Marcos Roitman Rosenmann
Los resultados electorales en Argentina dan el triunfo al candidato de la derecha, Mauricio Macri, y sitúan la derrota del Partido Justicialista y su representante, Daniel Scioli, como punto de inflexión en la aplicación de políticas progresistas en Argentina. Asimismo, académicos, periodistas y líderes de opinión entienden la victoria de Macri como una ruptura del bipartidismo, mantenido por décadas, entre la Unión Cívica Radical y los peronistas. Aunque no olvidemos que la alianza Cambiemos tiene entre sus fundadores a los radicales, cuyo máximo dirigente, Ernesto Sanz, participó activamente en la campaña electoral. Sorpresivamente, una vez derrotado Scioli, ha decido retirarse del escenario y actuar en segunda línea.
Por otro lado, el perder del candidato kirchnerista se ha extrapolado al conjunto de la región asumiendo que su derrota conlleva un cambio de ciclo donde se verían cuestionados, cuando no fracasadas, las políticas contra el neoliberalismo de los gobiernos llamados progresistas. Gobiernos cuyas decisiones se han caracterizado por contradecir las recetas de austeridad y recortes sociales provenientes de los organismos e instituciones financieras internacionales. Creo que tal análisis peca de superficial, al poner en el mismo saco a países tan disímiles como Brasil, Ecuador, Bolivia, Uruguay, Nicaragua, Venezuela o El Salvador. Sin olvidarnos de Cuba, cuya presencia ha sido determinante para potenciar una dinámica de cambios en América Latina bajo nuevos organismos regionales como Celac y Alba. Veamos.
Más de la mitad del continente aplica recetas neoliberales y lo rigen gobiernos conservadores. Asimismo, muestran su beneplácito a los dictados de Estados Unidos en las políticas de seguridad hemisférica, lucha contra el narcotráfico y terrorismo. Y por si fuera poco asumen los dictámenes del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial cuando se trata de vender y privatizar las industrias estatales. Basten los ejemplos de Colombia, México, República Dominicana, Perú, Honduras, Paraguay, Guatemala o Chile. Por consiguiente, percibir la derrota del candidato del Partido Justicialista como parte de una etapa de involución social y política en el continente conlleva, además de cierta dosis de pesimismo, una visión en la cual se toma la excepción por la regla general.
Desde luego, la derrota de Scioli tiene una importancia fundamental para el pueblo argentino. No puede ser de otra manera. Las políticas sociales, culturales y redistributivas, así como los presupuestos en salud, vivienda y educación sufrirán recortes. En derechos humanos, seguramente seguirán los juicios por crímenes de lesa humanidad, pero ralentizarán los procesos y los dejarán al pairo. A ello hay que sumar el cambio estratégico en la política exterior regional. Nuevos aliados con los cuales apoyar las lógicas de austeridad, privatizaciones y sumisión a Estados Unidos. En otros términos, pérdida de soberanía, apertura al capital buitre financiero y las grandes trasnacionales que podrían recuperar lo perdido durante los años de mandato kichnerista.
Un cambio en la política exterior que ya se ha hecho sentir, cuyos ejes se orientan en dirección opuesta al gobierno de la presidenta Cristina Fernández. Mauricio Macri se ha plegado al proceso desestabilizador contra la República Bolivariana de Venezuela, antes de ser investido mandatario. En su primera comparecencia ante los medios de comunicación ha puesto sobre la mesa la decisión de solicitar en la próxima reunión del Mercosur, a celebrarse en Asunción el 21 de diciembre, aplicar la cláusula democrática contra el gobierno del presidente Nicolás Maduro, manipulando el espíritu, instituido para condenar golpes de Estado institucionales y las maniobras desestabilizadoras contra los regímenes democráticos validados en las urnas. En 2012 fue utilizada para rechazar el pusch contra el gobierno legítimo de Fernando Lugo en Paraguay. Circunstancia que suspendió de membrecía, dicho país, durante años.
Sin embargo, la maniobra de acusar a Venezuela de violar los derechos humanos, justo cuando ha sido relegido para integrar el Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas, es una provocación no exenta de maniqueísmo, al estar en puertas, el 6 de diciembre, sus elecciones generales. Dicha actitud supone apoyar explícitamente a la oposición golpista de la República Bolivariana, provocando un efecto mediático de corto recorrido. Asimismo, Macri y su coalición se pliegan a la estrategia estadunidense de lucha antiterrorista y narcotráfico. En esta línea, sus nuevos aliados serán México y Colombia. Países inmersos en la campaña internacional desestabilizadora del gobierno bolivariano.
Por último, de haber un cambio de tendencias debe verificarse en el conjunto de países considerados progresistas, adjetivo, ya hemos dicho, insuficiente para definir las políticas sobre el terreno. En este sentido, será en Venezuela donde, el 6 de diciembre, se jugará gran parte del proyecto emancipador latinoamericano, abierto con la victoria de Hugo Chávez en 1998. Si el presidente Nicolás Maduro, las fuerzas populares y el PSUV no revalidan su triunfo, aunque sea por la mínima, como ha ocurrido en sentido contrario con Macri en Argentina, asistiremos a una crisis de repercusiones insospechadas en el desarrollo de la lucha anticapitalista, emancipadora, socialista y democrática.
Vìa:
http://www.jornada.unam.mx/2015/12/05/opinion/026a1mun
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