Hablar
de corrupción del lenguaje, de manipulación de las palabras, no es solo
un tema académico u objeto de debate universitario, que también. Es
cuestión altamente política que tiene que ver con que una clase domine
al resto de clases y, sobre todo, a la clase trabajadora. Por eso estoy
de acuerdo con Miguel Ángel Rus, editor de Irreverentes, cuando asegura
que “para cambiar el mundo, tenemos que recuperar el significado de las palabras”.
El lenguaje es un arma con doble filo. Para construir la conciencia
crítica colectiva y cambiar las cosas para bien. Pero también se utiliza
de modo artero para reducir, bloquear, impedir o destruir esa
conciencia crítica. Y, por tanto, retrasar el cambio necesario hacia un
mundo mucho menos desigual, más justo y decente hasta alcanzar la
equidad.
Un nivel elemental de corrupción de las palabras es ocultar o
disfrazar la realidad con eufemismos. No llamar a las cosas por su
nombre. Una palabra es un significante con un significado. La perversión
del lenguaje destruye la correspondencia entre ambos y finalmente la
presunta comunicación es una torre de Babel en la que se confunden
realidades y palabras.
La manipulación y corrupción del lenguaje (herramienta principal de
las élites para imponer su hegemonía cultural) cambia o distorsiona el
significado de las palabras. Y así, el paro se convierte en ‘tasa
natural de desempleo’; la emigración de jóvenes desesperados por no
encontrar empleo en España en ‘movilidad exterior’. La recesión es
‘crecimiento negativo’; el rescate bancario es ‘línea de crédito
favorable’; la rebaja de salarios es ‘devaluación competitiva interna’;
los despidos sistemáticos son ‘flexibilidad laboral’; ‘las viviendas
embargadas son ‘activos adjudicados’; el cierre de empresas es ‘cese de
actividad’; la crisis es ‘desaceleración del ciclo económico’; el robo
de dinero público es ‘desvío irregular de fondos’ y los recortes y
violaciones de derechos sociales pasan a ser ‘reformas estructurales’…
No es cualquier cosa ni algo inocente, porque el uso reiterado del
eufemismo suaviza la realidad que es dura e incluso criminal y abona la
extensión de un peligroso mito colectivo que se concreta en el ‘no hay
para tanto’ o ‘no hay nada que hacer’.
Insisto, no es debate lingüístico o académico sino político. Según
nos explica Gramsci, el poder de la clase dominante se basa en muy gran
medida en la hegemonía cultural que ejerce sobre las clases sometidas.
Impone sus valores, principios y ‘verdades’ en detrimento de los de la
mayoría social dominada. Lo hace por medio del sistema educativo, la
industria de la cultura y los medios de comunicación. Para que la
mayoría acepte someterse y ser explotada como algo natural y
conveniente. Y hoy, además, ser desposeída de la mayor parte de sus
rentas, esencialmente sociales. La mal llamada austeridad fiscal se basa
en un cúmulo de falsedades económicas, fiscales y contables que tienen
en la corrupción del lenguaje un poderoso aliado.
Además de la manipulación del lenguaje, las élites y sus voceros
recurren cada vez más lisa y llanamente a la mentira. Pura y dura. Como
insistir en que el aumento de las deudas públicas de los estados es por
exceso de gastos sociales. Cuando está ampliamente documentado que las
deudas públicas han crecido de modo desorbitado porque los gobiernos
rescataron la banca con cantidades milmillonarias tras el estallido de
la crisis financiera.
Un caso muy actual de mentira en el Reino de España, además de
insufrible desfachatez, son las declaraciones de portavoces del PP de
ser éste el partido que más actúa contra la corrupción política y con
mayor contundencia. ¡Para llorar de rabia!
Y no me digan que estas cuestiones no son importantes porque, de no
disponer de hegemonía comunicativa, por ejemplo, el Partido Popular no
tendría siete millones de votantes de los que muchos son trabajadores,
asalariados. No hay siete millones de ricos en este país ni de clase
media real.
Los medios de comunicación (una base de la hegemonía cultural de las
élites) buscan legitimar el discurso de éstas ocultando sus intereses
reales bajo la apariencia de objetividad, aparentes buenos resultados,
pretendida buena gestión y democracia. La corrupción del lenguaje para
mantener la hegemonía cultural de esas élites sigue la pauta del nazi
Goebbels: una mentira repetida mil veces finalmente se considera verdad.
Y así, el partido del gobierno y sus voceros repiten hasta el hastío
que esta país se recupera económicamente cuando los hechos, la creciente
precariedad y la dureza de vida para millones de personas del pueblo
trabajador demuestran lo contrario. Solo se puede hablar de recuperación
cuando se recuperan las personas.
La corrupción de las palabras además se usa para deslegitimar todo lo
que se opone a este sistema capitalista, antidemocrático, injusto,
insostenible y suicida (porque lleva al desastre ecológico).
Palabras como democracia, soberanía, libertad o derechos sociales,
entre otras, se han vaciado de contenido por la acción de los medios de
hegemonía cultural y de comunicación de las élites. Hoy se entienden de
forma sesgada e incluso contraria a su verdadero significado. ¿Cómo se
puede negar en nombre de la democracia el derecho a decidir de un pueblo
(catalán o cualquier otro)? ¿Cómo se puede negar el derecho a decidir
cuando la democracia es precisamente eso: que el pueblo decida?
Según Andrés Querol, la manipulación del lenguaje hoy no tiene nada
que envidiar a la que perpetró el Tercer Reich, por ejemplo. Un ejemplo
sería la utilización torticera del término anti-sistema, convertido en
máximo anatema por dirigentes y mercenarios de las élites económicas.
Fernández Buey explica que, si el sistema capitalista es malo para la
mayoría de la gente (como es evidente y comprobamos cada día), lo lógico
y justo es estar contra ese sistema, ser anti-sistema. Pero al término
se le atribuye miserable y falsamente el significado de actuar con
violencia y atentar contra los intereses de todos.
No es cuestión académica. Si nos neutralizan por la manipulación y
corrupción del lenguaje, bloquean y reducen la conciencia crítica.
Porque manipulación y corrupción del lenguaje buscan ocultar,
distorsionar, disfrazar, manipular… Para que todo continúe igual, pero
parezca que algo cambia.
Xacata
vìa:
http://www.attac.es/2016/03/10/contra-la-manipulacion-y-la-corrupcion-de-las-palabras-que-buscan-dominarnos/
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