Guillermo Almeyra
El 25 de octubre los electores argentinos irán a las urnas para elegir presidente y vicepresidente y renovar las cámaras de Diputados y Senadores. Los resultados de las elecciones primarias y provinciales hasta ahora realizadas, así como de las encuestas indicarían que el candidato del oficialista Frente para la Victoria y ex vicepresidente con Néstor Kirchner, Daniel Scioli, lograría la primera minoría, superando por 10 puntos a Mauricio Macri, de Cambiemos (frente que reúne a varias fuerzas a la derecha del kirchnerismo) y por casi 20 al candidato del Frente Renovador, de la derecha peronista, Sergio Massa.
Recordemos que Scioli, de la derecha peronista moderada, fue sumamente criticado durante años por el kirchnerismo y por la propia Cristina Fernández, que le pusieron en la fórmula a un ex maoísta, esperando que sea un contrapeso. No olvidemos tampoco que entre el kirchnerismo y las derechas peronistas existen vasos comunicantes, como demuestra el pasado ministerial de Massa, la pertenencia pasada de casi todos los dirigentes peronistas –comenzando por Néstor Kirchner y su esposa– al entorno de Carlos Menem, el Salinas de Gortari argentino, al igual que la reciente inauguración por Macri de una estatua de Perón y sus alabanzas a Eva Perón con la presencia de dirigentes sindicales burocráticos que en el gobierno de Néstor Kirchner, como Hugo Moyano, ocuparon altos puestos en el aparato del Partido Justicialista (nombre oficial del peronismo).
Todos los candidatos con más posibilidades son, pues, peronistas en diferente medida, y todos ellos comparten la preocupación constante de mantener fuera de la vida política a los trabajadores, cuyos votos piden sólo como ciudadanos o clientes. El kirchnerismo, por ejemplo, tuvo como filósofo a Ernesto Laclau, que negaba la existencia de las clases y sostenía que el sujeto del cambio era la juventud. Sobre esa base teórica, Cristina Fernández y su hijo Máximo crearon la agrupación juvenil La Cámpora para que hiciese el papel de puente hacia los trabajadores y también de partido frente al Partido Justicialista de los burócratas de todo tipo, sobre todo sindicalistas.
Dicho sea de paso, esa es la principal debilidad del kirchnerismo frente a Scioli. Si éste ganase ya en primera vuelta obteniendo 40 por ciento de los votos efectivos y una diferencia de 10 puntos sobre Macri, podría desprenderse muy fácilmente de los intentos de control de los kirchneristas, porque el sistema es presidencialista y el vicepresidente sólo dirige la Cámara de Senadores y, sobre todo, porque no tendría ningún control de los movimientos sociales comprados, reprimidos o acotados por el gobierno de Néstor Kirchner y los dos periodos sucesivos de su esposa Cristina Fernández.
En efecto, aunque a diferencia de Perón, que en su Constitución de 1949 prohibió las huelgas pero se apoyaba en los trabajadores, el kirchnerismo tuvo que tolerarlas, pero sostiene representar a 40 millones de argentinos, es decir, a todas las clases, y prescindió incluso de las burocracias sindicales, a las que se esforzó por dividir. Es un equipo de clasemedieros advenedizos y marginales que sostiene al capitalismo y que en su momento aprovechó la bonanza del periodo de altos precios por las materias primas y de escasos conflictos sociales, pero es despreciado y combatido por los grandes capitalistas, a pesar de que los privilegió siempre, aunque tuviera con ellos roces. Entre otras cosas porque la burguesía nacional es casi inexistente, ya que es aplastante el peso de las empresas, la minería y las finanzas extranjeras y de los pocos que controlan el complejo financiero-exportador de granos comparado con el de las pequeñas y medias empresas mayoritariamente nacionales.
La dependencia financiera y comercial de los mercados tradicionales de Argentina, a pesar del alivio que representó la anterior etapa de expansión del Mercosur y el apoyo chino, no sólo llevó a los gobiernos kirchneristas a reconocer toda la deuda contraída ilegalmente por la dictadura, sino también a continuar pagándola –malgastando así 175 mil millones de dólares– e incluso a aumentarla, aunque el gobierno pretenda que se desendeudó. Porque, en efecto, disminuyó la relación entre deuda y PIB de 136.5 a 45.6 (en 2013), pero no el monto de la deuda (que pasó de 178 mil millones de dólares a 250 mil en 2014) y aumentó la deuda con el sector público y la interna absorbida por el Estado, que está recurriendo nuevamente a los préstamos y la emisión de bonos para pagar la anterior.
El kirchnerismo consiguió sus principales éxitos con el procesamiento a los dictadores y también con la ampliación de los derechos civiles y de familia y de la defensa de los derechos humanos. En cambio, aunque sus políticas distribucionistas y asistenciales mantuvieron el mercado interno y hasta lo ampliaron, no realizó ningún cambio de fondo en la economía del país. Ésta sigue dependiendo fuertemente de la exportación de materias primas y es profundamente injusta, dada la concentración de la riqueza en cada vez menos manos y la existencia de un margen de pobreza real de 23 por ciento de la población, medido aplicando los índices estadísticos oficiales anteriores a la destrucción del INDEC, el organismo que debería medirlos.
Con la profunda crisis brasileña y, por consiguiente, del Mercosur y con un mercado mundial caracterizado por la caída del precio de las exportaciones argentinas, así como por el enfriamiento de la economía china y sus importaciones e inversiones y ante la fuerte resistencia obrera a la pérdida de empleos y conquistas, es previsible que la derecha peronista, si vence, recurra a ajustes y devaluaciones, con la consiguiente represión, que también plantean los otros candidatos. Desaparecidos los márgenes para los cambios cosméticos del kirchnerismo, el país volverá a vivir la lucha de clases que éste declaró inexistente.
vìa:
http://www.jornada.unam.mx/2015/10/18/opinion/015a1pol
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