Octavio Rodríguez Araujo
Gobernar no es imponer, es consensuar mediante el diálogo y la negociación. Cuando un gobierno impone determinadas medidas a la sociedad, lógico es que ésta proteste. Si además insiste en su verdad, la protesta social crece, y si la reprime ésta se expresa al margen de las instituciones. Es entonces cuando el gobierno demuestra su incompetencia y el momento en que las instituciones son desbordadas al no poder cumplir el papel para el que fueron creadas: atender las necesidades y las demandas de la población.
El nivel de competencia de un gobierno que se precie de no ser una dictadura se demuestra por su capacidad para resolver problemas, no por su contrario: crearlos y escalarlos hasta el nivel del descontrol. Si una vez que un gobierno ha perdido el control se usa la fuerza como remedio, deberá saber que apaga un fuego, pero surgirán muchos más. Si persiste en usar la fuerza terminará gobernando sobre bayonetas y la democracia, poca o mucha, desaparecerá del mapa para convertirse en una dictadura. No necesito poner ejemplos, todo mundo los conoce tanto en México como en otros muchos países.
Se puede o no estar de acuerdo con la CNTE y sus tácticas. El hecho es que, lejos de restar apoyos, los ha sumado y sus movimientos se han ampliado, incluso en el norte del país, donde se supone que los profesores tienen mejores condiciones que en Chiapas, Oaxaca o Guerrero.
El error de base está del lado del gobierno: de Peña o de su empleado Nuño (o de ambos). Este gobierno quiso imponer una reforma llamada educativa que, aunque fuera perfecta (que no lo es), no fue discutida con los directamente afectados: los profesores y los padres de los niños que reciben educación. Nuño dijo, y en su omnisciencia hizo todo lo posible para convencer a legisladores y jueces, pero no a los afectados. A éstos los ignoró y, como tampoco son arcángeles, los fustigó destacando sus puntos más débiles sin tomar en cuenta sus puntos más fuertes y sensatos, que también los tienen.
Lo que hizo Nuño, en política se llama maniobra (artimaña y engaño) y, en lugar de replantear su propuesta, castigó y agudizó las contradicciones; es decir, creó problemas y, como en un estriptís, fue quitándole al gobierno la ropa que cubría su aparente institucionalidad hasta dejar a la vista un cuerpo caricaturesco, que es el que todos vemos ahora incluso con pena ajena (no con lástima).
Osorio tuvo la posibilidad de negociar con los inconformes, pero Peña prefirió apoyar a Nuño y le ató las manos al confirmar que la reforma no estaría en el debate, esto es, que se aplicaría a como diera lugar. Así no podía haber diálogo posible, pues el punto central a debatir era y es precisamente la llamada reforma educativa y lo que de ella se deriva. Pensaron, ilusamente, que los inconformes de la CNTE doblarían las manos y agacharían la cabeza, y les resultó lo contrario, entre otras cosas porque no tienen miedo y porque saben que ahora todo mundo ve al gobierno tal cual es, tanto aquí como en el extranjero.
Impericia, es lo menos que puede decirse de los tecnócratas que gobiernan; de ahí su baja popularidad y su descrédito. Cualquier sociólogo, tal vez hasta del ITAM, pudo haberles dicho que los movimientos sociales son de poca duración si no están organizados, pero toca el caso que los de la CNTE sí lo están y que sus objetivos son, para ellos, muy claros. En lugar de entenderlo los han victimizado, y tampoco entendieron que las víctimas siempre tienen simpatías de quienes poco o nada tienen, es decir, de la mayoría de la población. El cristianismo, por ejemplo, no sería lo que es si su fundador y sus seguidores no hubieran sido víctimas. Así de fácil, pero hasta en esa materia son ignorantes, pues ni siquiera saben historia.
Ceder no es debilidad, es incluso astucia política si de lo que se trata es de gobernar y de revivir las instituciones republicanas, pocas veces tan cuestionadas como ahora. Es frase común decir que el horno no está para bollos, y hay razón en ello: la crisis que vive el país, tanto en lo político como en lo económico, no es de broma ni un problema estadístico. Es una realidad que puede explotar cuando todas sus víctimas sean conscientes de que, sin importar sus muy diversos orígenes (incluso en el extranjero), la crisis les depara un futuro no sólo incierto, sino cada vez peor.
rodriguezaraujo.unam.mx
Vìa:
http://www.jornada.unam.mx/2016/07/07/opinion/018a1pol
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