(APe).-
Rodeada de alarmas, rejas y pitbulls, con gesto uniformado y mirada
severa, la política decreta en días de campaña que la inseguridad es el
problema favorito de “la gente”. Visten sus discursos de rigor, prometen
mareas policiales (dispuestas al gatillo ligero), vigilancia panóptica,
penas durísimas, cárceles inviolables, justicia impiadosa. Para que
todos suspiren alivio, abracen sus bienes y encierren sus males en el
patio de atrás. Para que haya castigo ejemplar, linchamiento
institucional y denigración en cautiverio. Pero una vez que el delito
fue. Nunca pre-ver la construcción del delincuente. Nunca reformular las
vidas. Nunca torcer el germen de la violencia. Nunca transformar el
nido donde se la acuna.
Un 11,7% de los hogares argentinos sufre de
“inseguridad alimentaria”: la ración de alimentos reducida
obligadamente con serio peligro de sufrir hambre. La inseguridad
alimentaria severa es un estado que abarca a un 5% de hogares y que
implica la reducción de alimentos con consecuencias directas de hambre.
En los hogares con niños el porcentaje trepa hasta el 8,1% (Barómetro de
la Deuda Social Argentina 2013– Universidad Católica). El acecho del
hambre (que no es lo mismo que una entradera) trepa casi al 25 por
ciento de los hogares de las barriadas más populares. Y es hambre
concreto (que apunta a la nuca y al estómago y es vejatorio y feroz) en
el 10 por ciento de las casitas más pobres de los confines.
Contra esta inseguridad (la de aquellos que
no tienen bienes que abrazar y con los males comparten cama y fideos)
no hay spots ni proyectos de leyes ni penas severas ni cámaras de
vigilancia ni discursos encendidos.
Algunas inseguridades pagan más que otras.
Sergio Massa se quita el saco y se
arremanga amenazando con “pelear” contra la inseguridad en un video de
campaña. También se quitó la sonrisa y se puso el rigor. A la vez, fletó
siete proyectos ad hoc.
Entre ellos para que sea obligatoria una
cámara cada mil personas. Para que el ojo del amo sea voyeur de la
libertad ajena. O para engordar el negocio de los propietarios de la
videovigilancia.
Entre ellos, para endurecer penas. A
narcotraficantes, por ejemplo. Si es que alguna vez va preso alguno, por
gracia de dios o del poder que un día ilusorio decide dejar de ser
cómplice. Y de cortar los hilos por la delgadez del pibe que consume y
se consume en una esquina. O del minidealer que fue pibe ayer y se
convirtió en proveedor para subsistir.
Porque el 85,5 % de los habitantes del país
tiene miedo (ODS – UCA) y no del hambre propia y no del hambre de los
otros. No el miedo colectivo que reacciona colectivamente. Tiene el
miedo puesto sobre la piel por la sangre y la muerte difundida en serie
-veinticuatro horas-, tiene el miedo puesto sobre la frente por los
discursos que le avisan que el afuera mata y que el otro mata. Y que es
mejor quedarse en casa, en sillón individual y paredón feroz con alambre
concertina.
Inseguros los niños de Lugano, muertos de
frío y fuego en una casilla, solos. Insegura la bebe de siete meses que
no sobrevivió a la helada catamarqueña porque el amanecer congelado se
colaba por ranuras y ventanas. Inseguros los pibes que se niegan a
trabajar para la bonaerense y desaparecen o terminan muertos en el
zanjón del anonimato. Inseguros los pibes que se convierten en mano de
obra del horror porque antes no fueron visibles para nadie. Inseguros
los pueblos amenazados por el cianuro, el glifosato, el fracking y el
suelo que se mueve a sus pies. Inseguros los pibes extirpados de
porvenir y de esperanza. Que fuman y aspiran puñales y venenos.
Para ellos no hay leyes nuevas ni penas severísimas ni discursos que metan miedo ni políticas públicas.
Algunas inseguridades son más inseguras que otras.
Será por eso que 3 de cada diez no esperan
que votar les cambie nada en la vida. Será por eso que no creen, esos 3,
que votar transforme.
Y el escepticismo sube cuando el que
pregunta se anima a los barrios de los confines. Donde votar nunca les
cambió el desasosiego ni el olvido. Donde sólo los quieren para clientes
que se descartan. Donde manda el puntero, la gendarmería en la frontera
del bien y el mal y el plan para disciplinar rebeldes. Pero nada cambia
nunca.
La vida sola y exonerada de la fiesta es
siempre la misma. Picada de inseguridades sin candidatos que peleen por
ellas. Ni proyectos de ley que endurezcan las penas para los
propagadores del hambre. Ni para los replicantes de la desgracia.
Vía:
http://www.pelotadetrapo.org.ar/agencia/index.php?option=com_content&view=article&id=7885:silvana-melo&catid=35:noticia-del-dia&Itemid=106
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