Somos
un país con la patria arrebatada, enclaustrada por una camarilla de
políticos y grandes empresarios que se benefician a costa de nuestras
carencias. Afirmar esto un 11 de julio es aún más gráfico, cuando
recordamos que aquel día en 1971, hubo la posibilidad real de todo un
pueblo de empezar a recuperar soberanía, futuro y dignidad a través de
la nacionalización del cobre, el cual hoy sólo beneficia a un puñado de
inescrupulosos.
La historia es conocida. Instalación del neoliberalismo a través de una
de las dictaduras más cruentas, aprobación del Código Minero y la Ley
de Concesiones, las cuales dan inicio a la privatización de la
industria cuprífera. Impulso de la privatización de las empresas del
cobre por los gobiernos concertacionistas. Condena a Codelco a malas
gestiones, ventas fraudulentas y pérdidas de activos. Negociados
tributarios para que las grandes mineras evadan impuestos y sigan
impulsando una extracción desproporcionada e irracional de tan valioso
bien natural.
¿Sabía usted que con las ganancias de las empresas privadas del cobre
podríamos haber cambiado la matriz energética de Chile por una
sustentable? ¿Haber construido un modelo robusto de garantías de
derechos sociales básicos como la educación, vivienda y salud, y junto
con ello modificar el sistema de extracción, invirtiendo en una
industria que nos permita dejar de ser meros provedores de comodities?
Podríamos haber hecho tantas cosas.
Pero no. A cambio, los más ricos de Chile y el extranjero tienen cada
vez más dinero -y a destajo-, mientras imponen en el debate nacional
que no existen recursos para garantizar educación gratuita.
Una reforma tributaria impulsada por Michelle Bachelet, que vendría a
cambiar la estructura impositiva de nuestro país, no toca en nada la
industria cuprífera cuando es supuestamente el cobre el “sueldo de
Chile”. ¿Será porque los Lukcsic son los empresarios con mayor presencia
en el cobre y además dueños del Banco de Chile, que aportó importantes
sumas de dinero a la campaña de la actual presidenta?
El robo y la farsa parecieran no tener límites.
Pero para ejecutarlo, han debido ocultar sus acciones y difundir un
sinnúmero de dichos que han buscado instalarse en el sentido común de
la población. Que el Estado es incapaz de administrar la industria del
cobre, que no podemos vivir sin inversión extranjera en la minería, que
si no son ellos no es ninguno, y que a fin de cuentas, de todos modos
nos aportan fuentes laborales.
Todas mentiras. Mentiras refutables con datos objetivos que no logran abrirse paso entre la propaganda de El Mercurio y La Tercera, bastiones de los intereses de los Luksic y de las grandes empresas extranjeras del cobre.
No obstante, el año recién pasado, la encuesta CEP sorprendió cuando
mostró que el 83% de la población está de acuerdo con la
nacionalización del cobre. La fuerza de los poderes fácticos ha logrado
controlar la industria cuprífera pero no el sentir de una población que
se sabe robada.
Es que no hay forma de argumentar en favor de vender la patria.
¿Qué es patria sino la soberanía de un pueblo sobre su territorio y capacidad de decisión sobre su destino?
Los que no han tenido pudor en vender Chile, no tendrán nunca las
agallas para recuperar nuestra patria y en ella el metal rojo. El
pueblo chileno sí las tiene, y somos mayoría.
Carla Amtmann
(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 808, 11 de julio, 2014)
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