Hace seis años que no pago el impuesto de
empadronamiento. Me apresaron una vez por eso, por una noche. Y mientras
meditaba sobre el grosor de los muros de piedra, de dos o tres pies de
ancho, de la puerta de madera y hierro de un pie de espesor, y de las rejas
de hierro por las que se colaba la luz, no pude evitar aterrarme de la
tontería de aquella institución que me trataba como si yo
no fuera más sino carne, sangre y huesos que encerrar. Concluí
finalmente que ésta era la mayor utilidad que el Estado podía
sacar de mí y que nunca pensó en beneficiarse de alguna manera
con mis servicios. Pensé que si había un muro de piedra entre
mis conciudadanos y yo, había uno mucho más difícil
de trepar o atravesar antes de que ellos pudieran llegar a ser tan libres
como yo. Nunca me sentí encerrado, y los muros semejaban un gran
desperdicio de piedra y argamasa. Sentí que yo era el único
de mis conciudadanos que había pagado el impuesto. Ciertamente no
sabían cómo tratarme; pero se comportaban como tipos maleducados.
En cada amenaza y en cada lisonja se pifiaban, porque creían que
lo que yo más quería era estar del otro lado del muro. Yo
no podía sino sonreír de ver con qué laboriosidad
cerraban la puerta a mis meditaciones, lo que los dejaba de nuevo sin oposición
ni obstáculo, y esas meditaciones eran realmente lo único
peligroso que allí había. Como no me podían atrapar,
resolvieron castigar mi cuerpo, como niños, que si no pueden llegar
a la persona a la que tienen tirria, le maltratan el perro. Observé
que el Estado era ingenioso sólo a medias, que era tímido.
Como una viuda en medio de su platería, y que no diferenciaba sus
amigos de sus enemigos, y así perdí lo que me quedaba de
respeto por él y le tuve lástima.
El Estado, pues, nunca confronta a conciencia la razón
de una persona, intelectual o moralmente, sino sólo su cuerpo, sus
sentidos. No está equipado con un ingenio superior o una honestidad
superior, sino con fuerza superior. Yo no nací para ser forzado.
Respiro a mi manera. Ya veremos quien es el más fuerte. ¿Qué
fuerza tiene una multitud? Sólo me pueden forzar los que obedecen
una ley más alta que yo. Quieren forzarme a que me vuelva como ellos.
No escucho a quienes han sido forzados por las masas a vivir así
o asá. ¿Qué vida es ésa? Cuando un gobierno
me dice, “la bolsa o la vida”, por qué tengo que correr a darle
mi plata? Pueden estar en apuros y no saber qué hacer: lo siento
mucho. Ellos verán qué hacen. Que hagan como yo. No vale
la pena lloriquear por eso. Yo no soy responsable de que la maquinaria
de la sociedad funcione. No soy hijo del ingeniero. Sólo veo que
cuando una bellota y una castaña caen juntas, la una no se queda
inerte para hacerle campo a la otra, ambas obedecen sus propias leyes y
germinan y crecen y florecen lo mejor que pueden, hasta que una, quizás,
eclipsa y destruye a la otra. Si una planta no puede vivir de acuerdo a
la naturaleza, se muere; lo mismo el hombre.
Traducido por Hernando Jiménez de la copia en inglés
realizada por Sameer Parekh – zana@ddsw1.MCS.COM – 1-12-91
hernandojimenez@sky.net.co
[PDF]
www.inter-accions.org/.../del-deber-de-la-desobediencia-civil-henry-davi...
por HD Thoureau
thoreau.eserver.org/spanishcivil.html
http://thoreau.eserver.org/spanishcivil.html | |
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