Pedro Salmerón Sanginés
Federico Navarrete propone que el racismo en su versión mexicana y, sobre todo, la negación o banalización del racismo, nace del mito o fábula del mestizaje, que nos han imbuido de mil formas y cuyas versiones más escabrosas, como la pregonada por Octavio Paz, afirman que nuestro papá (Cortés) violó a nuestra mamá (la Malinche) y que nuestros acendrados complejos de inferioridad provienen de esa violencia fundadora. De esa violación parte el mito de la raza mestiza, a la que se le atribuyeron características y traumas muy particulares, que hacen del mexicano un ser único. (Por cierto: la glosa que más adelante en el libro hace Navarrete de Octavio Paz demuestra que nuestro premio Nobel era, además de racista, muy sexista: “Las mujeres indígenas no merecen a sus ojos ni un asomo de comprensión o piedad. Son simplemente chingadas, encarnaciones abyectas y desechables de la humillación de su raza”.)
Y de la construcción de esa raza y esos traumas se desprende una versión de la historia (que hemos llamado en estas páginas historia priísta, dominante hasta principios de los años 1990) y una serie de características ontológicas (y, por tanto, inherentes, casi podríamos decir, irrenunciables), a la que dio sostén filosófico el grupo Hiperión.
Con base en ese discurso, el Estado priísta diseñó ambiciosas políticas para integrar a los que se negaban a ser parte de la mayoría racial. Y justificó el autoritarismo, porque pese a su excepcionalidad cósmica, el mestizo resultó a “ojos de los filósofos, los doctores y los literatos, un pelado soez, un hipócrita acomplejado, un misógino violento que despreciaba a su madre y no podía terminar de identificarse con su admirado y temido padre conquistador. Perdido en el laberinto de su soledad… sería incapaz de encontrar su verdadera grandeza sin la paternal custodia del Estado” (Federico Navarrete, México racista, Grijalbo, 2016).
Sobre el carácter utilitario de la filosofía de lo mexicano, Ricardo Pérez Monfort recuerda que los filósofos del grupo Hiperión fueron propagandistas del PRI y de Miguel Alemán, y que sus doctrinas tuvieron una poderosa influencia en los discursos culturales del régimen, en la política educativa y en el contenido de los planes y programas de estudio. A nadie debería extrañar que en 1952 miembros destacados del grupo, así como intelectuales afines a su construcción de la idea del mestizaje y del Nepantla o accidentalidad del mexicano (una versión sutil del hijo de la chingada), como José Vasconcelos y Samuel Ramos, apoyaran abiertamente al candidato del PRI (en Alicia Hernández, coordinadora, México contemporáneo, FCE, v. 4, pp. 191 y 192). Y vale la pena recordar que entre los creadores de la idea oficial de mexicanidad, de manera simultánea a Paz, Uranga y compañía, hay que contar al presidente del PRI, Rodolfo Sánchez Taboada.
En 1978, Jorge Aguilar Mora (La divina pareja) señaló la ausencia de crítica a las ideas de Paz: conozco pocos análisis que no se limiten a ser puras glosas saturadas de admiraciones o que superen el nivel del elogio y de la adulación paródica (es decir: durante treinta años no se discutieron los postulados de El laberinto de la soledad). A su devastadora crítica militante a las ideas de Paz siguió el silencio casi total y la exclusión de Aguilar Mora por parte de los cenáculos intelectuales (parte de esa historia, contada por el propio Aguilar Mora en 2013).
¿La solución a nuestro racismo? Rechazar la ontología esencialista en que están montadas esas ideas sobre lo mexicano (si los mexicanos somos hijos de la chingada, tenemos el gobierno que nos merecemos, dicho sea de paso). Reiterar que las razas no existen (y, por tanto, no hay tal cosa como raza mestiza, sino una construcción histórico-social). Combatir el racismo, el sexismo, el clasismo y toda forma de discriminación.
Pd. Hace quince días escribí me parece que Olivia Gall yerra al considerar esta judeofobia disfrazada de antisionismo como mayoritaria en la izquierda mexicana. Me equivoqué: Gall muestra el rechazo activo de muchos sectores de izquierda a esas posiciones (pp. 73, 74, 76, 89, etcétera). Sirva como un llamado para releer el texto con atención.
Pd2. No hay perdón sin reparación del daño. Mientras Carmen Aristegui, Daniel Lizárraga, Rafael Cabrera, Irving Huerta y Sebastián Barragán sigan siendo hostigados y perseguidos, mientras no recuperen su espacio, los dichos de Enrique Peña Nieto no son otra cosa que demagogia falsa y vacía.
Pd3. Moreira es un político que desprende el hedor corrupto. Suscribo en todas sus partes el análisis de Sergio Aguayo sobre el ex presidente nacional del PRI.
Twitter: @HistoriaPedro
vìa:http://www.jornada.unam.mx/2016/07/26/opinion/016a2pol
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