(APe).-
Treinta diputados declararon la independencia el 9 de julio de 1816, en
la casa de Francisca Bazán de Laguna. Fue un proclama chueca,
doblemente mutilada. No estaban todas las provincias argentinas y
solamente mencionaba la separación de España.
“Nos, los representantes de las Provincias
Unidas en Sud América, reunidos en congreso general, invocando al Eterno
que preside el universo, en nombre y por la autoridad de los pueblos
que representamos, protextando al Cielo, a las naciones y hombres todos
del globo la justicia que regla nuestros votos: declaramos solemnemente a
la faz de la tierra, que es voluntad unánime e indubitable de estas
Provincias romper los violentos vínculos que los ligaban a los reyes de
España, recuperar los derechos de que fueron despojados, e investirse
del alto carácter de una nación libre e independiente del rey Fernando
séptimo, sus sucesores y metrópoli”, apuntaba el texto.
Había un sueño colectivo que venía desde
hace tiempo: Provincias Unidas en Sud América. Origen y destino. Un solo
país con capital en Cuzco. Por aquello que sangraron los cientos de
miles que habían seguido a Tupac Amaru en 1780. El mandato profundo que
entendieron Artigas, Belgrano, Güemes y San Martín y que, por lo tanto,
los convirtió en líderes populares.
El 19 de julio, en sesión secreta, el
diputado Medrano hizo aprobar una modificación a la fórmula del
juramento, agregando después de “independiente del rey Fernando VII, sus
sucesores y metrópoli”, la frase: “y de toda otra dominación
extranjera.” Allí se completaba la idea surgida en los campos de batalla
del continente. Ser independientes “de toda otra dominación
extranjera”.
Santa Fe, Entre Ríos, gran parte de
Córdoba, Corrientes, Misiones, la Banda Oriental y distintas campañas de
Buenos Aires ya habían declarado la independencia un año antes, en el
llamado Congreso de los Pueblos Libres, el 29 de junio de 1815, en
Arroyo de la China, hoy Concepción del Uruguay, Entre Ríos, bajo el
liderazgo de José Gervasio Artigas. Esa declaración suponía la igualdad
de todos los habitantes de estos arrabales del mundo, la distribución de
tierras y la elección y remoción de funcionarios de los tres poderes
por medio de asambleas populares.
No es casual que las actas secretas del
Congreso de Tucumán decidieran acompañar la invasión portuguesa a la
Banda Oriental para terminar con Artigas. Buenos Aires y las clases
dominantes de cada provincia querían manejar los negocios que antes
estaban en manos de los españoles pero no querían saber nada con aquello
de la igualdad. Por eso Artigas terminaría en exilio junto a San
Martín, Belgrano muriendo en la pobreza y Güemes asesinado a traición
por la oligarquía salteña. Por eso Belgrano fue juzgado y amonestado por
haber nombrado de manera pública la palabra independencia cuando
bautizó a una de las baterías ante las cuales inventaría la bandera como
símbolo de esperanza para los desesperados que lo seguían.
La declaración del 1816 no tenía nada que
ver con el proyecto artiguista ni tampoco con la idea de Belgrano. Tres
independencias en menos de seis años a partir de la revolución de 1810.
Después vino otra: la llamada independencia económica que trajo la
constitución de 1949 durante el primer peronismo. Los bienes del
subsuelo son propiedad inalienables del pueblo argentino, decían los
artículos 38 al 40 de aquella carta magna.
Ahora, a 197 años de la declaración de
Tucumán es necesario pensar que las principales arterias que alimentan
el corazón productivo del cuerpo argentino pertenecen a multinacionales
de origen extranjero: soja, petróleo, mineras y automóviles. A lo que
hay que sumar la decisión política de Estados Unidos de convertir al
territorio argentino en consumidor y exportador de narcotráfico a partir
de los años noventa con el tremendo costo de miles de pibas y pibes
convertidos en consumidores, consumidos y soldaditos inmolados en la
guerra del negocio criminal que viene de arriba hacia abajo.
Varias independencias, varias dependencias.
El desafío del 9 de julio, entonces, será
pensar en voz alta hasta qué punto es importante para las mayorías
argentinas sentirse independientes, capaces de decidir qué presente y
futuro necesitan y con qué recursos harán posibles esos sueños
colectivos inconclusos.
A casi dos siglos de la casita de Tucumán,
los que son más en estas pampas deberán optar entre pelear por una
definitiva independencia o resignarse por pedir permiso para existir a
las potencias del mundo.
Vía:
http://www.pelotadetrapo.org.ar/agencia/index.php?option=com_content&view=article&id=7851:carlos-del-frade&catid=35:noticia-del-dia&Itemid=106
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