Mempo Giardinelli
Página/12
Si el caso López asquea a la república entera y generaliza el deseo de que se pudra en la cárcel, también fuerza a razonar acerca del origen, el presente y las perspectivas de ésta que es una de las más repugnantes conductas: robar, sobornar, influenciar, ofrecer y recibir lo que popularmente se llaman coimas.
Como hasta ahora el caso Báez, y antes Antonini Wilson y Skanska, y últimamente los Panamá Papers que involucran al poder real y actual de la Argentina con el mismísimo Presidente, su familia y amigos a la cabeza, todos los casos son repugnantes y todos remiten a una misma, añeja tara nacional: la corrupción es parte constitutiva del poder político y económico de este país.
Así, la espectacularidad del caso López ratifica que al interior del kirchnerismo siempre existió corrupción, como durante el delarruismo, el menemismo y por supuesto, antes, la dictadura, verdadera paridora de esta corrupción que excede ya al “robo para la corona” que Horacio Verbitsky definió en los 90 en un libro ejemplar.
Pero lo más tremendo del caso López es que viene a ratificar que nunca –nunca, en 33 años de democracia– gobierno alguno se ocupó seriamente de aplicar políticas de anticorrupción, preventivas, de transparencia, de castigos durísimos, ejemplares y desalentadores. Y no sólo ningún gobierno contó jamás con un poder judicial capaz de ser faro anticorrupción, sino que todos los gobiernos terminaron sometidos y/o aliados a la corrupción judicial, hoy generalizada aunque lo nieguen muchos cortesanos, magistrados y juristas.
Esa permisividad, esa implícita vía libre fue generando bandidajes dirigenciales y gestando la bronca, la frustración y el descreimiento de la sociedad.
El asunto es de vieja data y abundan libros de historia económica que lo explican. Muchos comunicadores e intelectuales abordaron la cuestión una y otra vez, y esta columna se remite a extensos capítulos sobre la corrupción incluidos en El país de las maravillas (1998), en Diatriba por la Patria (2002) y especialmente en Cartas a Cristina (2011), donde los dos reclamos principales a la entonces presidenta eran el silencio y sistemática elusión frente a la corrupción, y la desastrosa política ambiental.
Es la espectacularidad bien machacada del repugnante caso López lo que ahora confunde, más que aclara. Porque mientras todos nos espantamos el gobierno encuentra oxígeno y la oposición se ataranta. Y así el macrismo logra paquetes de leyes antipopulares, su anhelado y farsante blanqueo de capitales y hasta nos mete por atrás dos nuevos cortesanos que en cualquier otra circunstancia política no hubiesen podido ser ni candidatos. Las “casualidades” son harto evidentes y está claro que regresó al país el Sr. Stiuso y que el aparato progandístico de mentiras sistemáticas del macrismo trabaja a destajo para crear en “la gente” la ilusión de que “ahora sí” se persigue a los corruptos.
Claro que aún así no pueden ocultar que los índices sociales de los últimos doce años muestran que el kirchnerismo fue el período de mayor ascenso social y mejor calidad de vida para las mayorías más numerosas del último medio siglo argentino. Pero también es verdad que todos los avances sociales, de inclusión y autodeterminación de la última década pueden estar ahora, y por este escándalo, perdiéndose. Y acaso van a perderse nomás si CFK no asume el rol que gran parte de la ciudadanía espera. Y rol que debería incluir las hasta ahora demoradas autocríticas, y a conciencia de que, si las hubiere, serán insuficientes si no incluyen a la corrupción.
Parece obvio que el macrismo va a seguir imponiendo la idea de que éste es el “caso final” de la corrupción (o pre-final si luego de Báez y López van por Julio De Vido o la ex presidenta). Desde ya que no proceden por convicción ni por decencia, pues todo lo que les importa es que el circo sirva al blanqueo de las inexplicables y malolientes fortunas que tienen en cloacas financieras de Panamá, Bahamas, Delaware y otros sitios que ellos llaman “paraísos”.
Si lo consiguen, la sociedad argentina habrá sido estafada y des-moralizada una vez más. Porque será incapaz de preguntarse si el corrupto López en su ridícula huída con millones de dólares es igual o diferente que el presidente Macri intentando aclarar sus cuentas oscuras, o las de sus amigos y familiares que hasta escandalizan a sus sostenedores como el diario El País, de Madrid.
El respetado jurista Pedro Kesselman circula este ejemplo inigualable: “Un tipo que mata a otro de 60 puñaladas, dejando un escenario ‘espectacular’ de sangre, no es más asesino que otro que mata con dosis estudiadas de raticida o arsénico. La única diferencia es lo espectacular”. Que es también causa de que la corrupción esté en todos los estamentos, del Estado y de la sociedad.
Dado que es obvia la relación entre poder, gestión, política y economía en materia de corrupción, ésa debiera ser, por naturaleza, la principal obsesión de todo gobernante honesto e impoluto. Sin embargo, los únicos casos en toda la historia argentina parecen haber sido Hipólito Yrigoyen y Arturo Illia, dos radicales que hoy sonrojarían a sus seguidores, si estos tuvieran vergüenza.
La Argentina necesita, de una vez, terminar con esta tara, y para ello la mínima y urgente medida sería un cambio rotundo en todos los sistemas de compras y contrataciones del Estado. Y a la vez, profundizar y transparentar todos los sistemas de control con la intervención de representaciones populares en audiencias públicas, aplicando penas fuertísimas a los corruptos.
Tan asqueroso espectáculo y tanto cinismo abruman hoy a las personas decentes que son mayoría en este país, viven de su trabajo, tienen todo declarado y necesitan que los casos López, Báez, Macri o como se llamen sean el punto de partida para que de una vez empiece la limpieza moral de esta república. Si no, esto habrá sido más de lo mismo.
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