Silvia Ribeiro*
Uno de los principales factores de cambio climático es la agricultura industrial, dato presente en los informes científicos relacionados con el tema. Gracias al trabajo de análisis y extrapolación de datos de Grain, sabemos que no sólo la agricultura, sino todo el sistema alimentario agroindustrial, desde semillas a supermercados, es el factor singular más importante del cambio climático (causante de 44 a 57 por ciento de las emisiones de gases de efecto invernadero). En su nuevo documento Las Exxon de la agricultura, Grain da cuenta del rol devastador de la industria de fertilizantes sintéticos y cómo han anidado en las negociaciones sobre clima y alimentación. De cómo esa industria, junto a trasnacionales como Monsanto, Syngenta, Cargill, Walmart, son los principales interesados y participantes en la llamada Alianza Global por una Agricultura Climáticamente Inteligente, que promocionan la FAO, el Banco Mundial y pocos gobiernos, entre ellos México, a pesar de ser una plataforma que empeorará el cambio climático y producirá más devastación ambiental y hambre.
Esta alianza se anunció formalmente en 2014, en la Cumbre de Naciones Unidas sobre Cambio Climático, luego de años de cabildeos empresariales, para posicionar a la agricultura industrial como solución en lugar de cómo lo que realmente es: un enorme problema de salud, ambiental, una de las principales causas de cambio climático, que pese a acaparar 75 por ciento de la tierra arable y 70-80 por ciento de los combustibles fósiles y agua usados en agricultura, solamente es fuente de alimentos de 30 por ciento de la población mundial.
Bajo los conceptos de agricultura climáticamente inteligente, intensificación agrícola sustentable, las trasnacionales de agronegocios y sus aliados proponen usar más y nuevos cultivos transgénicos (supuestamente resistentes a estrés climático, sequías, etcétera), para sembrar intensivamente, con más fertilizantes y agrotóxicos, en menor superficie. O sea, proponen aumentar exponencialmente lo mismo que ya está causando graves problemas, con la cobertura de salvar el planeta del cambio climático y el hambre, por lo que además de los lucros que ya obtienen, requieren más subsidios y créditos de carbono. Para condimentar el mal trago, algunas instituciones incluyen formas de agricultura orgánica, que no pasa de ser adorno para confundir su fin verdadero: seguir expandiendo el modelo de producción agroindustrial y las ganancias de las trasnacionales que lo controlan.
Grain muestra que las principales promotoras de esta alianza son las grandes industria de fertilizantes, una industria que en general el público no percibe tan dañina como las que controlan transgénicos y agrotóxicos, pese a que la industria global de fertilizantes vende 175 mil millones de dólares anuales, casi cinco veces más que la de semillas comerciales y más de tres veces la de agrotóxicos. Agrium, Yara y Mosaic, las tres mayores, controlan 31 por ciento del mercado global (ETC, 2015).
Yara y Mosaic están entre los 29 miembros fundadores de la alianza que no son instituciones oficiales, además de tres de sus coaliciones internacionales de cabildeo. Actualmente, 60 por ciento de los miembros del sector privado de dicha alianza son de la industria de fertilizantes.
El panel intergubernamental de expertos sobre cambio climático (IPCC) calcula que cada 100 kilos de fertilizante nitrogenado que se aplica, un kilo termina en la atmósfera como óxido nitroso (gas de efecto invernadero 300 veces más potente que el dióxido de carbono y principal factor de destrucción de la capa de ozono) equivalente a la emisión anual de 72 millones de automóviles (cerca de un tercio de la flota que circula en Estados Unidos). Grain revela que nuevos informes muestran que esa alarmante cifra, ha sido subestimada en 3 a 5 veces debajo de lo real, por tanto las emisiones de gases de efecto invernadero producto de los fertilizantes sintéticos tienen mayor impacto que las de todos los automóviles y camiones que circulan en Estados Unidos, históricamente el mayor emisor mundial.
Los fertilizantes sintéticos fueron desarrollados como elemento clave de la agricultura industrial, para acelerar el crecimiento de variedades híbridas. Al usarlos, se destruye la materia orgánica del suelo y su fertilidad natural, por lo que son adictivos. Una vez que se entra por el camino de los fertilizantes sintéticos, los agricultores quieren seguir con ellos –y los estados subvencionan esta adicción, aumentado los lucros de esa industria, que tiene porcentajes de ganancia que han llegado a ciento por ciento (!) en años de crisis alimentaria. La destrucción de la capacidad de los suelos de retener materia orgánica, es otro factor adicional de cambio climático. Por el contrario, la agricultura campesina que incorpora materia orgánica y recupera la capacidad del suelo para retener carbono, actúa en sentido contrario y junto al manejo integral, diverso y agroecológico, a las huertas urbanas, la pesca artesanal y la recolección, son responsables de la alimentación de 70 por ciento de la humanidad, con menos de 30 por ciento de tierras y agua. (ETC, 2014; Grain, 2014)
Por todo esto 55 organizaciones internacionales y más de 250 nacionales de todo el mundo firmaron este mes una declaración contra la llamada agricultura climáticamente inteligente, que se pretende afirmar también en las negociaciones globales sobre cambio climático en París, en diciembre 2015. La Vía Campesina llama a rechazar esta nueva trampa y afirmar la agricultura campesina, diversa, sin químicos ni transgénicos, como verdadera solución al cambio climático y para la soberanía alimentaria.
*Investigadora del Grupo ETC
vìa:
http://www.jornada.unam.mx/2015/10/17/opinion/021a1eco
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