Pedro Miguel
Enrique Peña, al igual que sus más cercanos colaboradores, está harto de los mexicanos, y con razón: a estas alturas la ciudadanía ha defraudado a sus gobernantes en forma irremediable y ha demostrado que no los merece: no pone de su parte para hacer crecer la economía a pesar de los abnegados esfuerzos de los gobernantes por dotarla de un marco legal moderno mediante las reformas estructurales; no se apacigua ni aunque le manden comisionados como Alfredo Castillo; no sacia su sed de justicia ni aunque el Presidente realice cambios de mando en la Procuraduría General de la República; no cesa sus maledicencias ni aunque Virgilio Andrade le demuestre en forma inobjetable que no hubo conflicto de intereses; no deja de movilizarse en contra de la reforma educativa ni aunque se le garantice que las evaluaciones son pulcras y científicas; en lugar de agradecer los televisores digitales denuncia que fueron usados para comprar votos; no cree que estén bajando las tarifas eléctricas y la gasolina; arma tremendo escándalo por la devaluación del peso y la depreciación de los fondos de pensiones; es tan rencorosa que sigue duro y dale con lo del nuevo avión presidencial que, si se mira bien, sólo es un pedacito muy pequeño del presupuesto; está cada vez más convencida de que hay negocios sucios entre el jefe del Poder Ejecutivo y el secretario de Comunicaciones y Transportes y empresas como OHL y Grupo Higa; se empeña en que salgan de la cárcel individuos como Nestora Salgado, Manuel Mireles y los líderes del magisterio disidente de Oaxaca (pese a que ya la autoridad demostró que sí son quienes son y quienes dicen ser, o sea, líderes del magisterio disidente); no logra entender que los feminicidios son un mal necesario de la vida contemporánea; no deja de molestar con muertos y desaparecidos aunque muchos sean del sexenio anterior, igual que sigue dando lata con unos bebés calcinados durante el gobierno pasado y hasta con unos mineros fallecidos en el antepasado.
Lo que habría tenido que ser un cuento de hadas –o, cuando menos, un buen final de telenovela– se le ha convertido a Peña y a los suyos en una cotidianeidad molesta y exasperante, bordada por las quejas, los reclamos, las exigencias y las imprecaciones. Es entendible que el senador priísta Omar Fayad quiera cerrarle el pico de una vez por todas a toda esa bola de tuiteros vociferantes que insisten en las denuncias y hasta en los improperios. Cerrarles el pico: eso hay que hacer, aunque sea estipulando penas de cárcel a quienes generen, reproduzcan o almacenen en sus memorias USB denostaciones en contra de quienes llevan la pesada carga de dirigir el destino del país.
Por eso Peña y los suyos han debido recurrir a los regaños y a las expresiones de hartazgo. Ya me cansé, profirió el ex procurador; ya supérenlo, remachó Peña; ya sé que no aplauden, se lamentó posteriormente; ya chole con tus quejas, se ensayó en Los Pinos en defensa de las reformas; ya basta de que sigan exigiéndole al gobierno que asuma sus responsabilidades constitucionales ante la atrocidad de Iguala, dijo el secretario de Gobernación; ya dejen de nadar de muertito, exige Peña a los alcaldes incapaces de controlar la violencia siempre crecedera y la inseguridad rampante. Y cuando los regaños no bastan, hay que echar mano de las propiedades pedagógicas de la cárcel, como lo han estado haciendo el secretario de Educación Pública Aurelio Nuño y las autoridades policiales a fin de instruir a los dirigentes magisteriales insumisos y respondones. Pero la sociedad es insensible y no ceja en el bullying nacional en contra del Presidente y de sus esforzados colaboradores.
Por el contrario, la ciudadanía no deja de burlarse. No colabora. No se compromete. No exhibe voluntad política. No se mueve. Insiste en ignorar que los próceres de este gobierno no están involucrados en un proceso de enriquecimiento personal y de envilecimiento y entrega del país sino en una cruzada para llevar a México a los confines de su propia gloria. Por eso, Peña da muestras claras de estar harto de los mexicanos. Afortunadamente no se ha enterado de que el hartazgo es mutuo porque entonces sí podría ponerse muy nervioso.
vìa:
http://www.jornada.unam.mx/2015/11/03/opinion/020a1mun
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