La derecha no veía una debacle política así desde hace medio siglo.
Al igual que entonces su derrota electoral es signo de algo más grave.
Antes marcó el ocaso de los latifundistas. Hoy parece suceder algo
parecido con sus hijos. La generación postrera de la vieja oligarquía.
Por mano ajena digitada desde el extranjero, recobraron la hegemonía
que habían perdido sus antepasados. Éstos la habían ganado y sostenido
durante cuatro siglos con relativa legitimidad. Sin excluir la
violencia, utilizaron medios políticos la mayor parte del tiempo. Los
“Hijos de Pinochet” la ejercieron apenas cuatro décadas, mediante el
terror y sus cicatrices. Así suele ser el graznido final de lo que tiene
que morir y no se aviene a hacerlo con dignidad.
Todo se precipitó en lo que la candidatura de derecha denominó su
“Septiembre Negro”. Durante semanas los chilenos se recogieron cada
noche frente a sus televisores, a revivir en silencio su trágica y
espléndida memoria. Ésta desbordó todos los diques en lo que fue el
equivalente ideal de una gigantesca protesta nacional. Un par de años
antes, levantado por la levadura de los estudiantes y convocado al
mediodía por una muchacha luminosa, el pueblo había salido una noche de a
millones a golpear sus cacerolas. Entre muchos otras señales que el
actual estado de cosas no lo aguanta más.
Así son los chilenos. Muy pacientes y bien enterados, a cada década
pierden la paciencia. De este modo a lo largo de un siglo, han venido
impulsando al Estado a realizar los progresos que han transformado el
país de arriba abajo. Ahora lo empujan a completar la reconstrucción de
lo destruido, por el violento maremoto reaccionario que se abalanzó
sobre sus costas hace cuarenta años. Un latigazo vengativo generado en
la superficie, por el terremoto de avances irreversibles que acababa de
ocurrir en las profundidades tectónicas de la sociedad.
Mal le fue a la derecha en las elecciones. Perdió 625 mil votos y un
sexto de sus parlamentarios. A pesar del binominal, no alcanzó los
quórums que le habían venido otorgando derecho a veto en toda materia
importante. Tras el desgaje de sus partidos, puede perder incluso los
que necesita para impedir el cambio de la constitución.
Sus campeoncitos llevados de la mano por los poderes fácticos,
mostraron sus pies de barro. Por primera vez en sus vidas puestos ante
un trance complicado, uno se desplomó por tramposo, otro por desórdenes
mentales y la grosera y arrogante hija mimada de un general golpista,
sencillamente porque nadie la quiere. También las vio negras otro más
aperrado que no puede con su carácter.
Tras la derrota, la derecha ha recordado su desastre de 1965, cuando
quedó reducida a menos de un séptimo del parlamento. El mismo que en
medio de una ola de agitación popular que culminó en una revolución
hecha y derecha, aprobó la ley de reforma agraria que liquidó el viejo
latifundio y la nacionalización de las empresas yanquis que explotaban
el cobre. Ni Pinochet logró revertir estas medidas que constituyen la
verdadera base de la modernización de Chile.
Ningún joven de entonces quería ser “momio”. Eran tan impresentables
como los pinochetistas de hoy. Algunos hijos de la elite abrazaron
derechamente la causa progresista que seducía a la abrumadora mayoría
del país.
Otros se volvieron revolucionarios de ultraderecha. No hicieron asco
de la lucha callejera insurreccional, el terrorismo y el asesinato
político.
Rompieron radicalmente con las convicciones de los “momios”, que por lo
general eran republicanas y democráticas en lo político y más bien
desarrollistas en lo económico. Las reemplazaron por el autoritarismo
político teñido de integrismo religioso y neoliberalismo económico.
La mayoría siguió siendo “momio” en su fuero interno, pero como no
era buena onda se agazaparon. Cuando las cosas se pusieron color de
hormiga, casi todos fueron opositores al gobierno de la Unidad Popular y
avivaron el golpe más o menos activamente. La mayoría apoyó al régimen
de Pinochet hasta el final y votaron “Si” en el plebiscito del año 1988.
Muchos lo siguen añorando para callado.
Una contrarrevolución es lo peor que le puede pasar a una sociedad, a
excepción quizás de una invasión militar. Tras el golpe de Pinochet
quedaron en la retina del mundo toda suerte de atrocidades. Más difícil
de registrar, fue el violento tsunami reaccionario que arrasó todos los
espacios. Sueños y esperanzas de “los de abajo”, aplastados por el odio y
ansia de revancha de “los de arriba” que por un momento temieron
perderlo todo. En un sólo día, los chilenos pasaron a ser un pueblo de
vencidos.
En esa atmósfera envenenada se hicieron adultos los “Hijos de
Pinochet”. Se acomodaron de lo más bien. Borrachos del champagne que
descorcharon su padre s al mediodía del 11 de septiembre del año 1973,
corrieron a incorporarse como reservistas a las fuerzas armadas. Algunos
torturaron a parientes detenidos en el Estadio Nacional.
Esa misma noche condujeron en sus camionetas a los pacos y milicos de
cada pueblo, “poroteando” campesinos partidarios de la reforma agraria,
cuyos cadáveres acribillados ayudaron a lanzar a hornos de cal. Sus
víctimas de esos días suman más de la mitad de los detenidos
desaparecidos y ejecutados por la dictadura.Desmantelaron los servicios
públicos, empezando por la educación. Tras intervenirla y hacerla
pedazos intentaron privatizarla. La matrícula total, incluyendo el
sistema público y el privado en todos los niveles, se ha contraído desde
un tercio de la población total antes del golpe, a sólo un cuarto de la
actual. Las familias deben pagar ahora más de la mitad de la cuenta y
la calidad deja mucho que desear.
Se apoderaron nuevamente de los recursos naturales para vivir de su renta.
Como sus antepasados lo habían venido haciendo por siglos. En nombre de
la sacrosanta propiedad saquearon la del Estado. Cual “Pirañas”,
empezaron por
las industrias, bancos y comercios nacionalizados por el gobierno del
Presidente Allende y terminaron con las grandes empresas creadas a lo
largo de medio siglo de desarrollismo Estatal. Sin descuidar, por
cierto, la tierra, el subsuelo y el agua.
Ese es el origen principal de todas las “grandes fortunas” chilenas
actuales. Asimismo, del carácter rentista de los “Hijos de Pinochet”.
Son auténticos jeques sin turbante, que comparten el botín con otros
como ellos venidos desde fuera. Un puñado de grandes corporaciones
rentistas, “buscadores de tesoros” como los llama el diario Financial
Times, se han adueñado de todo Chile.Han deformado la economía, que vive
de la veleidosa renta de los recursos naturales. Han desmantelado buena
parte de la industria donde el trabajo agrega valor en la producción
para el mercado de bienes y servicios, que es la fuente exclusiva de la
moderna riqueza de las naciones. Esa es la causa principal de la
precariedad del empleo, la debilidad de los sindicatos, la mala
distribución del ingreso, la vulnerabilidad a los precios de materias
primas y el aislamiento de la gran tarea de construcción de una América
Latina integrada. Todo eso es lo que el país está hoy empeñado en
corregir. La abrumadora mayoría está convencida de ello y crecientemente
dispuesta a movilizarse para lograrlo.
Los partidos políticos progresistas han dado muestra una vez más de la
flexibilidad que les ha permitido formar coaliciones que han logrado
recoger las demandas de cada momento, con sólo dos excepciones en un
siglo, la segunda de trágicas consecuencias.
Los “Hijos de Pinochet” ya no pueden continuar ejerciendo una
hegemonía que desde el golpe no está basada en la razón sino en la
fuerza. En el terrorismo de Estado primero y más tarde en una
constitución tramposa, que el pueblo sólo ha tolerado por el deseo de
evitarse enfrentamientos como los de los años 1980. Hasta ahora.
Siempre ocurre de esta forma. Como enseña la ciencia política
clásica, las elites siempre ejercen su hegemonía principalmente por
consenso basado en su capacidad de dirigir la producción, sin excluir el
uso esporádico de su monopolio de la violencia. Sólo aquellas que viven
su ocaso se apoyan principalmente en esta última, pero no hay pueblo
que lo aguante por mucho tiempo.
Así por ejemplo, la elite de Afrikaners blancos sudafricanos, que
comparten con la oligarquía chilena su origen en colonos pobres
arribados el siglo XVI, recién en 1948 implantó las infames leyes del
Apartheid. Fue su intento postrero de mantener por la fuerza la
hegemonía que ya no podían basar principalmente en el consenso, como
habían venido haciendo durante siglos.
Les duró poco. Se vieron forzados a aceptar que la abrumadora mayoría
no blanca de una población ya urbanizada asumiera la conducción del
Estado y penetrase crecientemente a la propia elite económica y social,
transformándola gradualmente a su imagen y semejanza.
Está ocurriendo en Chile. La democratización del Estado y
renacionalización de los recursos naturales es lo esencial para
lograrlo. En el ocaso de los “Hijos de Pinochet”.
-Basado en el ensayo: De Generaciones. El ocaso de los “Hijos de Pinochet”.
Fuente: http://publicaciones.manuelriesco.cl/2014/02/de-generaciones.html
Escrito por el autor para la revista New Left Review, Londres
vía:
http://piensachile.com/2014/03/el-ocaso-de-los-hijos-de-pinochet/
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