(APe).- La dictadura militar fue un plan de exterminio de personas. Pero no solamente. También fue un plan de exterminio cultural. En ambos planes mostró una ferocidad aún no castigada. Algunos responsables fueron juzgados y condenados con el código penal. O sea: por delitos de lesa humanidad. Que no prescriben. Pero tampoco prescribe la voluntad de planificar el exterminio.
Su rostro más tierno: castigar opiniones vertidas en la web, que como todos sabemos, es la imprenta de la actualidad. Antes de Gütenberg, los libros no eran para ser leídos. Leer no era una opción. Nadie tenía acceso a los incunables rigurosamente vigilados. No estaba prohibido leer. Simplemente nadie podía hacerlo.
¿Cómo satisfacer un deseo cuando desconocemos su existencia? Más acá de la represión. El deseo de leer no tenía inscripción subjetiva. La imprenta revolucionó la circulación de las ideas. Permitió conocerlas y entonces, sólo entonces, permitió discutirlas. El acatamiento ciego, sordo y mudo fue desalojado. Lo que trajo daños colaterales y frontales espantosos.
Galileo Galilei fue maltratado por la Iglesia de Roma siglos antes que se inventara el mobbing. Amenaza con espantosos instrumentos de tortura, abjuró de sus creencias para el afuera, pero guardó sus más profunda convicción. Escribió los Discorsi y tres siglos después, la Academia Pontificia de Ciencias decretó que las teorías de Galileo eran correctas. Demasiado tiempo pasó para perdonar a los que condenaron al sabio. La propiedad privada de la verdad fue durante siglos de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana. Creer porque es absurdo. Y el mayor de los absurdos: creer sin animarse a pensar.
Pero era necesaria una polea impoluta de transmisión entre los absurdos cotidianos y la absoluta verdad que el poder celestial establece. Ese engranaje es la familia. Patriarcal, reproductiva, jerárquica, monogámica y heterosexual. La familia es un sistema donde el parentesco, como la letra, con sangre entra. En un sistema jerárquico, la cultura se naturaliza. O sea: se petrifica. Se repite siempre igual. Inercialmente. Pero la naturalización no es natural. Es la máxima expresión de la cultura represora.
La naturaleza cambió en millones de años. La cultura represora necesita más. Por eso durante siglos se sostuvo que el hombre no podía cambiar en la tierra lo que dios había unido en el cielo. Patética idea de un dios que funciona como un juez de paz. Pero la cultura represora no da puntada sin hilo y sin sangre.
No separar en la tierra es el mandato de separar al hombre y a la mujer de su deseo. Porque solamente en la tierra y en un tiempo acotado, podemos desplegar y cumplir nuestros deseos. El mandato de honrar a los padres es profundamente represor. Porque es un a priori. Una premisa. Un dogma. Cuando odiamos aquello que nos mandan honrar, lo que surge es culpa. Artificio que permite legitimar todos los castigos.
La familia patriarcal es cuna de castigos. Matriz de la culpa que luego será cultivada por otras instituciones. Menciones especiales a la escolaridad primaria y secundaria y al servicio militar obligatorio. Por eso la familia no es propiedad de sus integrantes. Sus deseos no cuentan. Sus necesidades tampoco. Sus libertades menos.
En la actualidad llamamos “violencia de género”, “femicidio”, a esa brutal expropiación que la familia patriarcal hace de los deseos de sus integrantes. Y cuando digo “género” pienso también en las hijas y los hijos. Maltratados y abusados sexualmente durante siglos. Asesinados en absoluta impunidad. Hambreados y congelados a vivir sin ternura.
La propiedad de la familia es del Estado, continuador terrenal de la potestad celestial. La siniestra organización Tradición, Familia y Propiedad surge como una cruzada redentora para impedir, triturar, exterminar, cualquier intento de recuperar los deseos en la matriz familiar. La TFP propone entre otras delicias: la lucha ideológica contra la reforma agraria; el debate ideológico con los sectores progresistas de la iglesia católica; la denuncia de la «marxista» Teología de la Liberación y del progresismo europeo, lo mismo de otras «herejías»; el repudio a libros, películas y series televisivas que atentan, según la organización, contra los principios y valores morales cristianos.
La familia debe ser custodia de esos valores morales, o sea, profundamente reaccionarios. La propiedad privada que el Estado Tutelar ejerce sobre la familia, es especialmente feroz contra niñas, niños y mujeres. La ley de matrimonio, la ley de divorcio, la ley de matrimonio igualitario, todas fueron demonizadas por la Iglesia sostenida por el Estado. Que como dicen que somos todos, todos sostenemos el culto en el cual podemos o no creer, pero que nos obligan a obedecer. Sin siquiera saber que estamos siendo formateados y construidos por poderes que nunca miraremos a la cara.
La familia comunitaria, el trabajo como bien social, la crianza grupal, todas las formas que priorizan los deseos y desalojan los mandatos. No importa que haya niñas y niños que padecen varios intentos de adopción. Que las honestas familias de clase media, y media alta sólo busquen bebés rubios y blanquitos.
El terror del Estado Iglesia es que cambien las matrices educativas que decantan en subjetividades sometidas. Un Alberto Morlachetti, un Tato Iglesias, un Paulo Freire, un Enrique Pichon Riviere, son personajes malditos del pensamiento reaccionario. Los Galileo Galilei de la educación y la política.
La educación popular es autogestionaria, colectiva y libertaria. No germina lo popular en las tierras contaminadas de los sacramentos.
La tradicional propiedad de la familia debe ser subvertida. De lo contrario, habrá más leyes, pero habrá más, siempre más, penas y olvidos.
vía:
http://www.pelotadetrapo.org.ar/la-tradicional-propiedad-de-la-familia.html
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