lunes, 13 de octubre de 2014

Perú: La dignidad nacional ... Gustavo Espinoza M.





En los años 70 del siglo pasado se celebraba en el Perú el Día de la Dignidad Nacional. Era una forma de conmemorar una jornada histórica: aquella en la que Juan Velasco Alvarado –en ese entonces Jefe del Gobierno Revolucionario de la Fuerza Armada y Presidente de la República- anunció al país: “las Fuerzas de la Primera Región Militar, haciéndose eco del clamor de la nación, están ingresando al Campo de Talara para tomar posesión de todo el complejo industrial que incluye la refinería; y con la más alta emoción patriótica hacen flamear el emblema nacional como expresión de nuestra indiscutida soberanía”.
Al tiempo que las palabras llegaban a los anhelantes oídos de los peruanos, las imágenes mostraban los carros de combate y a los soldados, desplazándose por instalaciones situadas de un territorio en el que antes flameaba, para escarnio de todos los peruanos, la bandera de las barras y estrellas, ajena al más elemental sentir de nuestra patria.
La recuperación de los yacimientos de La Brea y Pariñas y la nacionalización del petróleo había sido, en efecto, una demanda largamente sentida.
Militares patriotas, como el general César Pando Egúsquiza; políticos progresistas como Benavides Correa y Alfonso Montesinos; medios de comunicación como el diario “El Comercio” de entonces; habían enarbolado esa bandera levantada también por el Partido Comunista, la Federación de Estudiantes en su mejor época, y la Confederación General de Trabajadores del Perú, la CGTP, que aún lega gloriosas siglas a los trabajadores de hoy.
La nacionalización del petróleo, fue el inicio de un Proceso. Y marcó una dinámica que generó cambios que escaparon incluso al control de sus promotores originales. Marcó el enfrentamiento con el Imperialismo Norteamericano, y generó la dinámica de una historia que dejó huella en el suelo de la patria.
El gobierno de los Estados Unidos amenazó con aplicar enmiendas para cortar los lazos de nuestro comercio exterior. El Perú le contestó abriendo relaciones diplomáticas y comerciales con la Unión Soviética.
El gobierno norteamericano comenzó a conspirar a través de sus aparatos de inteligencia para desestabilizar al gobierno de entonces. El Perú expulsó al Jefe de la estación de la CIA en el Perú, William Chappers.
Estados Unidos amenazó con cortar la asistencia militar al Perú. Y el gobierno peruano expulsó a la Misión Militar de los Estados Unidos que operaba aquí.
El gobierno yanqui resolvió suspender la provisión de armas al Perú. Y la decisión peruana fue adquirir sus armas -a partir de entonces- en la Unión Soviética.
Los norteamericanos suspendieron el otorgamiento de visas a peruanos que deseaban visitar ese país. El gobierno peruano dispuso que los ciudadanos norteamericanos que quisieran venir al Perú, solicitaran Visa de Entrada -para su calificación- en las oficinas diplomáticas que teníamos en USA.
Era una por otra. Cada presión yanqui era respondida con un hálito de dignidad que recordaba a todos los peruanos que vivíamos un país libre, independiente y soberano.
Cuando los cipayos del Imperio protestaron por ello y dijeron que habíamos renunciado al “modelo occidental y cristiano” y “abandonado nuestra tradicional amistad con los Estados Unidos”, el gobierno les quitó los medios de comunicación y se los entregó a distintos segmentos de la vida nacional, secularmente acallados: los campesinos, los trabajadores, los colegios profesionales.
Eso fue ya, en 1974, cuando la dignidad nacional brilló al tope. y asomó con descaro la desvergûenza de la clase dominante que, en un arranque de furia descontrolada quemó en una pira los símbolos patrios y el Pabellón Nacional.
Años más tarde, bajo los gobiernos reaccionarios que se sucedieron en este siglo, y cuando la indignidad retornó por sus fueros; fue colocada “una placa” en las cercanías del Parque Kennedy, en “homenaje” a los traidores que consumaron allí ese vil latrocinio.
Ya entonces se había archivado la idea de conmemorar el Día de la Dignidad Nacional, y la fecha había pasado olvidada por los calendarios oficiales.
Se pensaba que ahora, con el discurso nacionalista del Presidente Humala, sería posible -por lo menos- retornar a las prácticas de antes y evocar las luchas de nuestro pueblo en defensa de la soberanía y la integridad nacional.
Pero así, no ocurre. Para escarnio de los peruanos, unidades militares del Ejército de los Estados Unidos de Norteamérica hicieron una “demostración de su vistosidad” ante los ojos del Jefe del Estado en un desfile en homenaje a la Marina de Guerra del Perú.
Pareciera que esa fue la resaca de la “Alianza del Pacífico” y la expresión de una creciente simpatía por Washington, que lleva a las autoridades militares y civiles a recibir, con altos honores, dos y tres veces al año, al Jefe del Comando Sur de los Estados Unidos, en visita “de protocolo” a nuestro país; y aceptar con servil complacencia la presencia de Misiones Militares Norteamericanas, y la instalación y actividades de Bases en el Alto Huallaga.
Hoy, la dignidad nacional -pareciera- sirve a algunos, para trapear el piso por el que se deslizan los poderosos. Y eso, es malo. Pero lo que se viene, será peor.
Para el 2016 la Mafia ya tiene sus planes listos. Recientemente logró imponer, con el respaldo activo de Alan García y el apoyo de Keiko, a Luis Castañeda en el Municipio de Lima. En los comicios que se avecinan, “el Mudo” pagara el servicio jugándose entero por García, que será la carta favorita del Imperio.
Para dar forma a su oferta, lo que necesita ahora es “crear el clima”, generar el desconcierto y confirmar la insolvencia de las autoridades actuales, que no atinan a resolver los “problemas de fondo” que agobian a los peruanos.
Por lo pronto tienen que “mover gente”, protestar por lo que fuera: un presunto “fraude electoral” en los lugares en los que no ganó el APRA, ni la Mafia -los balnearios del sur, por ejemplo; o Trujillo-; la subsistencia del “Corredor azul” en la capital; la ausencia de atención hospitalaria -los médicos levantaron su huelga 150 días después; y otras ocurrencias.
A partir de allí, generar la idea del “desgobierno”. Y deslizar el mensaje: aquí lo que se necesita, es orden. Y la experiencia, es orden. Castañeda y García, garantizan eso. El primero, tres veces alcalde de Lima y el segundo tres veces Presidente. Son, sin duda, una imbatible carta: “la experiencia” para hacer frente “al drama nacional”.
¿Será eso inevitable? Por cierto, no. Nada, en política, es inevitable. Pero hacer frente a esa amenaza obliga a trabajar mucho, y ganar a millones de personas.
Algunos buscan personas, nombres, caudillos, como antes se buscaba al “salvador de la patria”. Pero ese, no es el camino. El camino -nunca nos cansaremos de repetirlo- es la unidad, la organización, la conciencia y la lucha. Y eso, no lo hacen las personas de modo individual. Es el resultado de la acción de muchos, o de todos.
El movimiento popular puede revertir este momento y recuperar la dignidad perdida. Pero eso, a condición que obre con audacia y con inteligencia. Y que pase por encima de prejuicios y mezquindades. La dignidad nacional debe afirmar valores, y construir camino.
Bases para tener éxito en la tarea, existen. No podría ser de otra manera en la patria de tan sublimes luchadores, como Tupac Amaru o Micaela Bastidas.
La tarea, está planteada. La dignidad no ha muerto, y no puede seguir aletargada. Hay que actuar.
Gustavo Espinoza M. Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera

vía:
 http://www.rebelion.org/noticia.php?id=190702

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