Imagen: Statute of anne / English Wikipedia
Dice al sabio refrán que “la avaricia rompe el saco”. ¡Y la
verdad es que hay mucho avaricioso suelto con el saco a punto de
romperse!
Algunos de ellos andan queriéndose llenar los bolsillos a costa de los artistas y del conocido “copyright”. Argumentan que este “derecho de copia” nació para proteger a las “obras intelectuales” y a sus creadores. Pero nada más lejos de la realidad.
Resulta que el “copyright” nació para frenar a un grupito de codiciosos que querían quedarse con todas las ganancias conseguidas en el “mercado cultural”, y que no eran precisamente los artistas.
Antes de que Gutenberg copiara y mejorara un invento asiático, como lo eran casi todos en aquel tiempo, y construyera la primera imprenta de tipos móviles, las historias corrían de boca en boca y no había necesidad de protegerlas. Sólo algunos monjes copiaban a mano los libros que quedaban en los estantes de los monasterios o en las casas de algunos aristócratas.
Con la invención de la imprenta, allá por 1440, fue más fácil copiar libros y algunos empresarios vieron un posible negocio en este nuevo artefacto.
Como tener un taller de impresión era bastante caro, los editores que instalaban uno le compraban al artista su obra por unas cuantas monedas y ellos tenían el derecho a copiarla durante un determinado tiempo. Es decir, tenían el exclusivo derecho de publicar la obra antes de que otros editores lo hicieran.
Estos “privilegios de imprenta” los otorgaban los gobiernos europeos y les servía también para controlar y censurar los libros que no les gustaban.
Ya en el siglo 17, doscientos años después de la invención de la imprenta, estos editores e imprenteros se habían agrupado en poderosas organizaciones como la Stationers Company de Inglaterra.
Estas mafias controlaban la publicación de libros. Les compraban los derechos de sus obras a los escritores por unos centavos y se quedaban con el privilegio de impresión de por vida sin que nadie más, incluso el propio autor, pudiera sacar otra edición impresa. Incluso aunque los editores que compraron los derechos no quisieran ya imprimir más copias de ese libro.
Para poner freno a esta loca injusticia en 1710, los legisladores británicos aprobaron el Estatuto de la Reina Ana que acaba con estos privilegios perpetuo de los imprenteros.
Esta nueva ley disponía que los libreros podrían comprar a los artistas los derechos de sus obras para poder imprimir ese libro con exclusividad, pero sólo por 14 años. Si al terminar esos 14 años el escritor seguía vivo se podía renovar por 14 años más.
Después, y aquí viene lo interesante, el libro pasaba a ser de dominio público, es decir, cualquier otro imprentero podía publicar ediciones sin tener que pagar derechos. En Estados Unidos las primeras leyes de copyright aparecieron también con estos mismos plazos.
Estatuto de Ana
“Teniendo en cuenta que, impresores, libreros y otras personas, en los últimos tiempos se han arrogado la libertad de impresión, de reimpresión y publicación, o han hecho que se impriman, reimpriman, y publiquen libros y otros escritos, sin el consentimiento de los autores o propietarios de tales libros y escritos, en perjuicio de estos y, a menudo, llevándolos a la ruina propia y de sus familias: Por lo tanto, para prevenir estas prácticas en el futuro, y para el fomento de los hombres a componer y escribir libros útiles; con la venia de su Majestad, promúlguese este estatuto.” (Ver la imagen original del texto emitido por el British Government)
Con estas leyes se pretendía beneficiar a todo el mundo. Por un lado al artista, para que recibiera una justa recompensa por su trabajo y pudiera vivir de él. Por otro se protegía la inversión de un impresor que podía vender en exclusividad por un máximo de 28 años una obra para recuperar el dinero invertido. Y también se permitía después de unos años el acceso libre y abierto de esta obra para que llegara a más ciudadanos ya que otro editores podían imprimir el libro, en ediciones más baratas y accesibles. Era un acuerdo justo en el que se pretendía que todas las partes ganaran.
Pero los codiciosos empresarios, que no eran los creadores de las obras, sino sólo los intermediarios, querían seguir lucrando como siempre sin repartir las ganancias. Y pasaron a la acción.
Comenzaron a convencer políticos para que los plazos se fueran extendiendo de 28 años a casi 100. Los editores volvieron a tener los derechos casi perpetuos de las obras que les habían sido de nuevo usurpadas a los creadores.
Gráfica que muestra la expansión de los plazos de Copyright en Estados Unidos, quienes presionan para que sean asumidos de la misma manera en otros países. Imagen de Tom Bell publicada bajo CC-BY-SA.
En la actualidad, si una Editorial tiene los derechos de autor de una obra, en la mayoría de los países transcurren más de 70 años hasta que pasen a dominio público. Volver a editar muchos de esos libros ya no es rentable y no se encuentran en las librerías. O los editan en un país pero no se consiguen en el resto. Les da igual. Las codicia los ciega.
La Stationers Company de hoy día son las grandes editoriales de libros, las disqueras agrupadas en la RIAA o las empresas del cine de la MPAA. En aquellos primeros años, los imprenteros eran los que arruinaban a los artistas, no los lectores. Lo mismo sucede hoy.
Estas grandes corporaciones pervirtieron las leyes de copyright donde se pretendía beneficiar a todo el mundo para seguir ganando sólo ellos. Pero estas avariciosas empresas no esperaban que en este siglo apareciera otro Estatuto de Ana que se llamó Internet.
Internet, tal como lo hiciera el copyright en 1710, cuestiona el actual modelo de derechos de autor. La Red elimina la necesidad de tener un intermediario para publicar y vender un libro ya que además no hace falta imprimir en papel o grabar en CD. Todo puede circular libre y digitalmente por la Web. Muchos autores, cantantes o cineastas ya se están saltando el circuito tradicional para llegar a su público de forma directa. ¡Está de moda el Copyleft! Y es un buen momento para recordarles a estos avariciosos que se les está rompiendo el saco.
BIBLIOGRAFÍA
DELIA, Lipszyc. Derecho de autor y derechos conexos. Publicado conjuntamente por la UNESCO y El Centro Regional para el Fomento del Libro en América Latina y el Caribe (CERLALC).
vìa:http://radioslibres.net/article/el-fin-de-los-codiciosos/
Algunos de ellos andan queriéndose llenar los bolsillos a costa de los artistas y del conocido “copyright”. Argumentan que este “derecho de copia” nació para proteger a las “obras intelectuales” y a sus creadores. Pero nada más lejos de la realidad.
Resulta que el “copyright” nació para frenar a un grupito de codiciosos que querían quedarse con todas las ganancias conseguidas en el “mercado cultural”, y que no eran precisamente los artistas.
Antes de que Gutenberg copiara y mejorara un invento asiático, como lo eran casi todos en aquel tiempo, y construyera la primera imprenta de tipos móviles, las historias corrían de boca en boca y no había necesidad de protegerlas. Sólo algunos monjes copiaban a mano los libros que quedaban en los estantes de los monasterios o en las casas de algunos aristócratas.
Con la invención de la imprenta, allá por 1440, fue más fácil copiar libros y algunos empresarios vieron un posible negocio en este nuevo artefacto.
Como tener un taller de impresión era bastante caro, los editores que instalaban uno le compraban al artista su obra por unas cuantas monedas y ellos tenían el derecho a copiarla durante un determinado tiempo. Es decir, tenían el exclusivo derecho de publicar la obra antes de que otros editores lo hicieran.
Estos “privilegios de imprenta” los otorgaban los gobiernos europeos y les servía también para controlar y censurar los libros que no les gustaban.
Ya en el siglo 17, doscientos años después de la invención de la imprenta, estos editores e imprenteros se habían agrupado en poderosas organizaciones como la Stationers Company de Inglaterra.
Estas mafias controlaban la publicación de libros. Les compraban los derechos de sus obras a los escritores por unos centavos y se quedaban con el privilegio de impresión de por vida sin que nadie más, incluso el propio autor, pudiera sacar otra edición impresa. Incluso aunque los editores que compraron los derechos no quisieran ya imprimir más copias de ese libro.
Para poner freno a esta loca injusticia en 1710, los legisladores británicos aprobaron el Estatuto de la Reina Ana que acaba con estos privilegios perpetuo de los imprenteros.
Esta nueva ley disponía que los libreros podrían comprar a los artistas los derechos de sus obras para poder imprimir ese libro con exclusividad, pero sólo por 14 años. Si al terminar esos 14 años el escritor seguía vivo se podía renovar por 14 años más.
Después, y aquí viene lo interesante, el libro pasaba a ser de dominio público, es decir, cualquier otro imprentero podía publicar ediciones sin tener que pagar derechos. En Estados Unidos las primeras leyes de copyright aparecieron también con estos mismos plazos.
Estatuto de Ana
“Teniendo en cuenta que, impresores, libreros y otras personas, en los últimos tiempos se han arrogado la libertad de impresión, de reimpresión y publicación, o han hecho que se impriman, reimpriman, y publiquen libros y otros escritos, sin el consentimiento de los autores o propietarios de tales libros y escritos, en perjuicio de estos y, a menudo, llevándolos a la ruina propia y de sus familias: Por lo tanto, para prevenir estas prácticas en el futuro, y para el fomento de los hombres a componer y escribir libros útiles; con la venia de su Majestad, promúlguese este estatuto.” (Ver la imagen original del texto emitido por el British Government)
Con estas leyes se pretendía beneficiar a todo el mundo. Por un lado al artista, para que recibiera una justa recompensa por su trabajo y pudiera vivir de él. Por otro se protegía la inversión de un impresor que podía vender en exclusividad por un máximo de 28 años una obra para recuperar el dinero invertido. Y también se permitía después de unos años el acceso libre y abierto de esta obra para que llegara a más ciudadanos ya que otro editores podían imprimir el libro, en ediciones más baratas y accesibles. Era un acuerdo justo en el que se pretendía que todas las partes ganaran.
Pero los codiciosos empresarios, que no eran los creadores de las obras, sino sólo los intermediarios, querían seguir lucrando como siempre sin repartir las ganancias. Y pasaron a la acción.
Comenzaron a convencer políticos para que los plazos se fueran extendiendo de 28 años a casi 100. Los editores volvieron a tener los derechos casi perpetuos de las obras que les habían sido de nuevo usurpadas a los creadores.
Gráfica que muestra la expansión de los plazos de Copyright en Estados Unidos, quienes presionan para que sean asumidos de la misma manera en otros países. Imagen de Tom Bell publicada bajo CC-BY-SA.
En la actualidad, si una Editorial tiene los derechos de autor de una obra, en la mayoría de los países transcurren más de 70 años hasta que pasen a dominio público. Volver a editar muchos de esos libros ya no es rentable y no se encuentran en las librerías. O los editan en un país pero no se consiguen en el resto. Les da igual. Las codicia los ciega.
La Stationers Company de hoy día son las grandes editoriales de libros, las disqueras agrupadas en la RIAA o las empresas del cine de la MPAA. En aquellos primeros años, los imprenteros eran los que arruinaban a los artistas, no los lectores. Lo mismo sucede hoy.
Estas grandes corporaciones pervirtieron las leyes de copyright donde se pretendía beneficiar a todo el mundo para seguir ganando sólo ellos. Pero estas avariciosas empresas no esperaban que en este siglo apareciera otro Estatuto de Ana que se llamó Internet.
Internet, tal como lo hiciera el copyright en 1710, cuestiona el actual modelo de derechos de autor. La Red elimina la necesidad de tener un intermediario para publicar y vender un libro ya que además no hace falta imprimir en papel o grabar en CD. Todo puede circular libre y digitalmente por la Web. Muchos autores, cantantes o cineastas ya se están saltando el circuito tradicional para llegar a su público de forma directa. ¡Está de moda el Copyleft! Y es un buen momento para recordarles a estos avariciosos que se les está rompiendo el saco.
BIBLIOGRAFÍA
DELIA, Lipszyc. Derecho de autor y derechos conexos. Publicado conjuntamente por la UNESCO y El Centro Regional para el Fomento del Libro en América Latina y el Caribe (CERLALC).
vìa:http://radioslibres.net/article/el-fin-de-los-codiciosos/
No hay comentarios:
Publicar un comentario