Immanuel Wallerstein
Perú es uno de los países con elecciones que contemplan dos rondas de votación. A menos que el candidato obtenga más de 50 por ciento de los votos en la primera ronda, hay una segunda oportunidad con sólo los candidatos que obtuvieron la mayoría de los votos en la primera ronda. Y, como es el caso en cada vez más países por todo el mundo, cuando hay tres candidatos con respaldo significativo, hay una feroz batalla por el segundo lugar de la primera ronda de las elecciones.
El 10 de abril de 2016 en Perú, la candidata a la cabeza de la votación fue Keiko Fujimori, la hija del notorio ex presidente Alberto Fujimori, actualmente preso por abusos de derechos humanos. Las cifras definitivas todavía no se publican, pero parece que obtuvo cerca de 40 por ciento de la votación. El segundo lugar lo ganó Pedro Pablo Kuczynski con tal vez 21 por ciento. El tercer lugar quedó para Verónica Mendoza con 19 por ciento.
¿Qué significa esto? Un reportaje de Reuters sobre las elecciones tiene un encabezado que sintetiza los puntos de vista de casi todos los comentaristas: Dos candidatos pro negocios siguen en la competencia en Perú. Los descriptivos adjetivos que los medios han estado utilizando en torno a los tres son conservadora y populista para Fujimori, centroderecha para Kuczynski (antes economista para el Banco Mundial) e izquierdista para Mendoza.
Parece que virtualmente no existe diferencia entre los candidatos que continúan en cuanto a la prioridad que ponen en el llamado libre comercio, y la bolsa de valores recompensó sus compromisos con un alza inmediata tras la primera ronda. La diferencia reside, en gran medida, en que Kuczynski mantiene puntos de vista más centristas en las cuestiones sociales, además de los miedos que levanta Fujimori debido al recuerdo que convoca el régimen autoritario de su padre.
Regresemos el reloj cinco años a la elección previa y los adjetivos que describían a los candidatos eran bastante diferentes. Los dos candidatos para la segunda ronda eran de nuevo Fujimori (sus credenciales eran las mismas) y Ollanta Humala, del que se decía que se inclinaba a la izquierda. Esta etiqueta para él se deriva del hecho de que, en tiempos anteriores, obtuvo respaldo de Hugo Chávez y para muchos parecía un chavista.
Humala mismo fue sensible a esta acusación y ostentosamente se decía más próximo a Lula y al PT de Brasil que a Chávez. El candidato verdaderamente conservador, Mario Vargas Llosa, decía que escoger entre Fujimori y Humala era escoger entre Sida y cáncer terminal. Sin embargo, con renuencia respaldó a Humala en la segunda ronda, lo que dejó a Fujimori como la peor opción para la presidencia.
Humala ganó la elección con muy estrecho margen y pronto comenzó a moverse hacia la derecha, abriendo a Perú más y más hacia el libre comercio. Traicionó casi todas sus promesas, aunque sí realizó mejoras en la situación de las poblaciones indígenas de Perú. En las elecciones actuales, Humala no respaldó a nadie, pero sin duda no apoyó a Mendoza.
Una retrospectiva a 2006 y de nuevo las descripciones son diferentes. Era una carrera de tres vías entre Lourdes Flores Nano, que se decía que era conservadora; Humala, de quien se decía que era un populista firme, y Alan García, que ya había sido presidente previamente (1985-1990) y que era candidato del APRA (partido con profundas raíces de izquierda), que en 2006 se le describió como de centroizquierda. A diferencia de 2016, cuando se dice que la segunda ronda es una lucha entre el populismo de derecha y de centroizquierda, la elección de 2006 se veía como una lucha entre el populismo de izquierda y de centroizquierda. García volvió a ganar y ya en el cargo se corrió firmemente a la derecha.
Vayamos una vez más a una elección previa, esta vez a 2002. Ésta fue atestiguada por observadores externos, incluido Jimmy Carter. Se dijo que fue justa. La ganó Alejandro Toledo, un conservador, pero no un populista. Los votantes del tercer lugar, simpatizantes de Lourdes Flores, emitieron sus votos para Toledo en vez de García.
Aquella elección se celebró tras un largo periodo de desasosiego en Perú. En los 80, había habido levantamientos bastante severos de dos guerrillas. Una de las guerrillas era Sendero Luminoso, un movimiento autoproclamado maoísta que había logrado controlar varias áreas rurales. Fue encabezada por Abimael Guzmán, previamente profesor universitario de filosofía. Sendero utilizó la violencia extrema contra quien fuera que ellos definieran como parte de las élites políticas de Perú. El segundo grupo armado era el Movimiento Revolucionario Tupac Amaru (MRTA), bastante menos violento, y que se identificaba más con el régimen cubano.
La lucha del gobierno peruano contra estos movimientos consumió sus energías en los 80. En 1985, Alan García, del APRA, fue electo presidente. Era entonces una joven estrella, y siendo del APRA ganó la elección fácilmente contra el candidato de izquierda, recibiendo un respaldo generalizado en todo el mundo. Inicialmente la economía levantó de manera positiva. Pero luego comenzó a meterse en dificultades debido a los límites de las políticas económicas y al clímax de la fuerza de la guerrilla. Su popularidad bajó de 90 a 10-15 por ciento.
Éste fue el contexto para las elecciones de 1990 entre Vargas Llosa, que competía en una plataforma de economía neoliberal, y el entonces oscuro candidato de una coalición populista moderada Alberto Fujimori, que se suponía que era inelegible. Para gran sorpresa, ganó y la mayor sorpresa fue que disolvió el parlamento en 1992 y emprendió una vigorosa escalada que logró aplastar a los movimientos guerrilleros y capturar a la cabeza de Sendero.
Para 2001, era ya tan impopular que se le amenazó con enjuiciarlo. Se escapó a Japón y recuperó su ciudadanía allá. Se le juzgó y condenó en ausencia. En 1995 fue a Chile, asumiendo que ahí estaría a salvo. Pero Chile lo extraditó a Perú donde lo metieron a la cárcel, donde se encuentra todavía.
Todo esto ocurrió en el contexto de uno de los regímenes más radicales de la historia reciente de América Latina. El 3 de octubre de 1968, el general Juan Velasco Alvarado, entonces comandante de las Fuerzas Armadas, encabezó un golpe de Estado contra el entonces presidente Fernando Belaunde. El régimen de Belaunde estaba acosado por un escándalo que implicaba las licencias de los campos petroleros del norte de Perú. Al tomar el poder, el presidente del gobierno revolucionario de las fuerzas armadas, Velasco Alvarado, pronto nacionalizó los campos petroleros en cuestión, logrando grandes aplausos al interior del país.
Velasco emprendió un programa conocido como peruanismo, y fue considerado como de inclinación a la izquierda. En política exterior, Velasco se retiró de sus vínculos con Estados Unidos y se acercó a Cuba. Las relaciones con el Chile de Pinochet fueron muy tensas. Emprendió la reforma agraria y nacionalizó un buen número de industrias. Sin embargo, en realidad estos esfuerzos económicos no tuvieron mucho éxito. Los sectores agrario y pesquero entraron en dificultades y el gobierno asumió una gran deuda. La inflación se tornó hiperinflación y en 1975 hubo un ulterior golpe militar que derrocó a Velasco.
Yendo más atrás en la historia de Perú, José Carlos Mariátegui fundó en los años 20 el APRA como un movimiento marxista comprometido con los derechos de las comunidades indígenas. Este programa radical estaba a kilómetros de distancia del programa que en los 80 emprendiera su sucesor como líder del APRA, Alan García.
Lo que vemos en la continuación del drama de la política peruana es que cada vez que ha llegado al poder un movimiento que se piensa inclinado a la izquierda el régimen siguiente se mueve a la derecha. Dado el tamaño, la localización y la importancia económica de Perú, éste se ha vuelto un campo de batalla primordial en la política de América Latina. La historia de cada país tiene sus particularidades. Pero la historia de Perú parece encarnar las dificultades de la izquierda latinoamericana. Hace un buen tiempo que ha sido materia de debate en América Latina y por todo el mundo el por qué los regímenes de izquierda se mueven a la derecha. Pero esto no ha resultado en una reunificación y un compromiso entre las fuerzas de izquierda. En las décadas venideras, los ojos continuarán enfocando la evolución de la izquierda peruana en la lucha mundial de la izquierda global durante la crisis estructural del moderno sistema-mundo.
Traducción: Ramón Vera Herrera
© Immanuel Wallerstein
vìa:http://www.jornada.unam.mx/2016/04/24/opinion/022a1mun
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