Luis Hernández Navarro
Un joven maestro carga una enorme pancarta pintada en azul, rojo, negro y rosa. En ella sintetiza su desafío:
Con algunas variantes, el mismo cartel apareció en las calles de 23
estados durante las últimas dos semanas. También en los muros de algunas
escuelas. En él se resume el agravio que miles de maestros de todo el
país viven. Son profesionistas capacitados, responsables con su trabajo,
comprometidos con sus alumnos, dispuestos a ser evaluados, que han sido
ofendidos por una incruenta campaña de odio en su contra y por la
amenaza de ser despedidos o removidos. Se sienten humillados,
traicionados e intimidados.Peña. Tú y yo. Mismo día. Misma hora. Mismo lugar. Mismo examen. El que repruebe ¡se va!
Pero hay algo novedoso en esos carteles. Quienes los blanden y han salido a las calles en Durango, Nuevo León o el valle de México no son sólo maestros pertenecientes a la CNTE, sino profesores de base que se niegan a que se les asocie con sigla alguna. El control que los dirigentes del SNTE tenían sobre ellos ha comenzado a resquebrajarse súbita y aceleradamente.
Hasta hace poco tiempo, muchos de esos docentes rehuían salir a las calles o protestar públicamente. Más aún, un buen número lo consideraba impropio. Pero ahora han comenzado a hacerlo. Lo mismo marchan en días hábiles que en fin de semana, en horas de trabajo que al concluir sus labores. Hasta hace poco, suponían que las amenazas de la reforma educativa sobre su trabajo eran una invención de la disidencia. Pensaban que sus dirigentes los iban a proteger. Ahora han descubierto que no es así. Se saben en peligro.
Dirigentes del magisterio de la sección 36 y 17 del estado de México lo explicaron así a Laura Poy, periodista de este diario:
No somos unos cuantos los que nos oponemos. Aquí estamos los maestros de base más allá de militancias o siglas. Queremos que se nos escuche y que no se aplique una evaluación punitiva. No nos oponemos a ser examinados, pero esto no puede poner en riesgo nuestra fuente de empleo.
Sus mantas y pancartas desmienten lo que empresarios, funcionarios y comunicadores han dicho acerca de ellos. Son un grito solitario contra el ruido ensordecedor de la campaña de estigmatización que se ha echado a caminar en su contra. Son su particular forma de ejercer el derecho de réplica ante la negativa de los medios electrónicos a darles la palabra y la insensatez de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN).
Durante la movilización en Guadalajara del pasado viernes, un enorme rótulo explicaba respetuoso:
Señor gobernador: no estamos en contra de la evaluación, sino en contra de las formas que se quieren imponer en su proceso, así como de los derechos que se nos quieren quitar. Y que las plazas vacantes sólo las ocupen chambistas amigos y familiares de priístas cercanos a los directivos, como lo vienen haciendo. ¿Esta es la calidad de educación que quiere dar?
Otro letrero advertía:
Los maestros no rechazamos ser evaluados. No rechazamos ser capacitados. No rechazamos trabajar. Rechazamos ser tratados como delincuentes. Rechazamos la manipulación del gobierno. Rechazamos que los padres sigan pagando los gastos de las escuelas.
No es chisme que circule sin fundamento. Él mismo lo reconoció así el 23 de septiembre de 2013, durante una entrevista efectuada por Fernando del Collado en el programa Tragaluz.
¿Tiene título?, le preguntó Del Collado.
Sí, claro, respondió Juan Díaz.
¿Cédula profesional?, reviró el entrevistador.
No, pero sí título, contestó el dirigente del SNTE.
Una consulta efectuada el pasado 3 de julio a las cédulas profesionales en la página de la Dirección General de Profesiones, y otra al padrón de profesionistas del estado de Jalisco, realizada ayer, arrojaron que Díaz de la Torre no está registrado, a pesar de que su plaza está ubicada en ese estado. ¿Con qué autoridad puede hablar?
Las actuales movilizaciones no son flor de un día. Responden a causas profundas. La reforma educativa modificó drástica y negativamente, sin consulta a los maestros, el mundo de la enseñanza. El Estado rompió, unilateralmente, el pacto que desde hace décadas tenía con los maestros, basado en la estabilidad y la permanencia en el empleo. Trasladó a los profesores, sin gradualidad y sin argumentos, al reino de la inseguridad laboral. Institucionalizó su vigilancia perpetua. Ignoró considerar las condiciones reales en las que deben efectuar su trabajo.
El sistema educativo está convulsionado. El secretario de Educación, Emilio Chuayffet, ha confesado que está en entredicho la naturaleza de la relaciones patronales con el magisterio. La recentralización de la nómina educativa no ha podido completarse y es fuente de conflictos. La SCJN tiene aún pendiente la resolución de ocho controversias constitucionales contra las leyes de educación de igual número de estados.
Desde que el 25 de febrero de 2013 los profesores de Guerrero se fueron al paro indefinido en rechazo a la reforma educativa, las protestas magisteriales no han cesado un instante en el país. Han pasado más de dos años y cuatro meses desde entonces y no parece que vayan a disminuir. No hay precedente de una movilización de esta naturaleza. De ese calado el descontento que existe en el gremio. De esa magnitud es su desafío.
Pd. En los trabajadores de la educación democráticos hay mucho enojo. Sus integrantes han sido víctimas de todo tipo de ataques y ofensas. Pero esos agravios no justifican que ellos agredan a sus colegas. Este fin de semana, algunos docentes de Chiapas cortaron el cabello a aspirantes a maestros que querían presentar un examen de admisión. Esas prácticas son inadmisibles. Ofenden la dignidad no sólo de quienes las sufren, sino de quienes las cometen. Son absolutamente contraproducentes para el movimiento.
Twitter: @lhan55..
vía:
http://www.jornada.unam.mx/2015/07/07/opinion/019a2pol
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