“El amianto me caía en la boca, lo escupía y seguía trabajando”, relata
Francisco Padilla, de 52 años, expuesto durante gran parte de su vida
laboral a las fibras de este mineral letal que le produjo un cáncer y la
extirpación del pulmón izquierdo, la pleura y parte del diafragma.
Sentado en el sofá de su vivienda en la sureña ciudad española de
Málaga, Padilla cuenta a Tierramérica con los ojos aguados que siempre
ha cuidado su salud y no ha fumado.
Solía ir y venir en bicicleta
al taller en el que comenzó a trabajar a los 18 años hasta que en mayo
de 2014 le diagnosticaran un mesotelioma, un tumor muy agresivo ligado a
la exposición laboral al amianto, que obligó a una radical cirugía hace tres meses.
La utilización del amianto o asbesto,
un material incombustible de bajo coste y eficaz como aislante, se
prohibió en España en 2002, pero hasta entonces se usó de forma general
en los sectores de construcción, industria naval, siderurgia, automoción
y ferrocarriles, entre otros.
Ello llevó a sus trabajadores a padecer enfermedades como el mesotelioma, cáncer pulmonar y asbestosis, cuyos síntomas tardan en aflorar entre 20 y 40 años.
“Miles de personas han muerto, mueren y morirán a causa del amianto.
Es el gran desconocido y el gran silenciado”, aseveró a Tierramérica el
activista Francisco Puche, de la plataforma Málaga Amianto Cero.
Puche
cree que Europa debe establecer “un plan de desamiantado seguro”,
porque los riesgos subsisten a pesar de la prohibiciones.
El activista indica varios depósitos de agua hechos de fibrocemento (amianto
y cemento) en el tejado de un edificio de una céntrica plaza de Málaga,
mientras alerta de que este material constituye una “telaraña” sobre la
vida cotidiana de la gente.
Sigue presente en miles de kilómetros de tuberías de distribución de agua, edificios públicos y privados, depósitos, túneles, maquinaria, buques y trenes, aunque progresivamente el material es sustituido por otros.
Puche
alerta del peligro que implica el deterioro y la manipulación de las
instalaciones que contienen amianto, conocido en algunos países como
uralita, que se descompone en fibras microscópicas y rígidas que por
inhalación o ingestión se acumulan en el organismo.
El asbesto
está prohibido en 55 países, incluidos los 28 de la Unión Europea y
Argentina, Chile, Honduras y Uruguay, pero aún se siguen extrayendo en
el mundo más de dos millones de toneladas anuales, principalmente en
China, India, Rusia, Brasil y Kazajstán, según datos de la no
gubernamental Secretaría Internacional para la Prohibición del Amianto.
Cada año se producen en el mundo 107.000 muertes por cáncer
de pulmón, asbestosis y mesotelioma relacionadas con la exposición
laboral al amianto, según la Organización Mundial de la Salud.
El
organismo calcula que unos 125 millones de personas están en contacto
con este material en el lugar de trabajo y atribuye varios miles de
otras muertes anuales al contacto por vía indirecta en el hogar.
“El
problema del amianto muestra la verdadera cara de un sistema que solo
persigue ganar dinero”, aseveró Puche, crítico con el “gran negocio” de
poderosos lobbies ligados a la explotación del mineral y con la
“impunidad existente” ante la enfermedad y la muerte de trabajadores en
Europa y el mundo.
El millonario suizo Stephan Schmidheiny,
expresidente del Consejo de Administración de Eternit, una empresa
familiar que instaló plantas de asbesto
por todo el planeta durante el siglo XX, evitó el 19 de noviembre una
condena de 18 años y el pago de casi un millón de euros de
indemnizaciones a miles de víctimas, al decidir un tribunal italiano que
el delito había prescrito.
“El otro día supe que murió de
mesotelioma un compañero mío ya jubilado”, lamentó a Tierramérica el
presidente de la Asociación de Víctimas del Amianto de Málaga (Avida
Málaga), Jose Antonio Martínez.
Muchos trabajadores fallecen sin
que se les reconozca el carácter laboral de la enfermedad y se ven
privados de su derecho a pensión de invalidez e indemnización por daños y
perjuicios.
Anabel González, hija de Francisco, un trabajador de
la compañía ferroviaria estatal Renfe, fallecido en 2005 a los 55 años
por mesotelioma, contó a Tierramérica que tras una “larga lucha” junto a
su madre, “sin ninguna ayuda y muchas trabas” lograron una
indemnización.
“Más importante que el dinero es que se nos diera la razón”, aseguró, aunque fuera cinco años después de la muerte del padre.
En
España y otros países las víctimas se están agrupando en asociaciones
para dar información, apoyarse mutuamente y exigir justicia. Avida
Málaga surgió en junio de 2014, tiene casi 200 miembros y pertenece a la
española Federación de Asociaciones de Afectados por el Amianto.
Las
víctimas reivindican la creación de un fondo de compensación para los
damnificados, como los que existen en Bélgica y Francia, sufragado por
el Estado y las empresas, ya que estas se niegan en muchos casos a
asumir responsabilidades retroactivas.
Al haberse usado durante
décadas en más de 3.000 productos, fontaneros, electricistas, personal
de derribo de mantenimiento de edificios y técnicos de automóviles
pueden encontrar hoy amianto en sus trabajos y arriesgar su salud si no
toman las precauciones debidas.
Padilla, con un hijo de 29 años,
espera aún que le confirmen su pensión como enfermo laboral y va a
reclamar una indemnización. Según la ley, tiene un año para hacerlo
desde que en mayo de 2014 se le diagnosticó un mal que entra en una
lista de los que pueden contraerse en el trabajo.
Su empresa reconoció su cáncer
como enfermedad laboral sin tener que recurrir a los tribunales, un
caso pionero en España, donde hay enfermos que mueren sin obtener
justicia.
Tras la quimioterapia previa a su compleja operación,
Padilla se somete ahora a radioterapia, a la que le acompaña su esposa,
Pepi Reyes. El médico sugirió que ella se someta a pruebas médicas, ya
que durante años manipuló la ropa de trabajo de su esposo.
La Unión Europea advierte en un informe que hasta 2030 morirán medio millón de personas por mesotelioma y cáncer
de pulmón, producidos por la exposición laboral al mineral en los años
80 y 90. El estudio analiza la mortalidad en Alemania, Francia, Gran
Bretaña, Holanda, Italia y Suiza.
Francisco Báez, extrabajador del
grupo transnacional Uralita en la también sureña ciudad de Sevilla y
autor del libro “Amianto: un genocidio impune”, criticó a Tierramérica
el doble rasero de países que tienen proscrito el material y fuera de
sus fronteras “lo promocionan y tienen participación financiera en la
implantación y sostenimiento de industrias del sector”.
Padilla
abre una ventana de su casa y señala el tejado de enfrente de unos
almacenes, compuesto de placas onduladas de cemento y amianto. Después
muestra en su teléfono móvil una foto de la gran cicatriz que recorre su
costado izquierdo y afirma que se siente “afortunado” de estar vivo.
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IPS News
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