El
filósofo y profesor húngaro Peter Pál Pelbart (1956) es una referencia
en los estudios sobre Gilles Deleuze y director de la Compañía Teatral
Ueinzz, en la que trabaja con pacientes y exusuarios de un hospital
psiquiátrico de São Paulo. Es además cofundador de la editorial N-1, que
publica en Finlandia y Brasil y se dedica a la producción de
libros-objeto en un área transdisciplinar entre la filosofía, la
estética, la política, la clínica y la antropología. En español circula
su libro Filosofía de la deserción, publicado por la editorial anarquista Tinta Limón. Sus temas de investigación giran en torno a la locura, el tiempo, la disidencia, la manipulación del concepto de lo común y la biopolítica. Otros de sus libros son Da clausura do fora ao fora da clausura: Loucura e desrazão, sobre la relación entre filosofía y locura; Vida capital, sobre política y subjetividad, y O avesso do niilismo,
en el que “hace una cartografía de las zonas de agotamiento en el mundo
contemporáneo y propone una política orientada por el deseo”. Su más
reciente libro, publicado en julio de este año, es Carta aberta aos secundaristas,
en el que celebra la ocupación estudiantil de más de doscientas
escuelas paulistas en protesta por el plan de reorganización de la red
pública escolar impulsado por el gobierno de Geraldo Alckmin. En esta
conversación con la periodista Luciana Veras, publicada por la revista
brasileña Continente, Pál Pelbart reflexiona sobre algunos de los
efectos de la conexión digital en nuestro modo de relacionarnos hoy en
día (como el control, el aturdimiento y la homogeneidad) y las
estrategias de desconexión que buscan “la heterogeneidad en el arte de
la compañía”. A juicio de este filósofo formado en La Sorbona y la
Universidad de São Paulo, vivimos un exceso de gregarismo que hace
indispensable revalorar la soledad y el silencio, aunque no
necesariamente para escucharnos a nosotros mismos, sino como condición
para escuchar a los otros y “lograr conexiones que el propio gregarismo
impide”.
-¿Qué es lo que no logramos oír con el ruido de tanta modernidad?
–Diría que hoy se vive una especie de saturación en
todos los sentidos: de imágenes, palabras, sonidos, estímulos,
excitación… Hay una especie de movilización de todos los sentidos, y de
tiempo completo. Este “turbocapitalismo” necesita de ello: movilizar el
cuerpo, los sentidos, capturar la sensación, rellenar al máximo los
espacios mentales, y todo eso, de algún modo, tiene el mando. No es
gratuito, es un cierto modo de control, de enchufe, de monitoreo y
direccionamiento. Tal vez lo más difícil, prácticamente imposible, sea
desenchufarse. Hoy todo está hecho para la conexión absoluta y lo más
saturada posible.
–Ese modelo de conexión acaba redefiniendo la convivencia de las personas…
–Genera un automatismo de la respuesta. Por el modo en que somos llevados a responder inmediatamente un email
o una comunicación cualquiera, pareciera haber una inmediatez necesaria
en esa intersubjetividad. Cuando alguien se desconecta y se queda en
silencio, no responde a las expectativas, genera incomodidad,
extrañamiento, desasosiego, perturbación. Y esto se da no sólo en la
comunicación, sino en todos los dominios. Esa polución es un nuevo modo
de control. Plantea una cierta política, una cierta economía, una nueva
modalidad de producción subjetiva. Claro que, si lo vemos con más
detalle, no podemos tomarlo como una totalidad dada, porque por todos
lados suceden también otras cosas: escapes, inconexiones, pequeñas
estrategias para crear.
–Existen, por tanto, la necesidad y las tentativas de escapar de todo eso.
–Deleuze decía que estamos atravesados a tal punto
por palabras inútiles que es necesario crear vacuolas de silencio para
poder tener algo que decir. Esa manera de crear silencios para que
puedan surgir cosas no previstas, no formateadas previamente, es lo que
algunos artistas, aunque también algunos experimentos colectivos,
intentan sustentar hoy: producir otro ritmo, otra respiración, otros
vacíos, otros silencios para que algo pueda tener sentido nuevamente. Lo
que sucede en esa saturación, en ese bombardeo generalizado, es que
todo y nada son lo mismo. Se pierde así la capacidad de producción de
sentido. Con ese tsunami de informaciones, nadie es capaz de aprehender, elaborar, digerir, seleccionar, o incluso rechazar.
–¿Cómo encontrar el silencio en medio del
torbellino, la bandada de personas hablando todo el tiempo, con las
llamadas, mensajes o posts en redes sociales?
–Por medio de dispositivos diferentes que están
siendo inventados. Doy un ejemplo personal. No tengo celular, nunca
tuve, me horrorizaría tener uno. Y me molesta mucho percibir las
situaciones en que el celular se aprovecha del espacio o interfiere en
mi vida. No es que esté en contra del celular; yo trabajo mucho tiempo
en casa, pero sé que quien sale de mañana y sólo regresa de noche
necesita esa conexión. No condeno la tecnología en sí, sino el lugar que
ha tomado esa interconectividad non stop e invasiva. Pero no
tengo fórmula alguna al respecto. Lo que veo es que se alcanzó un umbral
de lo intolerable en relación con todo eso. Sospecho que hay una
reacción en personas que van abandonando cosas que hasta ayer parecían
imprescindibles. De pronto, dejan el auto y comienzan a andar en
bicicleta o a pie. Ese fuerte rechazo de la tecnología, de algún modo,
es una especie de situación un tanto apocalíptica; todo parece
desechable, todo puede ser resignificado. Hoy día, en cierto sentido, es
necesario producir silencio, crear esos silencios que no están dados.
–“El problema no es que nos dejen solos, sino que
no nos dejan suficientemente solos”: es una frase de Deleuze que retomas
en un texto. ¿Ante ese ruido generalizado, perdemos la capacidad de
oírnos a nosotros mismos en soledad, de abrir espacio a la reclusión?
–El silencio no es necesariamente para oírse a sí
mismo. Es una condición para escuchar a los otros, las otras voces de la
Historia, las diversas tribus que nos rodean. Creo que hoy hay un
exceso de gregarismo. Las ganas de estar juntos todo el tiempo, con todo
mundo, no da condición alguna para oír nada. La soledad no es esa
soledad romántica, para oír una voz interna; es más una soledad poblada.
La soledad puede ser atravesada por varias voces. Para mí, la enseñanza
de Nietzsche con respecto al gregarismo es totalmente válida. Él dice
que el espíritu del rebaño es siempre el de la homogeneidad, el
consenso, lo servil. Por lo tanto, un cierto desarraigo de ese
gregarismo es una condición para otra cosa, para cierta singularidad, un
disenso, una diferencia. No se trata del elogio de la soledad en cuanto
tal, como aspecto de insularidad. Es justamente lo contrario: es
necesaria una soledad para alcanzar otras conexiones que el propio
gregarismo impide.
–Ese comportamiento de rebaño, de manada, se
evidencia en las conexiones robustecidas por el capitalismo, como ya lo
señalaste en un texto: “Este capitalismo produce toneladas de una nueva y
diferente soledad y una nueva angustia, la angustia de la desconexión;
el capitalismo contemporáneo produce no sólo esta nueva angustia de ser
desconectado de la red digital, sino también la angustia de ser
desconectado de las redes de vida cuyo acceso está mediado cada vez más
por peajes comerciales impagables para una gran mayoría.” ¿No sería esa
la gran imposibilidad del silencio?
–Este es un campo de enfrentamiento. Tomemos a un
autor como Franco Bifo Berardi, un filósofo y autonomista italiano que,
en las décadas de los sesenta y setenta, escribía mucho sobre la noción
de “neuromagma”. Él defiende que las personas ya no discuten, argumentan
ni deciden, y en cambio son invadidas por ondas que llama “neuromagma”,
corrientes psicoquímicas de miedo, pánico, entusiasmo por esto o
aquello. En un pasado ya muy remoto, era el sujeto racional quien
individualmente decidía qué hacer. Hoy, ese mismo sujeto está sometido a
esas ondas que exigen otra actitud. La idea no es retornar
nostálgicamente a aquel individuo autónomo que fue, vaya uno a saber por
cuánto tiempo, nuestro ideal humanista, sino asumir algo de este caos
contemporáneo y hacer algo en él, como producir desvíos. Una cosa sería
relacionarse con el presente de manera atrincherada: “todo es horroroso,
voy a encapsularme aquí en una resistencia completamente radical y
quedarme al margen”. Esa sería una manera antigua de pensar la propia
resistencia. Es posible producir otras redes en medio de todos esos
influjos, producir otros movimientos, individuales y colectivos. A pesar
de que me gusta mucho la imagen de una soledad poblada, no
necesariamente hay que tomarla como algo literal. Es posible estar en
grupos, en colectivos, donde se inventen otros modos de
“espacio-tiempo”, otros ritmos y maneras, incluso, de poder efectuar
intercambios sin que alguien hable o necesite responder inmediatamente.
–¿Esa producción de desvíos como forma de
resistencia es la que de alguna forma orienta tu experiencia con los
miembros de la Compañía Teatral Ueinzz?
–La gente que frecuenta Ueinzz ya tiene eso casi
incorporado. Ellos no necesitan hablar y oír todo el tiempo. No
necesitan intercambiar. Cada uno está en su planeta: si es necesario,
vas a Venus, vuelves a mitad de camino y todo perfecto. Tampoco necesita
estar todo mundo atento, no existe ese tipo de grupalismo. Buscamos lo
contrario, la heterogeneidad en el arte de acompañar. Ahora, incluso en
una actividad lírica como el teatro o en una clase, es posible sustentar
hiatos y percibir cómo esas interrupciones pueden tener un efecto
perturbador, en el sentido más interesante de las palabras. Las cosas
pueden estar sueltas también sin que eso represente una catástrofe.
–En vista de lo discutido, ¿cuál sería el mayor desafío individual y colectivo?
–Inventar dispositivos de interrupción. Me viene a la
cabeza la imagen de los frenos de emergencia de un tren. A veces, con
ese enfrenón, puede haber descarrilamientos. Pero éstos, muchas veces,
son y serán necesarios •
*Periodista brasileña.
vìa:
http://semanal.jornada.com.mx/2016/08/26/la-angustia-de-la-desconexion-la-soledad-en-el-mundo-virtual-2047.html
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