viernes, 22 de julio de 2016

Chile: Humillante imposición de Estados Unidos a Chile......El caso Baltimore.....FELIPE PORTALES (*)

 
CRUCERO yanqui “Baltimore”: marinos borrachos provocan incidente en Valparaíso.



Las relaciones chileno-estadounidenses fueron muy malas durante el siglo XIX y comienzos del XX. Ello fue producto -en gran medida- del conflicto suscitado por el choque de las pretensiones hegemónicas continentales del país del norte con las nuestras en el Pacífico sur. De hecho, Estados Unidos se manifestó opuesto a Chile durante la guerra contra la Confederación Perú-boliviana y, particularmente, durante la guerra del Pacífico. Incluso, en esta última, Estados Unidos utilizó infructuosamente métodos diplomáticos de presión con el objetivo de evitar la anexión de territorios peruanos por parte de Chile.

El conflicto de mayor gravedad entre ambos países se dio en 1891-1892 con ocasión de la llegada a Valparaíso del navío estadounidense Baltimore, a fines de la guerra civil. Este representó la culminación de crecientes roces por el resentimiento del bando que derrotó a Balmaceda frente al apoyo brindado a éste por Estados Unidos, y particularmente por su representante en Chile, Patrick Egan.

La pugna se hizo mayor por el refugio ofrecido generosamente por la legación norteamericana a decenas de altas personalidades del gobierno derrotado. En ella “se asilaron 114 personas, entre ellas (…) la mujer y los hijos del ex mandatario, (…) José Miguel Valdés Carrera, Guillermo y Juan E. Mackenna, Ricardo Cruzat y Adolfo Ibáñez” (Gonzalo Vial. Historia de Chile. 1891-1973, Volumen II: Triunfo y decadencia de la oligarquía 1891-1920; Edit. Santillana, 1982; p. 41). Además, hubo duros intercambios de notas entre Egan y el canciller del nuevo gobierno -el patriarca radical Manuel Antonio Matta- respecto si la concesión de salvoconductos a los asilados era obligatoria (Egan) o voluntaria (Matta). Y también acusaciones de Egan de que la policía hostigaba a los visitantes y empleados de la legación; y de Matta, de que en su interior se fraguaban complots balmacedistas y que los asilados insultaban a los policías.

Además, también recibió asilados el poderoso crucero Baltimore que había surcado las aguas chilenas desde abril de 1891, “integrando la flotilla del almirante W. P. Mc Cann, cuya misión era proteger los intereses norteamericanos en nuestro país, pendiente la guerra civil” (Ibid.; p. 54). A ello se agregó que el 16 de octubre el comandante del barco les dio permiso a 117 tripulantes del barco para bajar a tierra por veinticuatro horas.


RIÑA DE MARINEROS

 
En su estadía, los marineros “se dispersaron por el ‘barrio bravo’ de Valparaíso (…) Bebieron en las incontables tabernas (…) y casas de ‘remolienda’ y prostitución que jalonaban esas calles laberínticas (…) A cada instante, inevitablemente, se rozaban con otros marineros (…) chilenos, y con el bajo pueblo del sector. El alcohol, la (…) malevolencia contra los norteamericanos, y el natural pendenciero de todos aquellos hombres, formaban el combustible; la chispa que provocara la explosión sería cualquier incidente” (Ibid.; pp. 54-5).
La chispa se produjo cuando dos marineros estadounidenses (Charles W. Riggin de 28 años, y John W. Talbot) se enfrascaron en una gresca con un marinero chileno a la salida de un bar al atardecer, y terminaron siendo perseguidos por una poblada. Posteriormente Charles Riggin fue herido con navaja en una nalga por el marinero chileno Federico Rodríguez; y posteriormente muerto por un balazo en el cuello por parte de la policía, aunque esto último fue negado por ella.
“Mientras tanto, el episodio Talbot-Riggin había desencadenado una reyerta colectiva y descomunal, extendida por todo el ‘barrio bravo’ y ramificada en múltiples incidentes individuales, con participación de unas mil personas (…) La policía demoró una hora en sofocar el tumulto. Hubo numerosos detenidos, entre ellos John W. Talbot y otros norteamericanos; éstos portaban y se les confiscaron siete navajas y además, dijo la prensa, ‘un trozo de hierro muy a propósito para el box’ (…) El resto de los marineros yanquis se recogió al Baltimore; una treintena debió guardar cama por diversas heridas y contusiones. Uno no se levantaría: con dieciséis o dieciocho cuchilladas en la espalda y las nalgas, William Turnbull (24 años recién cumplidos) estuvo seis días bajo el cuidado del hospital porteño; el 22 de octubre lo embarcaron. Morfina y una dieta singular -huevos y ponche en leche- no bastaron para conservarle la vida. Murió el 25 de octubre: según el médico del Baltimore, no lo mataron las cuchilladas, sino la rudimentaria antisepsia que aplicaba el hospital. Su agresor fue identificado por la justicia chilena: Carlos Gómez, analfabeto” (Ibid.; p. 56).
Las investigaciones de los tribunales chilenos sobre el caso, efectuadas por el juez porteño Enrique Foster, fueron lentas y parciales. Peor aún fueron las efectuadas por un consejo de oficiales encargadas por el comandante del Baltimore, Winfield Scott Schley, las que concluyeron que los incidentes respondieron en definitiva a una suerte de complot de autoridades chilenas.
Y cuando a fin de año el tema parecía aquietarse, el presidente de Estados Unidos, Benjamín Harrison, pronunció ante el Congreso el 8 de diciembre un duro discurso en que señaló que “la caída del gobierno de Balmaceda trajo una condición de cosas que, desgraciadamente, es demasiado común en la historia de los Estados de Centro y Sudamérica” (Ibid.; p. 67); y se refirió a las “medidas hostiles” contra la legación estadounidense, aunque reconociendo que habían sido suprimidas o “convenientemente mitigadas”. Pero su tono más ominoso fue respecto de los incidentes del Baltimore que, señaló, habían causado “indignación en nuestro pueblo”, asumiendo la versión de Schley. Y concluyó amenazadoramente que las respuestas de Chile a las protestas de Egan tenían “la apariencia de un insulto a este gobierno”; y que esperaba que Chile aportara o “hechos calificados” para desvirtuar esa apariencia, o bien una “plena y pronta reparación”. Y que si no fuese así, o si “sobrevinieran más demoras innecesarias”, Harrison prometió llevar de nuevo el caso ante el Congreso, “para que se tomen las medidas que fueren menester” (Ibid.).


UNA “ATROCIDAD DIPLOMATICA”

 
La respuesta del canciller Matta -calificada por los historiadores como “atrocidad diplomática”- fue como apagar fuego con bencina. Envió un cable al ministro (embajador) chileno en EE.UU., Pedro Montt, en que pretendía desvirtuar lo afirmado por Harrison con todavía mayor acritud que la usada por éste. Lo calificaba de “erróneo o deliberadamente inexacto” y que “no hay exactitud (repetía) ni lealtad en lo que se afirma en Washington sobre los marineros del Baltimore”. Señalaba, además, que la protesta formulada por Egan el 26 de octubre fue “agresiva de propósito y virulenta de lengua”; y que si el sumario judicial estaba demorado era debido a las “pretensiones y negativas indebidas” de Egan. Finalizaba el histórico cable con una alusión a “intrigas que van de tan abajo y (…) amenazas que vienen de tan alto” (Ibid.; p. 68), refiriéndose obviamente al ministro Egan y al presidente Harrison.
Naturalmente, “Pedro Montt se espantó al recibir la ‘atrocidad diplomática’. Quiso hacerla inocua mediante el simple expediente de ocultar el cable a los norteamericanos, reemplazándolo por una reclamación de mano propia, mucho más moderada. Pero fue inútil. Las expresiones de Harrison causaron inmediatamente un debate en nuestro Senado (11 de diciembre). Durante él, Matta reveló el cable (…) y aun permitió lo conociera y publicara la prensa. El 12, Egan preguntaba oficialmente si el texto que daban los diarios era auténtico; el 14, Matta confirmaba la autenticidad. Sobre la marcha, Egan replicó que, siendo así, resolvía ‘evitar el (futuro) intercambio de comunicaciones’ con el gobierno chileno, mientras éste no retirase el cable o recibiese él, Egan, nuevas órdenes superiores” (Ibid.).
Demostración de lo pésimo que quedaron los lazos con Estados Unidos fue la conspicua ausencia de Egan a las ceremonias de entronización del presidente Jorge Montt, el 25 de diciembre. Más aún, el 26 de diciembre el ministro de Relaciones Exteriores de Alemania le informó al embajador chileno Gonzalo Bulnes que “la legación alemana en Washington creía que la guerra entre Estados Unidos y Chile era inminente” (Fredrick B. Pike. Chile and the United States. 1880-1962; University of Notre Dame Press, 1963; p. 78). Y el ministro en Londres, Agustín Ross, informó a la Cancillería que “el 4 de enero un alto funcionario del Foreign Office le reveló que de acuerdo a una información confidencial recién recibida de Washington, a menos que Chile se disculpara rápidamente, Estados Unidos le declararía la guerra y se apoderaría de territorios salitreros como indemnización” (Ibid.).


EE.UU. AMENAZA CON LA GUERRA

 
No bastó para mejorar las relaciones la sustitución del canciller Manuel Antonio Matta por Luis Pereira, en una reorganización de Gabinete del 31 de diciembre; ni una nota conciliatoria enviada por Pedro Montt al gobierno estadounidense el 8 de enero de 1892. En esta comunicaba que el gobierno chileno había sentido “muy sincero pesar” ante “los hechos infortunados” ocurridos en octubre. Y que si bien ellos “no eran raros en puertos que frecuentaban marineros de varias nacionalidades”, Chile los “deploraba cordialmente”, por ser las víctimas servidores de una “nación amiga”, más, de una para la cual abrigábamos “francos deseos de cordialidad americana”; por eso mismo, habíamos hecho “todo lo posible en orden al enjuiciamiento y castigo de los culpables” (Vial; p. 167).
Y para peor, un nuevo despropósito del gobierno chileno agravó aún más la situación: ¡la petición (reservada) a Estados Unidos -el 20 de enero- de que retirara a Patrick Egan como su ministro en Chile por considerarlo persona no grata! De este modo, el presidente Harrison, en un público ultimátum al gobierno chileno, efectuado el 21 de enero de 1892 señaló que el ataque a los marinos del Baltimore era “un ataque contra el uniforme de la escuadra de los Estados Unidos, originado y motivado en sentimientos de hostilidad hacia el gobierno de Estados Unidos y no en ningún acto de los marineros (…) algunos miembros de la policía y algunos soldados chilenos fueron culpables de agresiones, no provocadas, contra marineros de Estados Unidos antes y después del arresto de los mismos; y las pruebas y posibilidades llevan a la conclusión de que el individuo (Charles) Riggin fue muerto por la policía o por los soldados. El gobierno de Estados Unidos está obligado (…) a pedir que se den al gobierno de Estados Unidos las satisfacciones indispensables y alguna reparación adecuada a los agravios inferidos. Llamo la atención al gobierno sobre el carácter ofensivo de la nota dirigida por el señor Matta, su ministro de Relaciones Exteriores, al señor Pedro Montt, su ministro en Washington, el 11 de diciembre. Aquel despacho no fue comunicado directamente al gobierno de Estados Unidos; pero como el señor Montt tenía orden de traducirlo y darlo a la prensa de este país, no podía pasar inadvertido. El gobierno chileno queda entonces notificado de que a menos que dicha nota sea retirada inmediatamente y se pida excusas por ella, tan pública como la ofensa, las relaciones diplomáticas quedan terminadas” (Mario Barros. Historia Diplomática de Chile 1541-1938; Edit. Andrés Bello, 1990; p. 530).
Sin esperar siquiera respuesta chilena a un ultimátum que se entregó oficialmente el 23, Harrison envió un mensaje al respecto al Congreso el 25 de enero, reiterando su agresividad y señalando que ponía las materias que abordaba “ante la atención del Congreso, para la acción que se estime adecuada” (Vial; p. 169). Ciertamente constituía una amenaza de guerra, más aun cuando “el alerta fue dado a la flota americana, y lo recibieron todos sus almirantes” (Ibid.).



CHILE DA DISCULPAS


Para evitar la guerra, el gobierno chileno cedió en toda la línea, disculpándose públicamente con Estados Unidos con una nota en que “lamentaba el ‘error de concepto’ cometido por el cable Matta-Montt, en sus ‘expresiones… ofensivas, a juicio del Gobierno de V. S.’; las retiraba ‘en absoluto’; autorizaba que esta declaración chilena recibiese ‘la publicidad que… (Estados Unidos) estimara conveniente’” (Ibid.; p. 170). Además, “concedía que la investigación de Valparaíso no había sido tan rápida como ‘el presidente de Estados Unidos podía haberlo deseado’ y expresó su voluntad de permitir que la Corte Suprema de Estados Unidos o cualquier otro órgano arbitral preferido por Harrison resolviera el asunto” (Pike; p. 80).
El gobierno de Estados Unidos aceptó las disculpas chilenas y logró una indemnización de 75 mil dólares a los familiares de las víctimas: “Se repartieron según el daño sufrido, recibiendo los afectados, por cabeza, desde 300 hasta 10.000 dólares (estos últimos a la familia de cada marino muerto)” (Vial; p. 171).
Pero lo más turbio de todo fue que equívocas actuaciones del secretario de Estado James Blaine y del propio presidente Harrison permiten presumir que el gobierno estadounidense prefería la guerra a las disculpas chilenas. Así, el primero -según Pedro Montt- lo incentivó el 20 de enero a que solicitara el retiro de Patrick Egan y le ayudó a redactar la nota respectiva (ver Vial; p. 168). Y Harrison, cuando Montt le comunicó lo anterior, le hizo llegar un recado verbal manifestando su ignorancia al respecto y que si lo hubiese sabido no habría empleado los términos usados en el ultimátum; y que era preferible que Chile postergara su respuesta a aquel (ver Ibid; p. 170). En cualquier caso, los planes de guerra elaborados por el secretario de Marina, Benjamín Tracy, ya estaban listos (ver Ibid.; p. 166)…


FELIPE PORTALES (*)


(*) Este artículo es parte de una serie que pretende resaltar aspectos o episodios relevantes de nuestra historia que permanecen olvidados. Ellos constituyen elaboraciones extraídas del libro del autor, Los mitos de la democracia chilena, publicado por Editorial Catalonia.
(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 855, 8 de julio 2016).

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