personal y el riesgo, de que la presión sobre tu persona no es tan fácil de asumir para las mayores organizaciones soberanas en el mundo. Cuéntanos un poco sobre eso.
Glenn Greenwald: Creo que una de las cosas que suceden es que el valor de las personas en este sentido se contagia, y así aunque yo y los otros periodistas con los que estaba trabajando eran ciertamente conscientes del riesgo — EE. UU. sigue siendo el país más poderoso del mundo y no agradece cuando divulgas miles de sus secretos en Internet a libre voluntad — viendo a alguien normal y corriente de 29 años, criado en un ambiente muy normal ejercer el grado de coraje que Edward Snowden arriesgó, sabiendo que iría a prisión por el resto de su vida o lo que la vida le iba a deparar, me inspiró y ha inspirado a otros periodistas e inspirado, creo, a la gente en todo el mundo, incluyendo los denunciantes futuros, para darse cuenta de que pueden participar en ese tipo de comportamiento.

BG: Tengo curiosidad acerca de tu relación con Ed Snowden, porque has hablado mucho con él, y sin duda seguirás haciéndolo, pero en tu libro, nunca lo llamas Edward, ni Ed, usted dice “Snowden”. ¿Cómo puede ser?
GG: Estoy seguro de que eso es algo para que examine un equipo de psicólogos. (Risas) Realmente no lo sé. La razón por la que creo que, uno de los objetivos importantes que en realidad tenía, uno de los suyos, en mi opinión, las tácticas más importantes, era que él sabía que una de las formas de distraer la atención de la sustancia de las revelaciones sería tratar y personalizar el foco en él, y por eso, se quedó fuera de los medios de comunicación. Trató de no tener nunca su vida personal sujeta a examen, y así que creo que llamándolo Snowden es una manera de solo identificarlo como este importante actor histórico en lugar de tratar de personalizar de manera que puedan distraer la atención de la sustancia.

Moderador: Entonces, sus revelaciones, su análisis, el trabajo de otros periodistas, realmente han desarrollado el debate, y muchos gobiernos, por ejemplo, han reaccionado, incluso en Brasil, con proyectos y programas para reformular un poco el diseño de la Internet, etc. Hay un montón de cosas que suceden en ese sentido. Pero pregunto, a ti personalmente, ¿cuál es el final del juego? ¿En qué momento vas a pensar, bueno, en realidad, hemos tenido éxito en mover el dial?

GG: Bueno, el final del juego para mí como periodista es muy simple, es asegurarme de que cada documento que es de interés periodístico y que debe ser divulgado termine siendo divulgado, y que los secretos que nunca deberían haber sido en primer lugar, terminen descubiertos. Para mí, esa es la esencia del periodismo y eso es lo que estoy comprometido a hacer. Como alguien que encuentra la vigilancia masiva odiosa por todas las razones que acabo de hablar y mucho más, quiero decir, yo veo esto como un trabajo sin fin hasta que los gobiernos de todo el mundo ya no puedan someter a poblaciones enteras a la supervisión y vigilancia salvo que convenzan a alguna corte o alguna entidad que la persona seguida en realidad ha hecho algo mal. Para mí, esa es la forma cómo la privacidad puede rejuvener.

BG: Entonces Snowden es muy, como hemos visto en TED, es muy elocuente en la presentación y retratándose a sí mismo como defensor de los valores democráticos y los principios democráticos. Pero entonces, a mucha gente realmente les resulta difícil creer que esas son sus únicas motivaciones. Les resulta difícil creer que no había dinero de por medio, que no vendió algunos de esos secretos, incluso a China a a Rusia, los que definitivamente no son los mejores amigos de EE. UU. en este momento. Y estoy seguro de que muchas personas en la sala se plantean la misma pregunta. ¿Consideras posible que existe una parte de Snowden que no hemos visto todavía?

GG: No, lo considero absurdo e idiota. (Risas) Si quieres, y yo sé que estás haciendo de abogado del diablo, pero si quieres vender secretos a otro país, que él pudo haber hecho y llegar a ser extremadamente rico al hacerlo, la última cosa que haría es tomar esos secretos y dárselos a los periodistas y pedirles que los publiquen, porque eso los transforma en secretos sin valor. Las personas que quieren enriquecerse lo hacen en secreto con la venta de secretos para el gobierno, pero hay un punto importante que merece mencionarse y que la acusación viene de la gente en el gobierno de EE. UU. de la gente en los medios de comunicación leales a estos diversos gobiernos, y muchas veces cuando las personas acusan a otras — “No puede realmente estar haciendo esto por razones de principios, debe tener alguna motivación corrupta, y nefasta” — están diciendo mucho más sobre sí mismos de lo que son el blanco de sus acusaciones, porque — (Aplausos) — esas personas, las que hacen esa acusación, ellos mismos nunca actúan por cualquier motivo que no sean razones corruptas, entonces asumen que todo el mundo sufre la misma enfermedad de la falta de alma como ellos, y por eso la suposición.



vía:

 https://radioslibres.net/article/ya-usas-cortinas-digitales/

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