Por: Rogelio Cedeño Castro
Colaborador de Amauta
Los actores colectivos en la vida social y política, muchas veces a
semejanza de los individuos, poseen un rico imaginario acerca de lo que
presuntamente son, como la expresión de algo muy preciado que procuran
–por así decirlo- vendérselo al conjunto de toda la sociedad, ya sea
hacia el interior de un estado nacional o de una región entera, como el
istmo centroamericano, por no decir a toda un área continental. A lo
largo de las últimas décadas hemos visto una serie de mudanzas de
fachada, en el orden de lo político y lo social, donde las viejas
fuerzas de la derecha regional, especialmente en nuestros países que
forman la América Central, continúan estando convencidas, desde los
centros de poder imperial y sus viejos Thinks Tanks, republicanos o
demócratas, acerca del nunca concretado final de la historia y del
presunto triunfo definitivo del neoliberalismo/ neoconservadurismo,
apostando a que su régimen político-social y las diferentes formas que
adopta son las únicas posibles y solo ellas están dotadas de una
racionalidad, de la que carecen sus adversarios a quienes descalifican,
de la manera más despiadada posible, a pesar de que los hechos siempre
tercos parecen demostrar otra cosa.
Su lógica totalitaria, cerrada y por ende elitista defiende la
concentración del poder político y económico y resulta ajena a toda
manifestación o concreción de una democracia real y efectiva, a la que
sus corifeos califican despectivamente como populismo. Sin embargo, a
pesar de todo esto, los ideólogos de la derecha en todos nuestros países
continúan diciendo que ellos encarnan la democracia, y a la usanza de
los tiempos de la recién pasada guerra fría, califican de totalitarios o
trasnochados a quienes se enfrentan a sus dogmas, falsos de toda
falsedad y rechazan por inhumanas sus políticas económicas y sociales,
las que ya han causado millones de víctimas en todo el planeta,
destruyendo el tejido social y la institucionalidad en muchos de
nuestros países. Quienes encarnan, a lo largo y lo ancho de América
Latina las políticas y los dogmas totalitarios del neoliberalismo (por
darle algún nombre) se rehúsan a asumir ese ropaje propio de los viejos y
los nuevos fascistas, de manera abierta, aunque los hechos demuestren
lo contrario, no sólo en Honduras y en Paraguay, unos desdichados países
donde acudieron a la fórmula del golpe de estado para detener, por la
vía del uso extremado de la violencia, que incluye el exterminio de los
dirigentes de las organizaciones populares, las demandas y aspiraciones
democráticas de grandes poblaciones excluidas, desde tiempos seculares,
del acceso a condiciones de vida compatibles con la dignidad del ser
humano y de la formulación de las políticas esenciales en el orden de lo
económico y lo social, tal y como corresponde a sociedades que son
democráticas de verdad.
En un país como Costa Rica, en donde desde hace mucho tiempo no hay
verdaderos partidos políticos, sino maquinarias clientelares (partidos
taxi o atrápalo todo, pero sobre todo, agrupamientos ocasionales
formados por bandadas de individuos sin propuestas de país, ni
coherencia ideológica alguna como los ha venido calificando, con gran
acierto, el maestro José Luis Vega Carballo), destinadas al asalto de la
administración pública, para emplearla como plataforma para sus
negocios particulares, resulta un ejercicio vano y peligroso seguir
hablando de democracia, una palabra que resulta vacía frente a la
abrumadora realidad. Todo esto dentro de un escenario, donde la
ausencia de ciudadanía y ciudadanos, tal y como ha venido reiterando
Helio Gallardo, desde hace ya bastante tiempo, en sus artículos y
columnas que publica en el Semanario Universidad, nos lleva a pensar que
resulta un desvarío seguir pensando que vivimos en una sociedad
democrática, de verdad, cuando los mecanismos del régimen imperante
resultan inamovibles, a semejanza de las normas pétreas que impiden
transformar la constitución política del estado-nación de Honduras,
concebido para mantener incólume el poder de las viejas oligarquías
regionales.
Antes de pensar en votar y en partidos políticos, dignos de ese
nombre, en un país como Costa Rica, donde como hemos venido afirmando,
estas instancias parecen no existir con algunas excepciones, entre
quienes intentan enfrentarse al régimen, habría que preguntarse si es
posible la elección de un mandatario(a) de verdad demócrata y si le
resultaría posible decirle no a los dogmas neoliberales cuya inamovible
ejecución, en el campo de la política social y económica, se encuentra
-por así decirlo- empotrada en algunos enclaves de la administración
pública y hacendaria, cuya dirección política no es de competencia real
del presidente de la república, sino que responde a sectores económicos y
posturas ideológicas, ajenas a los reales intereses de la gran mayoría
de la población. ¿Será posible acaso que un nuevo presidente(a) de la
república, desafecto al régimen imperante, tenga la posibilidad de
nombrar al presidente del Banco Central, a los ministros de Hacienda,
Economía y Comercio Exterior dejando por fuera los intereses foráneos
allí enquistados, para destruir las institucionalidad del país? ¿Será
posible que de verdad tengamos un estado laico y que el criterio de la
confesionalidad católica deje de ser decisivo en la escogencia del
ministro de educación? Es a partir de la respuesta efectiva a estas
preguntas que podríamos empezar a hablar de algunas manifestaciones
democráticas dentro de una cultura política institucional, como la de
Costa Rica, que está muy lejos de serlo.
No nos engañemos más, la derecha latinoamericana es antidemocrática y
totalitaria y su militancia está llena de un odio, ya no sólo de clase,
sino de casta, como lo ha demostrado la actitud de los seguidores del
candidato presidencial de la derecha venezolana, Henrique Capriles
Randoski, quienes en la noche del pasado 15 de abril, cuando conocieron
su derrota electoral, que aun no han sido capaces de reconocer, frente
al candidato chavista Nicolás Maduro, cosa que no hicieron sino que, por
lo contrario, asesinaron a 11 militantes del chavista Partido
Socialista Unificado de Venezuela(PSUV), al desatar una oleada de
violencia callejera contra las sedes de esa organización política, a lo
largo y a lo ancho de la geografía venezolana, durante varios días.
Empezar a llamar las cosas por su nombre puede constituirse no sólo
en un buen ejercicio retórico, sino en el comienzo del abandono de la
mentira para ubicarnos en el sano acercamiento a la realidad, tal y como
lo planteaba José Figueres Ferrer allá por 1943, cuando habló de las
palabras gastadas en un conocido libro que lleva ese título, las que
terminaron por volverse trágicas cuando resulta obligado, en este cambio
de siglo, hablar de la derecha vergonzante en que se convirtió el
partido político fundado por el propio Figueres, en el ahora lejano año
de 1951, bajo presupuestos ideológicos esencialmente diferentes a los de
los aventureros y políticos de ocasión, que terminaron tomándolo por
asalto, para actuar sólo en su propio beneficio.
Rogelio Cedeño Castro es sociólogo y catedrático de la UNA
Vía:
http://revista-amauta.org/2013/07/de-palabras-ya-gastadas-y-de-la-derecha-totalitaria/
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